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lunes, 29 de abril de 2024 00:00h.

las voces de Tere Guerra no murieron con su muerte: permanecen en mi memoria. Sine die.

Tere Guerra García, hechas ya las sendas...   - por  Nicolás Guerra Aguiar

 

FRASE GUERRA TERE




Tere Guerra García, hechas ya las sendas...   - por  Nicolás Guerra Aguiar *


tanatorio galdarAmanecieron frías, muy frías las primeras horas del pasado sábado en el tanatorio de San Isidro, Gáldar. Sin embargo no fue una gélida mañana anunciadora de oscuridades, sombras y estertores para quienes estábamos unidos por la sangre con Tere Guerra: su estancia de forzadas veinticuatro horas en tal espacio mortuorio no era más que el provisional tránsito hasta afincar y afianzar con solidez su recuerdo  sine die, sin plazo fijo… Aunque siempre quiso el anonimato.

 

cementerio galdar No sé si fueron casualidades o  tal vez fugaces coincidencias, pero la opacidad se concentraba en el interior del cementerio, a pocos metros de distancia, quizás interminables millas. A fin de cuentas en su interior -ennichados o enterrados- permanecen restos de paisanos y familiares galdenses, forzados inquilinos a causa del paso del Tiempo, el de la Muerte. Era tanta la simbólica nebulosidad que hasta los cipreses del camposanto forzaban su ascensión hacia los cielos rastreando luminosidades o, acaso, palabras esparcidas por el infinito espacio envolvedor.

 Las primeras serían las claridades de quienes, desde convicciones religiosas, vuelcan su fe en el reencuentro con el más allá cuando ya el cuerpo deja de sentir los imprescindibles movimientos de diástoles y sístoles para mantener riegos sanguíneos y actividades vitales. Las segundas, las palabras, porque allí las dejó grabadas Sebastián Monzón para la infinita recreanza de su amigo Antonio Padrón: se trata del imperecedero soneto “Aquel recio ciprés” a él dedicado y cuyo cuerpo dejó de ser en plena madurada juventud allá por 1968.  

aquel recio ciprés sebastián monzón, a padrón

  Si el ciprés del monasterio de Santo Domingo de Silos es “Enhiesto surtidor de sombra y sueño” para Gerardo Diego y, además, se vuelve “lanza, mástil, flecha, saeta” siempre en continuada ascensión hacia los cielos -segunda visión cristiana más allá de la muerte-, para otros su escalada no es más que la racional certeza de una vida... cuya vida es de imposible recreación.  Se trata, en fin, del navío cantado por Saulo Torón: “La barca me recuerda, / con su total derrota, / cierto velero que partió una tarde / y un mar de olvido destrozó en su costa”.

EL CIPRÉS DE SILOS

CENOBIO VALERÓN La lluvia me había acompañado a lo largo del tempranero camino hacia el espacio de los silencios imperecederos y había ocultado la Montaña de Gáldar a lo largo de todo el trayecto, quizás para evitarme evocaciones y así llegar a mi destino cuanto antes... Lluvia que -tal es Natura- da vida y verdor a montañas, diminutos prados y sagrados espacios de nuestros antepasados mientras a la izquierda se imaginan las cuevas del Cenobio de Valerón  o, tal vez, silo que protegía granos para alimentar a la población y sacar de ella, nuevamente, simientes. Estas volverían a la tierra para continuados renacimientos, es decir, nuevas pulsaciones ahora con otra gente… Qué cosas, qué contrastes: acaso el continuo devenir…

  La muerte es un fenómeno rigurosamente natural. Es más: imprescindible. Si quienes ahora estamos vivos permaneciéramos en tal estado durante doscientos años más, ¿cabríamos nosotros y los descendientes de nuestros tataranietos en la geografía insular? ¡No, rotundamente no! Es forzado cumplimiento del destino, pues, del equilibrio ecológico: el novísimo embrión debe sustituir a quienes al paso de quinquenios y decenios vamos dejando de ser lo que fuimos (al golpìto, ¡eso sí!) para identificarnos con el verso final de otro soneto, esta vez moralesiano: “Una mano, en la noche, me arrebató el timón...”. 

yo fui el bravo piloto

tere guerra garcía   Pues la Muerte, para ser, necesita de vivos, no existiría si no significara la desaparición de otros. Y esos muchos, casi siempre, son seres desconocidos o acaso muy poco reconocibles. Pero cuando uno mismo ha dejado de ser suplente y anda más cerca de la titularidad que de los primeros balbuceos, Ella se acerca con su acción devastadora -pero, insisto, natural- y va poniendo nombres, apellidos y rostros a inconfundibles gestos. Es el caso, digo, de Tere Guerra, presentes los últimos carajos y coños (¡tan contundentes en ella, tan poco agresivos!) de cuatro o cinco semanas antes: mientras preparaba el buchito cafetil de mediamañana me habló sin aspavientos ni tristezas de las sospechas que la cercaban... 

  La muerte -insisto- es lo corriente, es natural. Pero cuando Ella invita a su baile forzado a alguien muy próximo (enero resultó mes necrológico), entonces nos paramos para prestarle atención: impresiona y sobrecoge. Y al día siguiente Ella vuelve a ser un fenómeno tan normal como la libertad en las relucientes amanecidas juveniles. Llega a estar tan próxima que, como la vio Pedro Lezcano, la tuteamos. Y así -“Cogidos de la mano” (“Crónica de mi muerte”, año 2000)- caminamos con Ella. 

cogidos de la mano pedro lezcano

 No obstante, si algo nos identifica en todas las culturas es la confluencia de las mismas preguntas aun cuando sabemos, desde siempre, que no tienen respuestas tales eternas interrogaciones ¿para qué la vida?, ¿qué función tiene mi presencia en ella? Y después de las últimas bocanadas, ¿qué será de nosotros? 

  O, en definitiva, ¿qué significado racional tiene que caminemos aquí para dejar de hacerlo un día y al paso de tiempos muy cortos dejemos de ser -incluso- un borroso recuerdo? Ninguno. Quizás por tal razón -quizás- el ser humano se entrega a las religiones -fe, esperanza, ilusión- con la expectativa prometida de la “resurrección de la carne y la vida perdurable”. Para otros -deductivos, lógicos y razonables- se nos llega a la nada, es decir, a la ausencia del todo. 

  Vivir entonces, ¿para qué? ¿Para sentir cascos, garras y pasos de Ella en cuerpos de amigos; ver sus iniciales embestidas sobre mentes y palabras y notar cómo se agarra en tensión extrema para no soltar su presa, insensible a veces ante subrepticias embestidas?... Pues sí. Pero a pesar de todo, a pesar de inevitables consecuencias vivimos para hacer vida que nos ayude en la vida, para elevar palabras y cantos: sentimos electrizantes e ilusionantes sensaciones de empujes porque sabemos que incluso hasta nuestros silencios pueden ser engarces con los demás. 

  Por tal sencilla razón las voces de Tere Guerra no murieron con su muerte: permanecen en mi memoria. Sine die.

tere guerra

* La casa de mi tías agradece la gentileza de Nicolás Guerra Aguiar

nicolás guerra reseña

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