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viernes, 26 de abril de 2024 15:48h.

Los antibióticos y otras mentiras - por Rafa Dorta


Muy atinada analogía entre las mentiras y las medicinas la que hace Rafa Dorta en este artículo. De la msima manera que una administración desmesurada de fármacos produce en el organismo un efecto de hábito contraproducente, las mentiras que nos propinan incesamente los ultraliberales terminan por producir una enfermedad terminal incurable en nuestra sociedad. Contra eso es preciso cortar de inmediato con esos fármacos-mentira que nos envenenan. 

Los antibióticos y otras mentiras - por Rafa Dorta 

Nos hacen tragar las mentiras igual que a los niños cuando se les obliga a tomar una medicina amarga aunque no les guste su sabor ni su olor. Y como a los niños, nos convencen de que es por nuestro bien, a aprender que no hay otro remedio y la obligación de cortar la fiebre, una resistencia lógica del cuerpo ante las agresiones externas. Se les conoce como antibióticos y son administrados de forma compulsiva sin tener en cuenta que lo que realmente consiguen es dañar de forma irreversible a nuestro organismo, disminuyendo la capacidad de nuestras defensas. De este modo, la enfermedad se retroalimenta y al cabo de cierto tiempo, se producen nuevas recaídas y entonces, nos vuelven a recetar antibióticos más potentes; pues ya es obvio que con los anteriores no será suficiente, culminando el proceso de destrucción de nuestro sistema inmunológico, con el añadido de los múltiples efectos secundarios, o dicho en terminología militar, los inevitables daños colaterales que atentan gravemente contra la salud de la población.

Lo peor de las mentiras no es que estemos sometidos a un engaño constante, sino la gran dependencia que han generado en nuestra sociedad, haciendo crecer la necesidad de consumir la inmediata ración de pastillas sintéticas cada vez que nos sentimos mal, utilizando su técnica inhibitoria para que nos ayude a  delegar en esos antibióticos toda la responsabilidad de la lucha contra los virus malignos que nos acechan.

Siempre he pensado que el mejor médico del mundo es uno mismo, porque nadie conoce tan bien las dolencias, las preocupaciones y los dolores físicos que conllevan, como los que lo sufren en carne propia, los ciudadanos convertidos en pacientes de por vida, cuando vemos o escuchamos los contradictorios informes emitidos por los especialistas en cada materia. Hoy elaboran un diagnóstico distinto al de ayer y nos explican el tratamiento a seguir. Mañana lo cambiarán de nuevo y así sucesivamente, llevando a término el proceso concebido para que vaya aumentando nuestra tolerancia a las mentiras antibióticas, mientras sigue engordando el virus sistémico que nos asola.

Los medicamentos son esa mentira que imploramos para seguir esperando la cura que nunca llega, y nuestros ineficaces médicos se equivocan no sólo con la aplicación de absurdos cuidados paliativos, sino que son ellos mismos los primeros contagiados por el virus del sistema, es decir, que la enfermedad también se ha apoderado de su identidad. En definitiva, ellos son el virus.

La conclusión es evidente: tenemos que rechazar a estos doctores y a sus medicinas. Debemos renunciar a los fármacos que anestesian nuestra realidad y dejarla desnuda, por muchos dolores que esto nos pueda causar. Con esa terapia natural conseguiremos fortalecernos, para llegar a ser capaces de superar las barreras que nos impiden sobreponernos al miedo a independizarnos del poder antibiótico de las mentiras.