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miércoles, 24 de abril de 2024 16:09h.

De cartón piedra - por Antonio Morales, alcalde de Agüimes

Se decía que era el paradigma del hombre de Estado. Que  anteponía la estabilidad de España a los intereses nacionalistas de su partido. Fue el aliado fiel del PP y del PSOE en las rotaciones bipartidistas. Los jacobinos lo adoraban. Todavía ahora sale en su defensa Felipe González afirmando que es un hombre honrado. La realidad parece demostrarnos que el honorable Pujol era una especie de capo que creó un sistema de mordidas en las adjudicaciones de obras en Cataluña para beneficiar a su partido y a su familia. Y lo sabían los populares y los socialistas, pero se lo callaban porque les interesaba tenerlo comprado.

De cartón piedra - por Antonio Morales, alcalde de Agüimes 

Se decía que era el paradigma del hombre de Estado. Que  anteponía la estabilidad de España a los intereses nacionalistas de su partido. Fue el aliado fiel del PP y del PSOE en las rotaciones bipartidistas. Los jacobinos lo adoraban. Todavía ahora sale en su defensa Felipe González afirmando que es un hombre honrado. La realidad parece demostrarnos que el honorable Pujol era una especie de capo que creó un sistema de mordidas en las adjudicaciones de obras en Cataluña para beneficiar a su partido y a su familia. Y lo sabían los populares y los socialistas, pero se lo callaban porque les interesaba tenerlo comprado. Habían escondido todos los informes policiales que denunciaban la trama. Cloacas del Estado lo llaman. Hoy sale a la luz –quién sabe si es porque interesa enmierdar al proceso separatista- una importante trama de corrupción y complicidades que vuelve a caer como un mazazo en el sentir colectivo de la ciudadanía de este país.

Se trata de uno de los casos de corrupción más importantes de Europa, pero,  desgraciadamente, solo es un caso más. En estos momentos existen casi 1.700 causas abiertas en España relacionadas con la corrupción que implican a partidos, políticos e instituciones. Según Transparencia Internacional, este país ha descendido diez puestos en la percepción que tienen los ciudadanos y los expertos. Por delante de Cabo Verde y por detrás de Brunei. Casi nada.

En las últimas décadas nos hemos visto sacudidos una y otra vez por escándalos de corrupción ligados, en la mayoría de las ocasiones, a la financiación irregular de los partidos políticos. Fundamentalmente de los dos grandes partidos políticos del bipartidismo, aunque ha salpicado a otras formaciones como CiU, CC, PNV o Unió Mallorquina... Y hasta a  la misma Casa Real. La voracidad de las estructuras mastodónticas de los partidos, las campañas electorales insaciables y el poder de las élites para garantizarse prebendas y repartos de plusvalías suculentas, son algunas de las razones que han provocado que durante todos estos años nos topáramos de bruces, un día tras otro, con corrupciones institucionalizadas en Cataluña, Valencia o Andalucía o con los casos Flick, Roldán, Filesa, Campeón, Mercurio, Malaya, Clotilde, Emarsa, Brugal, Fabra, Andratx, Minuta, Astapa, Caja Castilla-la Mancha, Palau, Faycán, Emperador, Palma Arena, Baltar, Pokemón, Itv, ERE, cursos de formación andaluces, Gürtel, Bárcenas, Noos y tantos otros con nombres y apellidos haciendo pasillos por los tribunales de justicia o camuflados con amnistías fiscales, puertas giratorias, etc.

