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viernes, 03 de mayo de 2024 02:23h.

Vargas Llosa en el Palmeral de los Nobel - por Nicolás Guerra Aguiar

Diré que Mario Vargas Llosa no es persona que me inspire ninguna simpatía, por obvias razones ideológicas y por otras de índole literario que me guardaré. Pero como mi admirado  Nicolas´Guerra Aguiar sí tiene motivos para ensalzar al hombre, yo respeto -más faltaba- su posición y publico sus artículo. Pero es que, además, el texto nos ofrece algunas interesantes consideraciones históricas sobre al amado -por Nicolas, por mí y por tanta gente- Instituto Pérez Galdós; y, de regalo, un recuerdo a las fincas de plataneras de Fincas Unidas. Sin obviar tampoco una justa punta al consejerro de Educación, del que cabría esperar más respeto al Pérez Galdos. En resumen, uns memorable pieza  nos trae hoy Nicolás.
"Han pasado dieciocho años desde un soleado mediodía de 1994 en que nueve sabios de Medicina plantaron el Palmeral Premios Nobel en el instituto Pérez Galdós, terreno propicio para la esbeltez de aquella «verde antorcha» que cantó Miguel de Unamuno. Y no es una metáfora aquello de «terreno propicio», toda vez que el edificio se asienta sobre lo que en los lejanos antaños se llamó «Fincas Unidas», platanal de monocultivos lejos de la ciudad, hoy el mismo centro urbano. Y como el subsuelo es rico en humedades y nutriente esplendoroso para la alimentación, aquellas palmeras –nueve, más otras plantadas por alumnos y la Asociación Támara- cubren de verde los cielos mientras tienden sus brazos e imponen la serenidad absoluta..."

Vargas Llosa en el Palmeral de los Nobel - por Nicolás Guerra Aguiar

  Han pasado dieciocho años desde un soleado mediodía de 1994 en que nueve sabios de Medicina plantaron el Palmeral Premios Nobel en el instituto Pérez Galdós, terreno propicio para la esbeltez de aquella «verde antorcha» que cantó Miguel de Unamuno. Y no es una metáfora aquello de «terreno propicio», toda vez que el edificio se asienta sobre lo que en los lejanos antaños se llamó «Fincas Unidas», platanal de monocultivos lejos de la ciudad, hoy el mismo centro urbano. Y como el subsuelo es rico en humedades y nutriente esplendoroso para la alimentación, aquellas palmeras –nueve, más otras plantadas por alumnos y la Asociación Támara- cubren de verde los cielos mientras tienden sus brazos e imponen la serenidad absoluta.

  Tiene su historia aquel palmeral, inicialmente programado para otro espacio físico, neonato por aquellos años. Pero benefactoras circunstancias propiciaron que se trasladara su ubicación al patio interior del Pérez Galdós, por más que dos prohombres intentaron boicotear la plantación desde algún organismo, con un cierto tufillo despectivo y prepotente de ambos cuando ponían en duda los méritos del instituto para cobijar la plantación. Yo di una respuesta inmediata: se trataba del primer centro de enseñanzas medias -1916- de la provincia de Las Palmas, cuya consecución se logró gracias a don Benito, diputado a Cortes en 1914.

  Porque este centro había significado la rotunda oposición de la monopolizadora La Laguna en la cual ejercía el Instituto de Canarias (hoy Cabrera Pinto) desde 1846, en cuyos archivos se conserva el expediente de un joven grancanario, Benito Pérez Galdós. Oposición que, con elementales visiones localistas e insularistas se repitió setenta y tres años después, cuando el pueblo reclamó la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, aunque me parece más abarcador el nombre de Universidad de Las Palmas. (Y tal como es la realidad, tengo la impresión de que saldríamos ganando todos si lográramos la Universidad de Canarias con visión más amplia, práctica, desapasionada y racional cuyo rectorado, por supuesto, estaría en La Laguna, a fin de cuentas ya hubo en ella instituciones universitarias hace trescientos once años, desde 1701.)

