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lunes, 29 de abril de 2024 08:08h.

La guerra es una estafa Capítulo 2: ¿Quién se queda con los beneficios?- por General Smedley D. Butler (1935)

 

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 En La casa de mi tía con la colaboración de
Federico Aguilera Klink
LA GUERRA ES UNA ESTAFA. En La casa de mi tía con la colaboración de Federico Aguilera Klink
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Capítulo 2

¿Quién se queda con los beneficios? 

La [Primera] Guerra Mundial —diríamos más bien nuestra breve participación en ella— ha costado a los Estados Unidos unos cincuenta y dos mil millones de dólares. Calculemos. Eso significa cuatrocientos dólares por cada hombre, mujer y niño  estadounidense. [1] Todavía no hemos pagado esa deuda. La estamos pagando, nuestros hijos la pagarán y, probablemente, los hijos de nuestros hijos todavía tengan que pagar el costo de esa guerra.

Los beneficios normales de un negocio en los Estados Unidos son seis, ocho, diez y, a veces, hasta doce por ciento. Pero los beneficios en tiempo de guerra, ¡ah! Ésa es otra cosa: veinte, sesenta, cien, trescientos y hasta mil ochocientos por ciento. El cielo es el límite. Todo lo que la situación permita. 

El Tío Sam[2] tiene el dinero. Obtengámoslo de él. Por supuesto, esto no se expone tan crudamente en tiempo de guerra. Viene incorporado en los discursos acerca del patriotismo, el amor al país, y la necesidad que «todos pongamos el hombro». No obstante, las ganancias aumentan prodigiosamente y son recibidas con seguridad.

Examinemos algunos ejemplos. Consideremos a nuestros amigos los du Pont, la gente que fabrica la pólvora. ¿Recientemente no declaró uno de ellos, ante un Comité del Senado, que su pólvora fue la que ganó la guerra? ¿Que ella fue la que salvó el mundo para la democracia? ¿O algo parecido? ¿Cómo les fue a los du Pont en la guerra? Ellos formaban parte de una empresa patriótica. Bien, en el período 1910-1914, el promedio anual de ganancias de los du Pont fue de seis millones de dólares[3]. 

No era mucho, pero los du Pont supieron vivir con él y salir adelante. Examinemos ahora el promedio de beneficios anuales durante los años de la guerra, de 1914 a 1918. ¡Encontramos que su beneficio anual ascendió a cincuenta y ocho millones de dólares! Casi diez veces el promedio de épocas normales, sin olvidar que los beneficios de las épocas normales eran bastante buenos.

Un aumento en las ganancias de más del novecientos cincuenta por ciento. Examínese el caso de una de nuestras pequeñas empresas siderúrgicas que tan patrióticamente dejaron de lado la fabricación de rieles, vigas y puentes para producir material de guerra. Bien, sus ganancias anuales en el período 1910-1914 promediaron los seis millones de dólares. Luego vino la guerra. Y, como ciudadanos leales, rápidamente, la Bethlehem Steel pasó a producir municiones. ¿Crecieron sustancialmente sus beneficios o dejaron que el Tío Sam hiciera su agosto? Bien, su promedio anual de beneficios en el período 1914-1918 fue de ¡cuarenta y nueve millones de dólares! 

Consideremos el caso de la United States Steel. Los beneficios anuales normales durante el período de cinco años anterior a la guerra fueron de ciento cinco millones de dólares. Nada mal. Llegó la guerra y los beneficios se fueron para arriba. El promedio anual de beneficios del período 1914-1918 fue de doscientos cuarenta millones de dólares. Nada mal. 

