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martes, 23 de abril de 2024 10:22h.

Sebastián Monzón entre la mar, Gáldar y el soneto - por Nicolás Guerra Aguiar

 

sebastián monzón

nicolás guerra aguiarA los casi ochenta y ocho años de su vida, este hombre no es un hombre de ayer. Y como el machadiano de “El pasado efímero”, tampoco es de mañana. Chano Monzón, en sí mismo, es un mortal hecho para el verso, no cualquier individuo a quien podamos limitar en espacios temporales. Abarca más, mucho más: es poeta. Por tanto, palabra perpetua, inspiración.

Sebastián Monzón entre la mar, Gáldar y el soneto - por Nicolás Guerra Aguiar *

sebastián monzónA los casi ochenta y ocho años de su vida, este hombre no es un hombre de ayer. Y como el machadiano de “El pasado efímero”, tampoco es de mañana. Chano Monzón, en sí mismo, es un mortal hecho para el verso, no cualquier individuo a quien podamos limitar en espacios temporales. Abarca más, mucho más: es poeta. Por tanto, palabra perpetua, inspiración.

pedro garcía cabreraa la mar garcía cabrera   Y los poetas –ya se sabe- pueden incluso volar en sus versos las alas del tiempo, todo les está permitido. Ellos son dueños de las palabras perennes al paso de los años. Y como las voces poéticas son suyas el tiempo para, juega, se escurre de las manos porque es tal agua de mar… Y en la mar pueden encontrarse las frutas de la vida. Ya las había sospechado el gomero Pedro García Cabrera: “A la mar fui por naranjas / cosa que la mar no tiene. / Metí la mano en el agua: / la esperanza me mantiene”. A fin de cuentas, apostilla Monzón, “La poesía debe decir, por supuesto…; pero con lenguaje poético”. Y Monzón practica tal afirmación: sus figuras son elementos sensoriales de muy alta calidad.

plaza agaete   Cuando hablé con él llegaba a la plaza de Agaete el salitre puertonievesero que impregna desde la del alba sus calles. Pero esa sustancia marina también transita por caminos cebolleros, senderos agüimenses, vías teldenses… Viene a ser algo así como el imprescindible latido del corazón mientras da razón de ser a una vida. Es más: se acabarían las palabras de los poetas como Chano Monzón si la mar dejara de ser como es (“Ella me obliga a escribir, es siempre esencial en mi poesía. Su vida me atrajo desde mis primeros años, me hizo su eterno enamorado”). 

   Fiel a la cita, Monzón grabó en su mente de jovencísimo los caminos hacia El Agujero, La Guancha... Es la costa norte galdense. Allí aprendió a hablar con ella. A conocerla y a entenderla. Y callaba sus monólogos interiores cuando estaba mansa, serena, apacible… Acaso la mar, se decía, necesitaba el silencio para sus meditaciones. Pero también la vio rabiosa, incluso hasta físicamente agresiva: es cuando “la mar está ruin”, tal dicen quienes ya la tutean y, porque la conocen, la respetan. Por tal razón jamás le dan la espalda: puede ser traicionera si no se la acepta como es. Ella es así. Pero, a la vez, tan inmensamente universal… ¡Claro!: para Monzón el mar es “eterno vagabundo sin fronteras”. Por eso habla con “lenguaje que yo siento, es mío”, como sintió León Felipe que el Salmo es de los poetas y no de quienes bendicen el puñal y la pólvora.

   Mar plácida “como un plato”; de arboladas cuando se revira o está de fondo, da igual. La primera lo serena. La segunda lo activa. Y los roncos ruidos aceleran sus reacciones ante la Naturaleza costera, la mar de los poetas isleños. (Chano Monzón calla sus palabras en esta primera hora de palabras. Pierde la mirada más allá del enhiesto árbol a su izquierda, compañero desde años y guardián de tertulias con los amigos agaetenses. Guardo silencio, claro: está hablando con el otro lenguaje propio de ellos, los poetas.)

   Ni tan siquiera se me ocurre invitarlo a un buchito cafetil mañanero, sacrílego comportamiento el mío a los pies del Valle. Pero la figura del exprofesor de Lengua Española en mi primer año de Bachiller anda sobre las aguas, algo así como el Jesús machadiano de “La saeta” (“¡No puedo cantar, ni quiero / a ese Jesús del madero / sino al que anduvo en el mar!”.): Monzón camina sobre él, victorioso frente a la muerte que simboliza la estrofa medieval manriqueña (…“qu’es el morir: / allí van los señoríos / derechos a se acabar / e consumir”).

   Las aguas marineras, en fin, son la razón de ser en la vida para Monzón: lo descubrí en 1982. Siempre supo de ellas a pesar de que su abuelo, “marinero”, nada le dijera: “Nunca me habló del mar / el abuelo marinero”. Vienen a ser algo así como la pretensión de Gerardo Diego de romper con el mundo material ante la mística presencia del ciprés de Silos, protagonista de un soneto: […] “qué ansiedades sentí de diluirme / y ascender como tú, vuelto en cristales“ […]

   Porque la estructura sonetil permanece no por fácil, sino todo lo contrario: es la prueba de fuego, dicen los propios poetas (“Es el relumbrón de las Letras”, ratifica Monzón). Desde los “Sonetos fechos al itálico modo” hasta nuestros días (por medio, Lope, Quevedo, Góngora…) con José María Millares, Frank Estévez Guerra…, los dos cuartetos y dos tercetos tientan a muchísimos líricos o aficionados. Unos salieron triunfantes; otros no. Entre los primeros, Chano Monzón: reconozco mi absoluto encantamiento cuando en el Pérez Galdós yo comentaba el dedicado a Antonio Padrón (“Aquel recto ciprés”). E incluso en otros institutos también acompañado por el poeta, mansedumbre y embeleso para los alumnos, impacto lírico.

   Agustín Millares quedó impresionado con “Aquel…”: lo llevó de la mano hasta el Parnaso, la patria simbólica de los poetas, anteayer ubicada en la casa de Rosa María Martinón, aglutinadora mujer, harmonía renacentista. Ya no solo eran el soneto, la belleza formal, el juego con los tiempos gramaticales, símbolos y metáforas: se trataba de llevar a las palabras la admiración del pintor hacia Silos, su milenario monasterio, la perenne vigilancia del ciprés…

   Sí, en efecto: Sebastián Monzón anda entre palabras, sentimientos y ensoñaciones como cuando “el terco mar” queda preso “en cárceles de cristal” (“Charcos”). La poesía, entonces, se vuelve muy íntima: por eso guarda “muchos poemas para mi sola compañía”. Pero de seguro quedarán en nuestro pueblo, pues Chano Monzón hace suyas las palabras del paisano Francisco Guillén Morales, homenajeado en 1934: “Mi único mérito es haber nacido en Gáldar y quererla como la quiero”.

* En La casa de mi tía por gentileza de Nicolás Guerra Aguiar

NICOLÁS GUERRA AGUIAR RESEÑA