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viernes, 26 de abril de 2024 23:09h.

El lecho de la brisa - por Francisco González Tejer

El lecho de la brisa - por Francisco González Tejera *

 
En la vieja cama retozaban con esa inmensa ternura que solo se consigue cuando existe un amor verdadero, parecían conocerse desde siempre, desde lejos. Juvenal Machado y Elvira Galindo se pasaban la tarde entera de cada viernes amándose en la vieja casa de El Palmar de Teror, era de la tía del muchacho, le dejaba las enormes llaves de hierro colgadas del clavo del alpendre, el refugio donde descansaba la cabrita con sus dos baifos (1), las gallinas del pescuezo pelado, el pequeño grupo de gallos ingleses de pelea, que usaba su marido el docente de Arucas en las riñas de Cardones, antes de que se lo llevaran para siempre.
 
Después de hacer el amor durante varias horas los amantes abrazados miraban al techo de madera de tea y cañas, una arañita pequeña, morada, se entretenía cazando mosquitos, aquellos ojos llorosos de placer no dejaban de mirar al arácnido que tejía, buscaba que las presas aladas cayeran en aquella vulnerable y frágil trampa de algo parecido a la seda.
 
Juvenal se giró y la besó en los labios, Elvira sintió aquella dulzura, un sabor que parecía conocer de siglos, un aroma ancestral de otras vidas lejanas ya olvidadas en la nebulosa de los sueños. Afuera el agua corría por la acequia de los Morales, un ruido como a lluvia eterna, la que a veces inunda las noches oscuras de ruidos mágicos y misterios.
 
En la mesita de noche la foto del marido asesinado por los fascistas, una vela blanca encendida, siempre prendida como una excusa de luz, un faro para aquel espíritu perdido, desconcertado en el vacío, una referencia para que supiera volver al lecho amado, los restos del recuerdo de un hombre bueno asesinado por sus ideas en 27 de septiembre del 36.
 
El muchacho recordaba sin hablar en el descanso del amor el día que lo detuvieron, como lo sacaron a golpes de la casa, para en la misma calle atarle violentamente las manos a la espalda. Juvenal sabía que eso mismo estaba pasando en toda la isla redonda, que los hijos de la marquesa del pueblo de la piedra de cantería, los caciques ingleses del tomate, el conde de La Vega, el tabaquero violador de trabajadoras y toda la plana mayor de Falange y Acción Ciudadana estaban matando, desapareciendo, arrojando al mar, a simas y pozos a la gente más honrada y decente de aquel pueblo masacrado.
 
Solo fue un pequeño lapsus de escasos minutos, el joven se dejó llevar por los recuerdos más tristes, hasta el instante en que Elvira volvió a besarlo y todo se llenó de colores, de sabores buenos, de olores de la infancia, del inmenso amor capaz de sobrevivir y resistir el embate de la maldad ilimitada de ciertos miembros de la especie humana. Se enredaron en las sabanas sobre el colchón de paja, la vela se apagó de repente y no había brisa ni corriente, los dos se miraron por un instante, pararon el ritual salvaje, pensaron por un instante en los ojos limpios del maestro de escuela asesinado.
 
(1) Vocablo asociado al modo de vida indígena canario de antes de la conquista castellana, cuyo significado es cría de la cabra, cabrito.
 
 
 
* En La casa de mi tía por gentileza de Francisco González Tejera