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viernes, 03 de mayo de 2024 15:20h.

OPINIÓN

Próxima salida, a la izquierda - por Rafa Dorta

Rafa Dorta, que confiesa no tener problemas personales urgentes, muestra su preocupación por los problemas sociales que nos afectan a todos y se pregunta qué será de esta sociedad si la izquierda no cumple con su deber de salvarla.

Rafa Dorta
Rafa Dorta

Próxima salida, a la izquierda

 Yo no pago hipoteca, soy autónomo y mi mujer es funcionaria. No tenemos deudas y en nuestro entorno más cercano no conocemos a mucha gente que se encuentre en el paro. A pesar de la aparente tranquilidad económica, nuestra desconfianza va en aumento, no son sólo las malas noticias servidas diariamente por los altavoces de los intereses particulares de unos u otros, la percepción de zozobra es más profunda ante la rutinaria fugacidad del tiempo presente, la sensación de volatilidad propia y ajena, un convencimiento de que vivimos en el epicentro de un gran cambio a escala global que apenas comienza y cuya dimensión histórica no podremos alcanzar a entender hasta que pasen muchos años, y por eso no nos convencen argumentos cortoplacistas, con promesas de una vuelta a la normalidad del crecimiento sostenido, cuando precisamente nos estamos dando cuenta ahora de que la realidad que vivíamos no era precisamente normal, sino una locura especulativa compartida por gobiernos y ciudadanos, en un claro signo de nuestra decadencia como sociedad de consumo.

Veo a la gente andar deprisa, como si tuvieran que hacer algo a la desesperada; debemos comprar lo que sea, a ser posible lo más parecido a lo que se supone que han dicho que quieren los familiares y otros tantos, y mi mujer, ya se me olvidaba, en la culminación de la vorágine demencial correspondiente a cada época navideña. El mundo parece desmoronarse a nuestro alrededor, pero no hay que reparar en gastos, nunca se sabe, quizás te mueres mañana y al final, solo nos queda la sonrisa inocente y ansiosa del niño con ese nuevo juguete objeto del deseo y posterior e inmediato desprecio una vez conseguido, pues hay tanto de todo, y sin embargo, queremos más porque luego en el colegio las preguntas malintencionadas_ y a ti que te dejaron los reyes -a mí muchas cosas- pues a mí también y más que a ti. Mi hija de diez años me pregunta todas las semanas si ya se acabo la crisis, también me dice que sus amigos son todos del PP y que la crisis vino por Zapatero -tranquila hija, no te preocupes, el dinero no es lo más importante -sí papi, pero puedo comprarme más postales de las Monster High -y mi hijo de nueve acompaña en el coro de peticiones - y este año vamos a Disneyland Paris_ Ya veremos, replico yo zanjando todas las preguntas en una sola y contundente respuesta que no les aclara mucho su futuro, pero que no admite réplica.

Así es el mundo que hemos creado, lleno de cosas que no sirven sino para ser trituradas y sustituidas por otras nuevas e igual de inservibles. El sistema educativo fomenta la extrema competitividad, con valores que enaltecen al más fuerte, al más rápido, al cerebro mejor diseñado para ejercer la dominación sobre los débiles, los perdedores de la sociedad donde triunfa el individualismo sobre el concepto de grupo. La solidaridad cotiza a la baja, y los nuevos tiempos parecen llamados a enterrar la búsqueda del bienestar común mediante el desarrollo de las capacidades artísticas y de creación y no sólo de las programadas en los juegos electrónicos que fomentan la separación violenta del otro, del que es distinto a nosotros, por motivos étnicos o religiosos. Se van a construir muros cada vez más altos para separar a una mayoría de población desahuciada de la reducida clase privilegiada. Se trata de un tiempo de regresiones, y del poder ejerciendo un control total en base al estímulo del miedo, un tiempo de perdida de valores democráticos y, en definitiva, del concepto que nos aleja de toda clase de dictadura, la libertad.

Nuevas guerras generadoras de lucrativos e indecentes negocios se están preparando para salvaguardar estructuras internacionales que concentran el poder económico y financiero de la globalización neoliberalista.

En este punto, cabe preguntarse por el contrapeso que nivele un poco el fiel de la balanza, esa ideología opuesta a este pensamiento que amenaza con convertirse en único. Si la izquierda, sea lo que sea actualmente, no es capaz de encontrar argumentos y articularse como una opción política captadora de voluntades y votos, si es que nos siguen dejando votar, entonces nos hallamos ante la imposibilidad de dar una respuesta, ni siquiera vagamente revolucionaria, a los sucesivos y cada vez más graves derrumbamientos cíclicos de un capitalismo excesivo que nos ha colocado sobre una bomba de relojería social y ecológica en plena cuenta atrás.