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viernes, 26 de abril de 2024 10:00h.

Liliputienses - por María Vacas Sentís

Tranquilidad, señores y señoras de El Hierro. Los mercaderes del porvenir podrán privatizar la gestión de los aeropuertos canarios, finiquitar los derechos a desplazarse de los isleños, vender en botellas de todos los tamaños hasta el mismo aire que respiramos, pero jamás de los jamases osarán cerrar el aeropuerto de El Hierro. Sucede que en esta isla habita Manuel Fernández, diputado del PP, quien garantiza que esto no ocurrirá.

Liliputienses - por María Vacas Sentís

Tranquilidad, señores y señoras de El Hierro. Los mercaderes del porvenir podrán privatizar la gestión de los aeropuertos canarios, finiquitar los derechos a desplazarse de los isleños, vender en botellas de todos los tamaños hasta el mismo aire que respiramos, pero jamás de los jamases osarán cerrar el aeropuerto de El Hierro. Sucede que en esta isla habita Manuel Fernández, diputado del PP, quien garantiza que esto no ocurrirá. Si alguien osara pretenderlo él se pondría delante de la manifestación -en actitud antisistémica- y nadie lo sacaría de ese frente hasta la reapertura del recinto. ¿Llegará a encadenarse? ¿Se negará a probar bocado? Lo ignoramos. Nos cuentan que los directivos de AENA ha sido escuchar su rugido y cerrar de inmediato sus maletines negros cargaditos de estadísticas y crueles augurios, y echarse a temblar. Ojalá que nunca tengamos que recordarle al político Fernández su promesa, pero es cuestión de tiempo si se mantiene como único criterio el de la diosa rentabilidad. A la insuperable fábrica de desgracias humanas y recortes sociales que constituye el PP muy poco -por no decir nada- le quita el sueño el interés público y social. Nada les importa la suerte que sufran los herreños, ni tampoco la de los canarios; tan poco en realidad como al propio diputado Fernández le preocupa lo que pase en otros aeropuertos insulares; de hecho, aprovechó presto la ocasión para situar en el punto de mira otros recintos con más dificultades y que aún están abiertos, como el de La Gomera. “No nos engañemos, esto es una realidad”, dijo. Así son los políticos liliputienses, seres incapaces de mirar un palmo más allá de la puertita de su casa.

Nadie parece advertir la carrera hacia los infiernos a donde nos conduce el criterio suicida de la rentabilidad, un monstruo economicista y privatizador que arrolla a su paso los derechos humanos y el bienestar ciudadano. ¿Dónde está escrito que un servicio público haya de ser rentable? ¿También una biblioteca o un centro de salud han de serlo? ¿Dónde trazamos el límite? ¿Por qué nadie se cuestiona este axioma cuando se habla de privatizar los aeropuertos? ¿Será que estamos gobernados por liliputienses?

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