De todos los responsables de estos casos apenas una veintena se encuentran en prisión. Porque no funciona la Justicia como es debido (dilaciones, obstrucciones, insuficiencia de medios, intervencionismo partidista…). Porque se utilizan los aparatos del Estado para frenar su persecución. Porque se legisla para crear pantallas protectoras… Y van más allá. Ponen en marcha otro tipo de corrupciones incumpliendo los programas electorales, mintiendo, creando pobreza y marginación para salvar a los que tiene la sartén por el mango, secuestrando las instituciones, amnistiando a los defraudadores e indultando a los condenados, cediendo la soberanía del país a los poderes económicos, modificando la Constitución según convenga, abriendo abismos sociales y propiciando la desigualdad, destruyendo la dignidad de las personas, haciendo de la arbitrariedad un dogma, recortando derechos y libertades, oficializando el miedo, degenerando la democracia y los valores éticos…

Y a pesar de todo esto el bipartidismo se encontraba cómodo. Los partidos que lo sustentaban no padecían más sobresaltos que los producidos por la lucha por la alternancia.  Podían sucederse algunas escaramuzas. Incluso diferencias de planteamientos en cuestiones sociales. Pero no se percataban de que estaban renunciando cada vez más a que sus partidos cumplieran su papel de generadores de participación e implicación ciudadana. Que estaban incumpliendo con sus obligaciones. Se encerraban en sí mismo y se retroalimentaban de la dependencia de miles de cargos públicos. No querían enterarse de que la Democracia se debilitaba. Se mantenían a flote sin mayores esfuerzos: conservaban una claque que les garantizaba un porcentaje fijo. Solo protestaban unos cuantos extremistas y el resto se abstenía sin demasiado ruido… Podían intuir cierto descontento, pero no les parecía que hubiera prisa en solucionarlo. Permanecían insensibles. Les interesaba la exclusión del ciudadano de la política. Ramoneda trae a colación a Simone Weil para clavarlo: «El único fin de los partidos es su propio crecimiento sin limitación alguna, lo que significa una rotunda impostura en la medida en que convierten el instrumento en fin en sí mismo». Son los partidos máquinas, como los define Paolo Flores D’Arcais

Pero llegan las elecciones europeas y la ciudadanía acude a las urnas pensando que ya está bien. Que hay que recuperar la Democracia. Que caben otras posibilidades. Que el voto sirve para cambiar las cosas. que hay que repudiar la corrupción. Y la desigualdad. Y la injusticia social. Y vota distinto. Y no paran de decir las encuestas que esa orientación va a más. Y entonces se asustan. Y cambian al Rey para blindarse por arriba. Pero no vale de mucho y entonces empiezan a hablar de regeneración.

No se plantean depurar responsabilidades. Ni se les pasa por la cabeza que hay que devolver lo robado. De que  se han cometido fraudes generalizados que se tendrían que purgar. Estaría bueno. Y entonces empiezan a intentar distraer a la ciudadanía de nuevo desde el engaño. Y aprueban, hace un año, un Plan de Regeneración Democrática que suena a cuento de los hermanos Grimm. Y hablan de transparencia pero sin que se concrete en nada y sin que se pongan en marcha los mecanismos y los medios necesarios para hacerla posible. Y hablan del control de la financiación de los partidos pero no fijan límites a sus fundaciones. Y se sacan de la chistera una semana sí y otra también propuestas etéreas, inconcretas y pusilánimes. Que si los aforados, que si la regulación de los lobbies, que si el control de los secretos bancarios… Mero enroque disuasorio. Mucha irresponsabilidad. Más de lo mismo.

El PP se desangra y los sondeos anuncian que pierde millones de votos. El PSOE se desliza hacia el sumidero por donde desaparecieron los partidos socialistas de Grecia e Italia. Dice que está contra el austericidio y va Pedro Sánchez a retratarse con  Manuel Valls a Francia. Ni se les ocurre hablar de recuperar la decencia. De pagar por los errores y los daños cometidos. De corregir las políticas neoliberales y neoconservadoras que han llevado a millones de personas a la exclusión social, porque no tiene sentido una democracia sin equidad e igualdad. De hacer posible, como plantea Galbraith, que los electores puedan cambiar la política para que funcione la democracia. Pura regeneración de cartón piedra, como el maniquí con el que bailaba el protagonista de la canción de Serrat. En lo que si están poniendo especial interés es en intentar frenar y desprestigiar a los perroflautas, indignados y chavistas contra los que se desatan unas campañas terribles. Ya les gustaría una democracia sin ciudadanos.