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jueves, 28 de marzo de 2024 09:57h.

La trabajadora retrocede cincuenta años . por Nicolás Guerra Aguiar

   Hace ya mucho tiempo le pregunté a un tabernero tinerfeño, sabio en las cosas de los vinos, que cómo se puede distinguir un caldo bueno de uno malo, sobre todo en aquellos supuestos tacoronteros que se vendían a granel sin etiquetado ni garantía de calidad...

La trabajadora  retrocede cincuenta años . por Nicolás Guerra Aguiar

   Hace ya mucho tiempo le pregunté a un tabernero tinerfeño, sabio en las cosas de los vinos, que cómo se puede distinguir un caldo bueno de uno malo, sobre todo en aquellos supuestos tacoronteros que se vendían a granel sin etiquetado ni garantía de calidad.

   La respuesta de don Ramón –situémonos en la ya desaparecida “La Oficina” lagunera- fue rápida y contundente aunque, eso sí, desestabilizadora: “Es muy fácil, me dijo; basta con estar atento a la reacción del pelo de los brazos”. Nada contesté mientras intentábamos mi amigo Nazario de León (hoy relajado abuelete) y yo asimilar tal acertijo, enigma o jeroglífico lingüístico sobre la relación entre la calidad de un vino y los pelos del brazo. Y como ambos, además, estábamos solemnemente barbados por tales tiempos, nos rendimos. Por tanto, don Ramón continuó mientras sonreía socarronamente como gomero del interior: “Si los pelos del brazo se les ponen de punta cuando se tomen el vino, déjenlo; es malo para ustedes en ese momento”. Y, tras su filosófico y sabio mensaje a la manera del perezayalano Belarmino, nos invitó a “la espuelita”.

   Pues algo así me está sucediendo a causa de reiterativas insistencias sobre la creación de empleo que llegan desde los señores titulares de Economía, Hacienda, Empleo, Servicios Sociales e Igualdad y  de vicepresidencia del Gobierno y presidencia. Cuando escucho sus afirmaciones de que en España se están creando miles de puestos de trabajo, me sucede como a quien se toma las perras de vino  y se le ponen los pelos de punta.

   Entiendo que los políticos pregonen las excelencias de su actividad profesional, de cómo –dicen- están sacando a España del caos en que un sistema económico de absoluta pureza capitalista metió al país. Porque bien es cierto que torpezas, cerrazones, apasionado amor al cargo, aturdimientos mentales e incompetencias obnubilaron al Gobierno anterior y este no actuó con la prontitud que era menester. Bien al contrario, se dedicó a los brotes verdes y a negar lo innegable. Pero que España actualmente deba casi un billón de euros a causa de préstamos y que pague, además, treinta y cinco mil millones anuales de intereses, no es solo responsabilidad de los psocialistas.

   Dicen que la economía se está recuperando. No lo niego, pues lo confirman sectores especializados. Así, en Canarias, por ejemplo, sabemos que el sector turístico  está en pleno apogeo, aunque también debe advertirse que no todos los miles de millones que se mueven en torno a tan vital actividad comercial se quedan en nuestras Islas. Muy al contrario: si hacemos caso a algunos trabajos publicados, una buena parte del dinero queda fuera, en los países de origen de quienes nos visitan y, además, por caminos ajenos a las rutas canarias (decenas de miles de chonis arriban con el “todo incluido”. Y salvo supermercados –zonas de ginebras, vodkas…- y bares nocturnos, su estancia ha sido abonada a miles de kilómetros de aquí).

   Sin embargo, a pesar del bum turístico (¡4.500 millones de euros se movieron en Canarias durante el primer cuatrimestre de 2014!) se pierden puestos de trabajo en tal sector, extraño desajuste. Y comentan muchas trabajadoras que dos personas hacen la tarea de tres (limpieza, camareras…), a veces llevadas a tal extremo de explotación por sutiles insinuaciones sobre la floja marcha del negocio aunque, bien es cierto, no sucede en todos los complejos turísticos, pero sucede. Y hay muchos más casos en ese desarrollo económico para los grandes empresarios (nunca estuvo más barata la mano de obra), pero el supuesto avance no se nota entre quienes demandan un empleo. La realidad es flagrante, dura, demoledora: aquellos mileuristas de hace ocho años, por ejemplo, a quienes se consideraba como muy mal pagados y explotados, son hoy trabajadores privilegiados frente a lo que por ahí se ve.

   Dos casos: una joven atiende la única caja en servicio de una frutería. Diez personas esperamos. La pobre mujer está desencajada: confunde códigos, debe recontar la vuelta cuando le entregan billetes…, pues lleva cuatro horas y media de pie como única pesadora y cobradora. Antes, desde las siete y media, descargó cajas, las colocó, preparó la presentación del producto. Llama al encargado, necesita con urgencia aire, un cortado, un bocadillo, pero no hay  quien la sustituya. Todavía le quedan algunas horas. Otro: una exalumna mía (bióloga) tiene que ordenar las estanterías de la tienda en que trabaja. Luego debe barrer, fregar el piso y ventilarlo para, a las nueve y media, abrir al público en jornada hasta las cuatro de la tarde. La empresa redujo personal: solo quedan tres dependientas de las seis iniciales. Pero cobra lo mismo por el doble de trabajo.

 

   Hace cincuenta años la situación era el vivo retrato. Así lo constata el riguroso reportaje de seis jóvenes universitarias que publicó la revista Sansofé en 1970: mujeres que trabajan como limpiadoras en hoteles y apartamentos (Las Canteras; Sur) se quejan de la sobreexplotación (dos hacen el trabajo de tres).  Muy pocas tienen tiempo libre, y cuando llegan a su casa están agotadas. Hace cincuenta años tenían que aceptar el puesto que se les ofreciera a causa de su bajo nivel cultural. Hoy, ya ven: la licenciada no ejerce su carrera. Anteayer, los Organismos Sindicales de la dictadura no las atendían. Hoy, dicen ellas, tampoco.

  

Aunque medio siglo atrás estaba prohibido que las mujeres trabajaran a partir de las diez de la noche (¿por qué, lector?), a muchas (empaquetadoras de tomates, por ejemplo) las mantenían hasta las once, las doce, sin horas extras pagadas. Hoy, una vez terminan la jornada en algunos comercios, bares o cafeterías, deben quedarse a recoger y ordenar la mercancía fuera del horario, como voluntarias gratuitas.

   ¿Puesto de trabajo? Quizás la voz “trabajo” no sea la más adecuada para reflejar la realidad. Pero lo cierto es que desaparecieron las conquistas sociales que los trabajadores lograron. Es decir, un retroceso de cincuenta años. Como con Franco. 

 

También en:

http://www.canarias7.es/articulo.cfm?Id=339286

http://www.infonortedigital.com/portada/component/content/article/31053-la-trabajadora-retrocede-cincuenta-anos