Analicemos otras industrias. La del cobre, quizá. Al cobre siempre le va bien en tiempos de guerra. Anaconda, por ejemplo. Su promedio de ganancias anuales en los años anteriores a la guerra —es decir entre 1910 y 1914— fue de diez millones de dólares. Durante los años de la guerra 1914-1918 las ganancias anuales pasaron a ser de treinta y cuatro millones de dólares. O el caso de la Utah Cooper. Entre 1910 y 1914, el promedio anual de ganancias ascendió a cinco millones de dólares. Durante el período de la guerra saltó a un promedio anual de beneficios de veintiún millones de dólares. Agrupemos estas cinco empresas con tres compañías más pequeñas. El total de los promedios de ganancias anuales en el período anterior a la guerra (1910-1914) ascendió a 137,480,000 dólares.

Entonces llegó la guerra y el promedio de beneficios anuales de este grupo se elevó súbitamente a 408,300,000 dólares. Un pequeño aumento de aproximadamente doscientos por ciento. ¿La guerra es rentable? Para ellos sí. Pero no son los únicos. Hay otros más. Examinemos la industria del cuero. En el período de tres años anterior a la guerra, las ganancias totales de la Central Leather Company ascendieron a tres millones y medio de dólares, esto es 1,167,000 dólares anuales aproximadamente. Bien, en 1916 la Central Leather Company arrojó ganancias de quince millones y medio de dólares, un pequeño aumento de 1,100 por ciento. Eso es todo. 

Durante los tres años anteriores a la guerra, la General Chemical Company registró un promedio de beneficios anuales de un poco más de ochocientos mil dólares. Llegó la guerra y crecieron a doce millones de dólares, un salto de mil cuatrocientos por ciento.

La International Nickel Company —recuerde el lector que no puede haber guerra sin níquel— mostró un aumento en sus ganancias anuales de un modesto promedio de cuatro millones de dólares a 73,500,000 dólares. ¿Nada mal, no? Un aumento mayor a mil setecientos por ciento. La American Sugar Refining Company promedió doscientos mil dólares anuales en los tres años anteriores a la guerra. En 1916 registró un beneficio de seis millones de dólares. 

Leamos lo que dice el Documento del Senado No. 259. El sexagésimo quinto Congreso [de los EE.UU.], informa sobre las ganancias empresariales y los ingresos del gobierno. Considera los beneficios durante la [Primera] Guerra [Mundial] de 122 empacadores de carne, 153 fabricantes de algodón, 299 fabricantes de ropa, 49 plantas siderúrgicas y 340 productores de carbón. Las ganancias inferiores al veinticinco por ciento fueron muy raras. Por ejemplo, durante la guerra las compañías del carbón obtuvieron un beneficio de entre cien y 7,856 por ciento sobre su capital social.

Los empacadores de Chicago duplicaron y triplicaron sus ganancias. Y no nos olvidemos de los banqueros que financiaron esta gran guerra. Si algunos recibieron los mayores beneficios, esos fueron los banqueros. Por ser considerados consorcios y no empresas, no tenían por qué informar a sus accionistas. Sus ganancias eran tan secretas como inmensas. No sé cómo los banqueros hicieron sus millones y sus billones, porque esos pequeños secretos nunca llegan a ser públicos, ni siquiera ante una comisión investigadora del Senado. Pero a continuación describiré la manera cómo algunos de los otros industriales y especuladores patriotas se abrieron camino para obtener los beneficios de la guerra.

Tomemos las empresas del calzado. A ellas les gusta la guerra. Significa negocios con ganancias extraordinarias, anormales. Obtuvieron  enormes ganancias exportando a nuestros aliados. Quizá, al igual que los fabricantes de municiones y armamento, también vendieron su producto al enemigo. Es que un dólar es un dólar, venga de Alemania o de Francia. Pero, de igual manera, también les fue bien con el Tío Sam.

Por ejemplo, vendieron treinta y cinco millones de pares de botas de servicio, de ésas con la suela claveteada. Había cuatro millones de soldados. La proporción era de ocho pares y algo más por soldado. Durante la guerra mi regimiento sólo recibió un par de botas por soldado. Probablemente, algunas de esas botas existan todavía. Era un buen calzado. Pero cuando la guerra terminó, el Tío Sam contaba con un sobrante de veinticinco millones de pares de botas. Compradas y pagadas. Ganancias registradas e ingresadas. 

