Buscar
miércoles, 24 de abril de 2024 10:18h.

La señora Aguirre o la deificación política - por Nicolás Guerra Aguiar

Tras haber sido denunciada por agentes de movilidad (“ponemultas”) por un incorrecto aparcamiento, la señora Aguirre arrancó su coche  y se marchó a su casa a pesar de la orden de prohibición de un policía municipal...

La señora Aguirre o la deificación política - por Nicolás Guerra Aguiar

 

Tras haber sido denunciada por agentes de movilidad (“ponemultas”) por un incorrecto aparcamiento, la señora Aguirre arrancó su coche  y se marchó a su casa a pesar de la orden de prohibición de un policía municipal. Cuando aquella llega a la vivienda, los dos guardias civiles que la vigilan intentaron llegar a un supuesto arreglo amistoso (¿intromisión?), a lo que se negaron los policías municipales que la siguieron. En medio, desobediencia a una orden de espera; una moto policial que cae a causa del golpe dado por la señora exministra de Educación y Ciencia, expresidenta del Senado y expresidenta de la Comunidad de Madrid; una muy suave persecución policial por calles de la ciudad con las sirenas encendidas; desobediencia de la señora aspirante a la alcaldía madrileña a las órdenes para que se detuviera y, al final, prepotencia y chulería en sus declaraciones a distintos medios informativos.

    Denunció la señora Aguirre hipotéticas inquinas, aversiones y rabias manifestadas por algunos (“Hay muchos que me odian”) y “mucho machismo” de policías municipales (“¿Qué hacen seis agentes contra una señora que le han puesto una multa?”). Y chulería, claro, fanfarronadas, arrogancias, jactancias. Aunque dice ella que por parte de los agentes, por más que una testigo ocular declaró que el comportamiento de estos fue siempre muy correcto.

   Sin embargo, aparentes insolencias y petulancias sí definieron a la señora Aguirre. Paró su coche en zona prohibida, como muchos. Pero con la diferencia de que una persona de la calle intenta justificarse si es sorprendida en la misma infracción, reconoce el error y acepta la multa. Incluso hasta terminará despidiéndose con un “buenas tardes”, a ver si la educación toca la fibra sentimental del denunciante. Mas hete aquí que la señora tantas veces ex (entre ellas de Educación) inicia la conversación con un inapropiado tuteo (“¿Me vas a quitar la multa? Si es no, ya te he dado toda la documentación…”.) y jactanciosa chulería: “¿Qué pasa, bronquita y denuncia? Vais a por mí porque soy famosa, tienes la placa, denuncia al vehículo". Arranca. Un policía intenta abrir la puerta, pues le había ordenado que se parara. Otro pone las manos sobre el capó, pero ha de hacerse a un lado para que no lo atropelle. En la maniobra echa por tierra la moto de otro policía municipal. Los agentes salen en persecución de la señora Aguirre. Un coche patrulla va detrás. A la altura de su vehículo le ordenan “que lo detuviera, haciendo caso omiso de las señales para posteriormente introducirse en el garaje de su casa”, añade el parte.

   Si dejamos de lado a la señora Aguirre y en su lugar ponemos a un ciudadano desconocido, la secuencia de los hechos hubiera sido absolutamente distinta. Ante la negativa del conductor a bajarse del coche cuando se lo pidieron los agentes, estos hubieran actuado en consecuencia. No a la manera norteamericana con pistolas y amenazas, aunque sí habrían hecho uso de la fuerza –de haber sido menester- para sacarlo del vehículo. Pero supongamos que se escapa. La persecución inmediata habría dados sus frutos, sin duda: dormiría en los calabozos esa noche al menos. Y de allí lo llevarían ante el señor juez de guardia. Es el procedimiento. Y todo ciudadano lo sabe. Por tanto, debe asumir las consecuencias.

   Sin embargo, la señora Aguirre era consciente de que todos sabían quién es ella. Y de que, por supuesto, nadie iba a aplicar los protocolos para tales situaciones, como así pasó. Por eso se permitió aparentes chuleos, prepotencias, altanerías, tuteos, desprecios a las indicaciones de quienes en aquel momento representan todo aquello que el Partido Popular se ha encargado de recordarnos: el uniforme es la autoridad. Y cualquier atentado de palabra o de acción contra uno de sus miembros será considerado como supuesto delito. Y grave delito, sin duda, es desobedecer las indicaciones u órdenes de los policías municipales.

   Por eso no encajan –muy al contrario, decepcionan- comentarios de representantes de su partido. Así, por ejemplo, el alcalde de Alcorcón: “Fue un linchamiento. No por lo que haya pasado, sino por ser quien es”. O lo que es lo mismo, aquella señora que es “quien es” puede no solo aparcar impunemente en zona prohibida sino que, además, chulea y desprecia a los agentes municipales. No solo comete infracción de tráfico sino que desobedece las órdenes de que no arranque y, después, de que detenga su vehículo cuando huye de la escena del delito. Por tanto, por ser ella “quien es” tiene absoluta inmunidad ante la autoridad que representan los policías municipales. De hecho, ni se le impidió por la fuerza arrancar; ni fue detenida ni, por supuesto, llevada a comisaría como lo hubieran hecho con cualquier otra persona anónima en las mismas circunstancias. Es la deificación de una política.

   Lo llamativo es que comportamientos envalentonados y chulescos como el de la señora Aguirre son, incluso, hasta naturales en muchas personas convencidas de que están por encima de las leyes que a todos, dicen, nos igualan. Es el proceder soberbio y casi divinizado de un alto cargo del PP, pero que mañana podría ser alguien de cualquier otro partido. No es monopolio de aquella autodivinizada señora, se manifiesta en mortales que forman parte de la masa de políticos a la que, incluso, llamamos “clase”. Y ellos se consideran clase social distinta, sobrehumana, ajena a leyes comunes. Y la sociedad es la culpable: les ha permitido que se lo crean. Son, por tanto, productos que los ciudadanos han creado en cuanto que les han consentido todo, exquisitas prebendas incluidas.

   En una sociedad democrática y consecuente, la policía habría detenido a la señora Aguirre como lo hubiera hecho con un ciudadano ajeno a excargos. Pero en la subcultura española la chulería tendrá un premio: será la próxima alcaldesa de Madrid. Ya lo explota: “Soy una sexagenaria”, es decir, una abuelita perseguida por los polis malos que la odian.

También en:

http://www.canarias7.es/articulo.cfm?Id=333126

http://www.infonortedigital.com/portada/component/content/article/29876-la-senora-aguirre-o-la-deificacion-politica

http://www.teldeactualidad.com/articulo/opinion/2014/04/10/9503.html