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sábado, 04 de mayo de 2024 01:10h.

El español peninsular en Canarias - por María Gutiérrez

"Al hilo de la lectura de un artículo publicado por nuestra poeta Cecilia Domínguez en su sitio , y de una novela recién editada de un escritor chicharrero, que he abandonado en la segunda página, encendida, porque su argumento y calidad dejaron de interesarme al descubrir el uso que hace el autor del pronombre de la segunda persona del plural del verbo, de los tiempos, modos y conjugaciones del mismo, así como de los pronombres correspondientes, además del resto de categorías gramaticales exclusivas del habla peninsular..."

El español peninsular en Canarias - por María Gutiérrez

Al hilo de la lectura de un artículo publicado por nuestra poeta Cecilia Domínguez en su sitio (1), y de una novela recién editada de un escritor chicharrero, que he abandonado en la segunda página, encendida, porque su argumento y calidad dejaron de interesarme al descubrir el uso que hace el autor del pronombre de la segunda persona del plural del verbo, de los tiempos, modos y conjugaciones del mismo, así como de los pronombres correspondientes, además del resto de categorías gramaticales exclusivas del habla peninsular, me he animado a contarles algo que viene ocurriéndome, desde hace dos o tres años, con varios jóvenes poetas –todos ellos, curiosamente, del género masculino-, y que,  escuchándolos leer, me crece una rebeldía, no sólo ante ese mismo uso de la segunda persona del plural del verbo, sino de  su empeño, su denodado esfuerzo, en pronunciar, como si la barba le hubiese brotado en territorio peninsular, con un acento indefinido, que no atina una a saber si se acaba de licenciar en la Complutense o está realizando un máster en la facultad de Granada…

Ante ese esmerado tesón, digo, por pronunciar la ce y la zeta, que será para impresionarnos más aún con su verbo –en algunos casos bueno, aunque no entro aquí a juzgar calidades-, me asalta un ataque de rabia, una ira, que disminuye hasta casi desaparecer con la disculpa, que nace también espontánea: se le pasará, es la inseguridad de la juventud, los nervios, el miedo escénico… e intento comprender, pero el asunto me está llenando la cachimba. Tanto es así que hace pocas semanas, escuchando a uno de estos jóvenes -que pica la cuarentena ya-, a vueltas con las ces y las zetas, y el sois y el vais, comenzó a crecerme dentro la misma indignación de siempre, pero ya no hubo paños calientes, porque es buen poeta, porque no es un niño, que hay abuelos de su edad en Añaza, y preguntándome cuánto tiempo voy a aguantar este insulto a mis oídos, al habla canaria y al mismísimo castellano extinguido al que pretende honrar este ñame, le pregunté ¿dónde naciste tú? ¿dónde te criaste? ¿dónde creciste? ¿dónde estudiaste tú, para leer de esta manera?, porque lo mismo había pronunciado corazón, articulando la zeta como pudo, que, dos versos más tarde, había dicho zonriza, articulando la zeta de la misma guisa, con un enredo entre los dientes.

El pobre vate desgraciado -sin gracia-, encarnado, no sé si de rabia o vergüenza, me miró mudo, y  proseguí, sin que mi indignación disminuyera un fisco, diciéndole que devaluaba sus versos y nos trasmitía su desdén por el habla de sus padres, por nuestro acervo y nuestro léxico. Todo, más, y me despaché. No sé si tendrá en cuenta mis palabras, pero si continúa despreciando el habla canaria y balbuciendo ces y zetas, conseguirá que me dedique a observar sus fallos articulatorios, contándolos, memorizándolos para componerle un rimado, antes que dejarme sugestionar por sus hermosos poemas, si es que, nublada la razón, se me ocurriera acudir a escucharlo de nuevo, o comprar algún libro de su autoría.

¿Qué motivo lleva a estos hombres a semejante ímprobo esfuerzo de traducción y dicción? Porque, digo yo, si somos 470 millones de personas las que hablamos español, y, de éstas, sólo 44 millones –apenas el 10 %-  las que hablan el español peninsular, ¿por qué se empeñan los poetas y escritores canarios en hablar como ellas? ¿Algún iluminado les advirtió de que es de magos escribir como se habla? Es capaz… Y ellos, ¿se rebajan a semejante concesión porque no poseen personalidad y criterio propio para imponerlo, o se avergüenzan de su origen pretendiendo imitar a esos 44 millones de personas a las que consideran superiores? ¿Desean, pues, ser más que sus paisanos y que esos restantes 430 millones de personas que no habitan la Península Ibérica?

¿Cuándo vamos a extirpar este carcinoma?

Muchas son las dudas a esclarecer y cuestiones a estudiar, pero, querer aparentar lo que no se es, se denomina en Canarias ser pretencioso (2), y, al margen del motivo -vergüenza, complejo, ambición-, no deja de ser la machangada de un tolete, que, a pesar de ser poeta, narrador y tener dos dedos de frente, no sabe de dónde viene, y. por lo tanto, no tiene ni idea de a dónde va, ¡cuánto talento desperdiciado! ¡Qué pena!

Esta es una vergüenza y una humillación que no merecemos.

Y así será, hasta que descifremos y definamos cuál es la razón qué nos impele, qué nos lleva a renunciar a nuestra palabra, por qué se niega el poeta a escribirla, a pronunciarla, si no es por peso del yugo de los conquistados, por el complejo de inferioridad de los sometidos, por la pertenencia a un pueblo colonizado.

Mientras estos bobos queman energía, pierden fuerza y tiempo en esos ejercicios inútiles para imitar el habla del español peninsular, mientras realizan semejantes esfuerzos de traducción, corrección y dicción, mientras hacen el ridículo fingiendo ser otros, no pueden pensar; su producción empobrece, no ejercitan el sentido crítico que se les presume, ni serán capaces de ofrecer alternativas, ideas, diferentes perspectivas teóricas y lingüísticas que abran nuevos cauces creativos, que nos inviten a la reflexión; ocupados jugando a escritores, alienados, ignoran y olvidan que la lengua es un ser vivo, como el vino, en continua transformación, y que el habla canaria no es más –ni menos- que el castellano evolucionado a través de los siglos por nuestros antepasados. Mientras, los otros, los que no son poetas, ni pollabobas, continuarán en su empeño de convencernos de que lo nuestro no vale y no sirve para nada, de que somos magos y no sabemos hablar ni escribir, y que lo cool es hacerlo como lo hacen los españoles.

Esa es la estima propia que hemos heredado, de la que hacen gala estos escritores. Los demás seguiremos aplatanados (3), indolentes e inactivos en nuestra histórica indiferencia frente a esta humillante actitud, olvidando, entre otros muchos principios, que no será respetado quien no se respeta a sí mismo: es indigno.

(1) "La segunda del plural" http://www.ceciliadominguezluis.com/

(2) Del francés prétentieux

(3) Según el diccionario de la RAE, indolentes, inactivos

 

 

María Gutiérrez, Canarias, abril de 2013