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viernes, 19 de abril de 2024 10:24h.

Tiempo de Asesinos - por Julián Ayala

 

F j aya

Tiempo de Asesinos - por Julián Ayala Armas, escritor y periodista *

“Voici le temps des assasins”
Arthur Rimbaud

Sin duda, Jack el Destripador fue un sujeto de quien en estos tiempos se diría que tenía buenas vibraciones. ¿Si no, cómo se explica la confianza que infundía a sus víctimas antes de rajarlas con precisión de cirujano? Cualquiera puede dar algunos navajazos acertados a lo largo de su vida, pero para ser un virtuoso del género se precisa, además de experiencia, carácter. Y el carácter es algo para lo que hay que tener virtudes inmanentes, aunque la dedicación y la entrega contribuyan a mejorarlo. Por ejemplo, no se puede llegar al esmerado sentido depredador de los ilustres integrantes de la cumbre de la OTAN, que se reunió  los días 29 y 30 de junio en Madrid, si no se tiene cierta predisposición para ello, que no sé si estará impresa en algún lugar de su código genético. En esto se distingue enseguida al profesional del simple aficionado.

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Joe Biden, Erdogan, Stoltemberg, Boris Jhonson, Pedro Sánchez… ¡Vaya pájaros!

 

Hay cometidos en los que el llamado don de gentes equivale a más del ochenta por ciento del activo necesario para triunfar. Así, un político sin escrúpulos, como el presidente del Gobierno español, que hace unos días calificó como una “operación bien resuelta” la brutal represión de la gendarmería marroquí y la guardia civil española causantes de los casi cuarenta muertos entre los inmigrantes subsaharianos que intentaron forzar la valla de Melilla, si es alto y guapetón, y sabe sonreír a tiempo, puede que sea recordado con cierta indulgencia por los descerebrados que no vean más allá de sus narices. “Era un cabrón, pero qué buen talante tenía”, dirán los más críticos.

Esto no se podría afirmar de Franco o de Pinochet, pues aunque ambos fueron asesinos voluntariosos, tuvieron que suplir su absoluta carencia de sentido artístico con crueldad, esa peculiaridad de los criminales mediocres. Estuvieron muy por debajo de otros grandes forajidos históricos, como Hitler, e incluso a distancia de un asesino masivo tan de medio pelo como Truman, hasta ahora el único bombardeador atómico que ha existido.

Muchos de los grandes desalmados que en el mundo han sido y son han estado desde el principio vocacionalmente inclinados al poder del mal, disfrazado de democracia. Por ejemplo, el presidente Joe Biden, que de gran esperanza blanca frente a su antecesor en el cargo, ha pasado a ser el mayor valedor de los intereses del complejo militar-industrial estadounidense. Pese a su provecta edad carece de “esa peculiar majestad que tienen los canallas encanecidos”, como dice Borges del terrible redentor de esclavos Lazarus Morell.

JENS STOLTENBERG
JENS STOLTENBERG

Biden y otros cínicos redomados, como el noruego Jens Stoltemberg, secretario general de la OTAN y fiel valedor de la estrategia de instalar misiles a las puertas de Rusia, que está en el origen de la guerra de Ucrania, son los mejores de su especie; es decir, los que hacen más bien el mal.

Otros, sin embargo, han devenido criminales notables gracias a un giro brusco del destino y cuando ya nadie confiaba en sus posibilidades. George W. Bush, el genocida de Iraq y Afganistán, no era sino un señorito borrachín, cuya única virtud conocida fue su habilidad para escaquearse del cuartel en un momento tan oportuno como la guerra de Vietnam. Destinado a ser el bala perdida más o menos pintoresco que puede darse en cualquier familia campanuda, se regeneró después de un sermón dominical y, a fuerza de voluntad, se convirtió en el asesino en serie más cotizado de su tiempo. De él se ha dicho que no hay nada más peligroso que un bruto con iniciativa. Los caminos del Señor son inescrutables.

Los que no tienen nada de inescrutables son los claros y meridianos caminos del Imperio. Dos tipos de terrorismo prevalecen en el mundo actual, el privado que practican grupos de individuos e individuas guiados por motivos religiosos, ideológicos o políticos de variada índole; y el público, o institucional, que llevan a cabo los representantes del sistema de dominación capitalista, también conocidos como civilización occidental (y cristiana). Este es con mucho el más despiadado, el que más daño directa e indirectamente hace a la humanidad. Como es sabido, su líder indiscutible es Estados Unidos, acompañado, como putas mal pagadas, por todas las naciones europeas.

En otras ocasiones hemos recordado una frase del periodista y politólogo estadounidense Thomas Friedman, que define el modo habitual de pensar y actuar de los gobiernos norteamericanos, con independencia de su sesgo político. No es inoportuno repetirla ahora:

THOMAS L. FRIEDMAN
THOMAS L. FRIEDMAN

“La mano invisible del mercado jamás funcionará sin el puño invisible. McDonald’s no  prosperará sin la McDonnell Douglas, que ha construido el F15. El puño invisible que garantiza un mundo seguro para la tecnología de Silicon Valley se llama ejército, aviación, marina y cuerpo de marines de Estados Unidos”.  

Más claro, el agua.

Pasando de lo general a lo particular, se me ocurre que para ser un acrisolado mal bicho no solo hay que tener en cuenta una predisposición innata y una vocación acendrada. También hay que considerar el ambiente. Algunos grandes asesinos nunca lo hubieran sido de no haber vivido en la situación deletérea que hizo emerger sus ansias más íntimas. Y nada mejor que una guerra —eso lo dominan a la perfección los gerifaltes de la OTAN— para que salga a la superficie la víctima o el victimario que casi todos llevamos dentro. Este señor apacible que paladea su whisky en la barra al lado tuyo, mientras ojea con evidente complacencia un periódico de derechas, podría formar parte de tu piquete de fusilamiento –si antes no lo fusilabas tú– en una situación en que la flor del odio creciera sin pausa en los corazones de las gentes.

No es algo inexorable y no todos reaccionan igual ante estímulos semejantes, pero por si acaso mejor es no vivir esos momentos plenos de heroísmo. Además, la guerra, aunque puede incentivar la aparición de algún facineroso eximio, potencia la afluencia de simples aficionados, contribuyendo a la nunca deseable banalización del crimen. Preferible es coexistir en la tranquilidad de la aurea mediocritas preferida de Horacio, pues entre otras cosas, convertirse en un asesino en ese ambiente apacible conlleva un esfuerzo. Es un triunfo de la voluntad, a la vez que una afección del espíritu.

Así es posible el surgimiento de virtuosos como Jack the Ripper y, además, en estas situaciones el matarife aficionado no pasará de la mediocridad rufianesca de un George Walquer, o de un Stoltenberg de tres al cuarto. Aunque eso no nos exima de sus sevicias ni sea consuelo para sus víctimas.

Nos queda la curiosidad de ver cómo esta banda de bravucones acantinflados se parte los dientes intentando roer el hueso de China que ha tenido la osadía —sin imponer bases ni misiles en ningún país ajeno— de levantar un emporio político, económico y militar que emerge como principal rival del decadente y agresivo Imperio del Mal. 

* La casa de mi tía agradece la gentileza de Julián Ayala

JULIÁN AYALA
JULIÁN AYALA

 

 

 

MANCHETA JULIO 22
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