Sin embargo, había cantidad de cuero sin usar. Así que la gente del cuero vendió a su Tío Sam centenares de miles de sillas de montar McClellan para la caballería. ¡El problema era que no había caballería estadounidense en ultramar! Claro, alguien tenía que deshacerse de ese cuero. Alguien tenía que obtener un beneficio de él, así que tuvimos muchas de esas sillas de montar McClellan. Probablemente todavía las tengamos. 

De igual forma, alguien tenía montones de malla para mosquiteros. Vendieron a tu Tío Sam veinte millones de estas mallas de mosquiteros para el uso de los soldados en ultramar. Supongo que se esperaba que los soldados se las colocaran encima mientras intentaban dormir en trincheras fangosas, una mano rascándose las espaldas llenas de piojos y la otra haciendo pases a ratas escurridizas. Pues bien, ¡ninguna de esas mallas de mosquitero llegó a Francia!

De cualquier manera, estos creativos fabricantes se aseguraron que ningún soldado se quedara sin su malla de mosquitero, por lo que le vendieron al Tío Sam cuarenta millones de yardas adicionales de malla de mosquitero. Se obtuvieron ganancias bastante buenas con las mallas de mosquitero en esos días de la guerra, incluso si se considera que no había mosquitos en Francia. Supongo que si la guerra hubiera durado un poquito más, los emprendedores fabricantes de malla para mosquiteros habrían vendido a tu Tío Sam un par de cargamentos de mosquitos para introducirlos en Francia, de manera que se comprase más mallas para mosquiteros.

 Los fabricantes de aviones y motores sentían, también, que debían obtener sus propios beneficios de esta guerra. ¿Por qué no? Todos los demás estaban recibiendo los suyos. Así que el Tío Sam gastó mil millones de dólares —cuéntenlos si viven lo suficiente— en construir aviones y motores de aviones ¡que nunca despegaron! Ni un avión, ni un motor, de los comprados con los mil millones de dólares, entró en combate en Francia. A pesar de ello, los fabricantes obtuvieron pequeños beneficios de treinta, cien, o quizá trescientos por ciento.

El costo de fabricación de la ropa interior para los soldados era de catorce centavos y el Tío Sam pagó de treinta a cuarenta centavos, una pequeña y agradable utilidad para el fabricante de la ropa interior. Los fabricantes de medias, uniformes, gorras y cascos de acero, todos ellos, obtuvieron sus beneficios. ¿Por qué, cuando terminó la guerra, unos cuatro millones de juegos de equipo —mochilas y las cosas que van dentro de ellas— abarrotaban los almacenes en este lado [del Atlántico]? Hoy están siendo desechados porque han cambiado las regulaciones sobre lo que debe ser su contenido. Sin embargo, los fabricantes recibieron sus ganancias de tiempos de guerra y harán lo mismo la próxima vez.

 Durante la guerra surgieron muchas ideas brillantes para obtener beneficios. Un patriota muy versátil vendió al Tío Sam doce docenas de llaves de cuarenta y ocho pulgadas. Eran llaves muy simpáticas. El único problema era que sólo había una tuerca lo bastante grande que requiriese este tipo de llave. Ésta era la tuerca que sujetaba las turbinas en las cataratas del Niágara. Bien, después que el Tío Sam compró las llaves y el fabricante se metió las ganancias en el bolsillo, las llaves fueron colocadas en coches de carga y paseadas por todo Estados Unidos en un esfuerzo por encontrar uso para ellas. La firma del Armisticio fue un golpe desolador para el fabricante de las llaves.

