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jueves, 25 de abril de 2024 00:27h.

Tomás Perdomo o el triunfo del sacrificio - por Nicolás Guerra Aguiar

Si usted, estimado lector, recuerda aquella canción canaria en la que Chona “La Cangreja” dice que es nieta de Pancho Paíndo, puede estar seguro de que algún gen de identidad la une a don Tomás Perdomo Lorenzo, un hombre también nacido en el barrio de La Isleta, exactamente en la calle Bentaguayre hace ya cincuenta y pocos años, aunque de su licenciatura en Derecho solo hayan pasado unos meses.

Tomás Perdomo o el triunfo del sacrificio - por Nicolás Guerra Aguiar

Si usted, estimado lector, recuerda aquella canción canaria en la que Chona “La Cangreja” dice que es nieta de Pancho Paíndo, puede estar seguro de que algún gen de identidad la une a don Tomás Perdomo Lorenzo, un hombre también nacido en el barrio de La Isleta, exactamente en la calle Bentaguayre hace ya cincuenta y pocos años, aunque de su licenciatura en Derecho solo hayan pasado unos meses. Porque don Tomás Perdomo asistió durante un lustro completo  a clases en la Facultad de Ciencias Jurídicas como un alumno más, incluso con una de sus hijas, aunque no coincidieron en los turnos: él, necesariamente, debía pedir el de tarde – noche pues el trabajo le ocupa las mañanas desde casi las del alba hasta casi abriendo la tarde. Pero la actividad, la edad y la nada frecuente figura de un puretilla frente a la juventud condiscípula no lo arredraron ni acomplejaron para sentarse en las aulas como uno más, aunque también con la alta responsabilidad de su trabajo, imprescindible para pagar la hipoteca, la casa, los gastos familiares.

Tomás Perdomo

Siente como un impacto de honor su lugar de nacimiento, y por lo mismo pudo haber acabado en el puerto como tantos otros vecinos, de profesión portuario. Y es esta una actividad que Tomás Perdomo respeta y admira en cuanto que ocupó la vida casi completa de su padre, entregado a la tarea porque siete bocas no permiten distracciones, relajamientos, distensiones. Y hoy, desde sus primeras palabras en la acelerada y grisácea tarde del Catalina Park (como lo intituló y noveló el agüimense Orlando Hernández), el ímpetu de sus recuerdos infantiles invade el silencio casi sereno de la antigua dulcería alemana en cuyos alrededores Pancho –espolonero, chulillo y jactancioso gallo que – sentó su harén, hoy ya solo un recuerdo pasajero.

Como un pollillo más del Barrio, Tomás (dos veces don Tomás, pues dos titulaciones universitarias solidifican su currículo) estudió en el Grupo escolar hasta octavo de EGB. Y por aquellas cosas de la intuición, de la tempranera madurez o de la urgente necesidad de los tiempos de su infancia y primeros coqueteos con la juventud, decidió que debía matricularse en la Universidad Laboral, allá arriba, tan lejos, en Lomo Blanco… A un imberbe personaje cuya relación familiar absolutamente nada tenía que ver con empresarios, patronos o capitalistas le tiraba la empresa (aquella organización dedicada a variadas actividades). Y arriba aprendió para la vida tres principios básicos que ha llevado con máximo respeto y rigor: disciplina, sacrificio, responsabilidad. Si cumplía con ellos –no valían flexibilidades- podría caminar por otros caminos diferentes puesto que la beca era una oportunidad para empujar con fuerza y mirar hacia metas muy lejanas, aunque alcanzables con grandes sacrificios.

Todo en la Laboral, recalca e insiste, estaba subvencionado. Desde la matrícula hasta los libros, la guagua de todos los días, incluso el chándal; y dos tutores (de residencia y de clase) velaban por su rendimiento, exigían el trabajo diario porque si se suspendía también en septiembre, todo, absolutamente todo, pasaría a otro joven que quisiera aprovecharlo. Por eso siente que aquella Universidad Laboral mimada por un ministro de la dictadura franquista -Licinio de la Fuente- fue su gran oportunidad, y no la dejó en la acequia o al albur, al capricho del paso del tiempo. Muy al contrario, terminó de madurar en aquellas aulas y obtuvo el título de Técnico Especialista Administrativo, básico y elemental si se quiere, pero válido para el siguiente paso, aunque todavía casi utópico: la Universidad, Empresariales.  

Y como necesita un sueldo, entra en la empresa: auxiliar de Banca de tercera, temporal; o lo que es lo mismo, durísimas horas diarias de trabajo mañana y tarde, casi sin derechos, con raspada nómina. Y aunque la familia está ahí, y lo espera al menos los fines de semana, vive como un anacoreta: necesita tardes, sábados y domingos para estudiar pues se matricula en Empresariales: obtiene la Diplomatura en las dos especialidades.

Ya tiene cierto prestigio profesional; los títulos, además, lo avalan. Otro banco lo reclama, y como queda cerca de la Escuela Oficial de Idiomas, aquí estará siete años (todas las tardes, otra vez, sin haber pasado por su casa para almorzar): logra las titulaciones en inglés y alemán, mayores afianzamientos profesionales. Ahora está convencido de que debe instar a su hija para que inicie estudios superiores, viene la invitación: ambos se matriculan en Derecho, lo que significa para él nuevos encierros los fines de semana, carreras desde el banco hasta la Facultad por las tardes, sin reposo alguno más que para comer algo, el tiempo apremia. Algunas noches, a la biblioteca (apuntes, trabajos…). Y tras cinco años sin repetir un solo curso, recibió hace unos meses el título que lo faculta para el ejercicio del derecho.

Aquel crío con cuatro hermanos, nacidos todos ellos en La Isleta, a años luz de espacios universitarios, reposa ahora su palabra y sorbe en silencio lo que queda de la menta poleo, infusión que le acompaña en su impactante monólogo mientras descubro la inmensidad de un hombre que desde los trece años ya había marcado su ruta, ordenada y precisa. No lamento haber sido silencioso –y en momentos silenciado- interlocutor: conocer a personas como Tomás (don Tomás) mantiene la idea de que a veces el hombre hace su destino si es consciente de lo que quiere. “El hombre es el maestro de su hado”, repite. No obstante, jamás hubiera logrado nada sin los profesores –lo tiene muy claro-, aquellos que lo hicieron y le dieron las palabras que él iba necesitando. Si un día las tecnologías los sustituyen, dice, se habrá acabado el humanismo en la sociedad.

Este hombre cincuentón que renunció a su juventud para dedicarla al trabajo y al estudio, consciente también de que sacrificaba a su familia, es hoy feliz. Se lo ganó a pulso.

http://www.canarias7.es/articulo.cfm?Id=299505

http://www.teldeactualidad.com/articulo/opinion/2013/05/02/8573.html

http://www.infonortedigital.com/portada/component/content/article/22127-tomas-perdomo-o-el-triunfo-del-sacrificio