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viernes, 03 de mayo de 2024 15:19h.

La obra secuestrada de un viento del pueblo - por Nicolás Guerra Aguiar


Nicolás Guerra Aguiar nos recuerda que hace dos años que se conmemoraba el centenario de Miguel Hernandez, y ahora se acaban de cumplir los setenta años de su muerte. 31 años tenía. Abruma pensar qué hubiera hecho este hombre si no lo hubieran matado, de desamparo y de tristeza. Tristeza y desamparo que no cesan, viendo lo que nos cuenta Nicolás, de como las miserias humanas le cicatean el homenaje debido al poeta pastor. No hay 150.000 euros para una fundación. Pero se han gastado ocho millones en el Museo Diocesano. Tristeza y desamparo.

La obra secuestrada de un viento del pueblo -por Nicolás Guerra Aguiar

 Fue el 28 de marzo de 1942 –casi a los tres años de finalizada la Guerra Civil española- cuando el doctor Pérez Miralles, que lo era de la cárcel para presos políticos (eufemísticamente llamada «Reformatorio de Adultos de Alicante»), certifica la muerte de Miguel Hernández Gilbert «de 30 años de edad [realmente, 31], hijo de Miguel y de Concepción, casado con Josema Manresa Marhuenda […] fallecido en la Enfermería de este Establecimiento a las cinco horas treinta minutos del día de hoy, a consecuencia de Fimia pulmonar», algo semejante a la tuberculosis –aunque el Diccionario Médico que manejo no registra tal voz-, si no es lo mismo, me dicen.

En 2010 celebró la ciudad de Orihuela (Alicante, Valencia) el «Año Hernandiano», primer centenario de su nacimiento para tan corta vida, pero coherente en lo ideológico y tan productiva en lo literario. Porque a pesar de apasionamientos a favor o en contra del poeta, sus palabras se eternizan no ya por las fatales circunstancias de su vida, sino porque legó a la humanidad una obra que trasciende las edades del tiempo.

Los más impactados hablan de la tríada poética republicana del XX, Lorca, Machado, Hernández, víctimas de la barbarie fraticida, odios y apasionamientos exacerbados: el granaíno que elevó a categoría literaria al despreciado calé murió asesinado con 38 años, homosexualidad, republicanismo, traición a su casta social, animadversión por su Romancero Gitano; al caminante sevillano cuya juventud fueron «veinte años en tierras de Castilla» y denunció a «la España de charanga y pandereta» lo mató la tragedia de la Guerra Civil en un pueblo francés, Colliure, a los 64 (ya «ligero de equipaje»), antes que a su madre; y el oriolano, aquel que pobló «de amor y sementera» el vientre de su mujer, Josefina, la hija del guardia civil asesinado por republicanos, muere no por las balas del paredón, sino a causa de la enfermedad contraída en la cárcel, pues había sido cantor del Quinto Regimiento de Milicias Populares, brigada republicana del PCE comandada por El Campesino.

Pero no fueron los únicos, pues ambas Españas mataron voces y palabras, aunque también es cierto que los poetas consagrados estaban más cerca de la República (Juan Ramón, Prados, Cernuda, Salinas…, muertos todos ellos en el exilio). Y desde 1939 los vencedores se identificaron en varias revistas: Escorial, de Falange, o Garcilaso, poesía de corte imperial, clásica, mística fascista, por ejemplo. Y si bien es cierto que desde el plano del contenido republicanos y rebeldes nada tienen que ver, en lo formal, en lo poético, hay composiciones de gran calidad en los segundos aunque, eso sí, absolutamente aisladas del contexto social, sombrío, de cárceles, consejos de guerra, paredones, miserias, hambre, fanatismos…

Hay en nuestra sociedad una especial disposición a recuperar las casas en las que vivieron personajes importantes, aunque es cierto que otras se derrumban, hastiadas y marchitas por incompetencias, inculturas. Pero también hay alguna –Casa-Museo de Dulcinea, en El Toboso, muy cerca de la iglesia con la que toparon Don Quijote y Sancho- que es eso, ficción. Allí, en desordenado disparate, mezclan mobiliario de distintas épocas, e incluso un cuadro romántico preside una de las salas. Pero salvo esta aparente coña, casi todas reflejan posiciones económicas holgadas o, al menos, no son de campesinos o cabreros, como es el caso de Miguel Hernández. Y, aunque bien es cierto que su padre comerciaba con el norte de África (compraba y vendía cabras), tampoco puede obviarse que Miguel Hernández estudió sus primeros años en un colegio religioso, al menos eso me dijeron. Cabrero también (Alberti, a fin de cuentas un señorito andaluz, lo llamó despectivamente «el poeta pastor»). Por tanto, su casa –hoy remozada- conserva estructura y distribución interior tal como fue en su momento, e incluso disponía, cerca del huerto, de un evacuatorio, todo un lujo. Y a su lado, los corrales naturales para guarda y vigilancia de hatos o rebaños.

Esta, pues, la de Orihuela, rezuma sencillez. Ni ampulosidad decorativa ni elementos ajenos a ella salvo, por supuesto, porrón, platos, morteros… En su habitación, la maleta, simbólicamente cargada de las cuartillas en que escribió Perito en lunas, la obra que llevó a Madrid en 1931, ilusionado con el éxito. Y el cayado que usaba por el monte, y alpargatas. En esencia, la casa-museo es natural, distendida, llena de luz, también con huerto claro, pisos rústicos, caminos de tierra en el patio, enclavada hoy en un barrio marginal, de gitanos, en aquellos años quizás aislada, casa de gente y animales, solitaria bajo el grisáceo monumento de una montaña.

Camino de ella, el palacio episcopal, tan conocido por el canónigo señor Almarcha en 1939. Consideró este sacerdote católico que el poeta, aunque de buena familia, necesitaba «regenerarse» en la cárcel, pues «puso su talento al servicio de la España de los sin Dios». Muy cerca de este edificio dieciochesco de estilo barroco, monumento BIC (¡como la ermita del Caedero!, en Gáldar), la casa de Ramón Sijé, aquel amigo del alma que se le murió «como del rayo», en primerísima juventud. Algo más arriba, la calle Alcázar de Toledo, reminiscencia.

Y a los setenta años de su muerte, la obra hernandiana está guardada en la caja fuerte de un banco porque el Gobierno del Ayuntamiento de Elche se niega a invertir 150.000 euros anuales para crear una Fundación cultural que difunda su obra. Alega que no solo no fue cedida al Ayuntamiento, sino que la familia del poeta reclama beneficios económicos. Y en el edificio religioso, un cartelón: «Conselleria D’Infraestructures I Transport, Generalitat Valenciana. Tercera fase de rehabilitación del Palacio. Presupuesto: 776.118,11 euros». En él se instaló el Museo Diocesano de Arte Sacro de Orihuela, inaugurado en 2011 por el señor obispo de Orihuela-Alicante: «Plasma la historia de la fe cristiana en esta ciudad a través de cerca de doscientas obras». El importe total ascendió a ocho millones de euros.

 También en:

  http://canariasinvestiga.org/la-obra-secuestrada-de-un-viento-del-pueblo

http://www.canarias7.es/articulo.cfm?id=255570