Éste estaba por comenzar a producir algunas tuercas que calzaran con las llaves. Una vez fabricadas, planeaba venderlas a tu Tío Sam.  Otro tuvo la brillante idea que los coroneles no deberían movilizarse en automóviles, ni siquiera a caballo. Probablemente alguien haya visto el retrato de Andy Jackson movilizándose en una calesa.[4] Bien, para el uso de los coroneles se vendió al Tío Sam ¡seis mil calesas! Ni una de ellas fue utilizada. Pero el fabricante de calesas obtuvo sus beneficios de la guerra. 

Los constructores de buques sintieron que algo les debería caer también a ellos. Construyeron muchos buques que produjeron grandes beneficios. Por un valor superior a los tres mil millones de dólares. Algunas de las naves estuvieron bien construidas. Sin embargo, buques hechos de madera, por un valor de seiscientos treinta y cinco millones de dólares ¡nunca flotarían! Las uniones se abrieron y las naves se hundieron. Sin embargo, pagamos por ellas. Alguien se metió los beneficios al bolsillo.

Los estadísticos, economistas e investigadores han estimado que la guerra costó a tu Tío Sam cincuenta y dos mil millones de dólares. De esa suma, treinta y nueve mil millones se gastaron en los años que duró la guerra. Ese gasto rindió dieciséis mil millones de dólares en beneficios. Así es como veintiún mil personas llegaron a ser millonarios y multimillonarios. Este beneficio de dieciséis mil millones de dólares no debe ser tomado a la ligera. Es una suma bastante considerable. Fue a parar a manos de muy pocos. 

El Comité Nye del Senado, encargado de investigar la industria de las municiones y sus beneficios en tiempo de guerra, a pesar de sus revelaciones sensacionales, apenas arañó la superficie. [5] Aún así ha tenido cierto efecto. «Por algún tiempo» el Departamento de Estado ha venido estudiando métodos para mantener [a EE.UU.] fuera de la guerra. Repentinamente, el Departamento de Guerra informa que tiene un plan maravilloso por presentar. La Administración nombra a un Comité para limitar los beneficios en tiempos de guerra, Comité integrado por los Departamentos de Guerra y Marina, hábilmente representados bajo la presidencia de un especulador de Wall Street. 

No se conoce a cuánto ascendería ese límite. Hmmm. Posiblemente los beneficios de trescientos, seiscientos y mil seiscientos por ciento de aquellos que con la [Primera] Guerra Mundial transformaron sangre en oro serían limitados a alguna cifra inferior. Sin embargo, al parecer el plan no establece ninguna limitación para las pérdidas, es decir, las pérdidas de los que luchan en la guerra. Por lo que he podido comprobar, no existe nada en el esquema que limite la pérdida de un soldado a sólo un ojo, o un brazo, o para limitar sus heridas a una, dos o tres. O para limitar la pérdida de vidas.

Aparentemente, no hay nada en este esquema que disponga que no más del doce por ciento de un regimiento deba ser herido en combate, o que no más del siete por ciento de una división deba perecer en la guerra. Por supuesto, el Comité no puede ser incomodado con tan insignificantes minucias.

«Liberty Bond» (Bono por la Libertad) por valor de cien dólares. Fue emitido en septiembre de 1918 y perteneció a la cuarta serie de estos bonos, conocida como «Liberty Loan» (Préstamo por la Libertad).__

 

 

NOTAS

 

[1] Según la Oficina del Censo

[http://www.census.gov/population/estimates/nation/popclockest.txt], el primero de julio de 1935 Estados Unidos tenía una población de 127,250,232 habitantes.

[2] Alusión al Gobierno Federal de Estados Unidos.

[3] La estimación más conservadora del poder adquisitivo de un dólar de 1914 en el año 2011 es, aproximadamente, 23.20 dólares. La fuente de la cifra es el sitio en Internet Measuring Worth. [http://www.measuringworth.com/]

[4] Se refiere a Andrew Jackson, séptimo presidente que gobernó Estados Unidos entre 1829 y 1837.

[5] Comité presidido por el senador Gerald P. Nye.

 

 

SMEDLEY BUTLER

* En La casa de mi tía con la colaboración de Federico Aguilera Klink

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