  El pasado 17 de mayo, dieciocho años después de 1994, el Palmeral Premios Nobel acogió la visita de otro ilustre y universal prohombre, don Mario Vargas Llosa, que lo había recibido en 2010. Y como los nueve anteriores (doctores Ochoa –don Severo, discípulo de otro Nobel, don Santiago Ramón y Cajal-, Jacob, Anfinsen, Dulbecco, Blumberg, Gajdusek, Smith, Arber, Dausset), plantó la suya justo a la izquierda del lugar que años atrás se había escogido para que lo hiciera el señor Saramago, inmortalizado en 1998 también con el Nobel de Literatura. Pero imponderables de última hora –un Congreso en Lisboa, el empeoramiento de su salud- frustraron la intención.

  Podría suponerse que después de haber recibido todas las distinciones humanas en su vida profesional (Premios Nobel, Cervantes; doctor honoris causa por prestigiosas universidades internacionales, profesor emérito en Cambridge…), la plantación de una palmera es un acto más a pesar del sacrosanto lugar, que las vuelve nobelísimas. Sin embargo, también podría ser que no: tres años después, en 1997, los doctores Smith y Dausset volvieron al instituto –otra vez acompañados de don Santiago Grisolía, discípulo predilecto del doctor Ochoa- en cuanto que la facultad de Medicina de la ULPGC los había invitado para unas conferencias, si no recuerdo mal. Y ya en tierra grancanaria mostraron su interés en ver cómo estaban sus palmeras, e incluso el doctor Dausset solemnizó la visita  y colgó de su cuello el medallón que se le impuso en la entrega del Premio Nobel. Hombres que trascenderán al paso del tiempo porque figuran inmortalizados con la más importante concesión terrenal a la que los sabios pueden aspirar se sensibilizaron, sin embargo, con sus palmeras, y dejaron actos protocolarios y alguno que otro oficial para visitarlas y fotografiarse junto a ellas.

  Elegancia, bonhomía, calidad humana y un manifiesto estar por encima de vanidades, vanaglorias y engreimientos definieron al señor Vargas Llosa en aquel acto. Sentimientos de sublimación, impactos emocionales, sutiles esencias y satisfacciones llegaron a los alumnos, exquisitamente respetuosos, deferentes con su invitado y corteses con lo que allí se celebraba, ejemplo de que saben distinguir entre juegos, diversiones o chanzas y admiraciones hacia alguien que desde los Olimpos literarios se había dirigido a ellos, agradeciéndoles su acogida. Y no son palabras, bien digo: saludó con sonrisa entrañable y afectuosa –mientras le daba la mano- al alumno que le habló sin recargamientos, florituras ni vacuas exaltaciones en nombre de todos (rió el novelista cuando aquel joven le dijo una frase muy acertada: «No le voy a decir que hemos leído todas sus obras, porque usted no se lo creería»).  

  A cuatro años del primer centenario, el instituto Pérez Galdós volvió a ser recinto de voces nobles y universales, porque a la vista está: el novelista  peruano lleva a sus lectores vocablos que se vuelven inmortales obras literarias en una transmutación sin violencias, pasiones o desórdenes. Palabras que combina para enviar mensajes de pensamientos racionales, bellezas estéticas y capacidades de entendimientos sin violencias: he ahí la belleza y la estructuración ética de la lengua que se hace con palabras. Lección magistral la del novelista peruano, agraciados alumnos que lo recibieron.

  (E inelegante, por cierto, la ausencia del señor consejero de Educación del Gobierno canario. Parece, aparenta como si el primer instituto de la provincia de Las Palmas no mereciera su visita, ni tan siquiera para acompañar a un Premio Nobel, qué cosas. Sin embargo,  sí fue a la investidura del novelista como doctor honoris causa, es decir, la misma persona, el señor Vargas Llosa. Claro…, ¡el paraninfo es la Universidad! Por contraste, el señor consejero cabildicio de Cultura lo acompañó, y estuvo en el instituto. Ya ven: cosas que pasan.)

También en:

http://www.canarias7.es/articulo.cfm?id=261915