Perder libertad para ganar (supuesta) seguridad - por Nicolás Guerra Aguiar *

El 24 de febrero (2017) Londres volvió a sentir en sus entrañas la violencia terrorista: hubo siete muertos y 48 heridos. Días después, en plena campaña electoral la señora May -primera ministra del Reino Unido- lanzó flechas envenenadas contra el corazón de la libertad: si los derechos humanos son un problema para combatir a los terroristas, recortemos los derechos humanos.  

   Lo cual venía a confirmar un peligroso planteamiento de ciertos partidos conservadores: aunque no haya pruebas suficientes para acusar formalmente ante el juez a un sospechoso de terrorismo, el Estado debe restringir su libertad: “Me refiero a facilitar que las autoridades puedan deportar a extranjeros sospechosos de terrorismo. Y me refiero a hacer más cosas para restringir su libertad cuando tenemos pruebas de que son una amenaza, pero no pruebas suficientes para procesarlos en los tribunales”.  Por tanto, deben cambiarse las leyes. Así, los doce detenidos por supuesta relación con el atentado del 22 de mayo no hubieran sido puestos en libertad sin cargos: estarían pudriéndose en las cárceles. (El 8 de junio los votantes ingleses le arrebataron a la señora May la mayoría absoluta.)   

   Vaya por delante (conviene ahora explicitar posicionamientos ideológicos) mi radical y contundente oposición al terrorismo cuando este significa cualquiera de las tres acepciones recogidas en el Diccionario de la lengua española: “1.Dominación por el terror. 2.  Sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror. 3. Actuación criminal de bandas organizadas, que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos”.

   Terrorismo, pues, llevado a cabo por Occidente contra ciudadanos asiáticos ajenos a componendas, delirios de sus propios gobernantes, estrategias militares, expansiones de multinacionales, milmillonarios intereses, pozos petrolíferos o rutas comerciales: son, por tanto, gente ajena al poder. Es terrorismo ejercido sobre millones de personas diariamente bombardeadas en aldeas, hospitales o escuelas y que mueren destrozadas por la acción de sofisticadísimas armas. Terribles armas compradas a empresas legalmente ubicadas en los países más desarrollados: la Norteamérica que enarbola banderas mundiales de libertad; la culta y revolucionaria Europa de la Comunidad; la Rusia surgida sobre la extinta Unión Soviética; la misma China de milenarias tradiciones y filosofías pacifistas… o Israel, donde cualquier palestino es supuesto terrorista.

   Terrorismo, también, sobre personas anónimas que viajan en guaguas, trenes, aviones o, simplemente, pasaban por cualquier lugar cuando se producen explosiones, disparos, cuchilladas o camiones y coches arrollan a quienes encuentran a su paso. Terrorismo a las horas de la del alba, como en Madrid (año 2004), cuando quienes no tienen coches oficiales o protecciones de escoltas andan por andenes y paradas con acelerado paso, pues su condición de esclavizados trabajadores los obliga a madrugar. Gentes anónimas más hechas de indiferencias hacia el mundo exterior o el supranacional, a fin de cuentas las más de las veces caminan solas en la soledad de su propia condición humana… Y ellos, ignotos viandantes, se convierten en la víctima directa de odios, desequilibrios de elementales condiciones humanas, miserias fanatizadas contra el ser humano.

    Recordemos como impactantes ejemplos tres casos. Uno: el 11 de septiembre de 2001 fueron secuestrados varios aviones comerciales e impactados en Estados Unidos contra el Pentágono y las Torres Gemelas -3000 muertos; 6000 heridos-. Este hecho aceleró la programada invasión de Afganistán por varios países (entre ellos, Reino Unido) bajo el mando de Estados Unidos: había nacido la denominada “Guerra contra el terrorismo”. Resultados: 14 000 uniformados muertos (policías y soldados); 20 000 muertos civiles (bombardeos) y 215 contratistas ¡extranjeros! Sumemos casi 600 000 desplazados, de los cuales casi nada sabemos. Dos: 7:36, hora española del 11 de marzo de 2004. Simultáneas explosiones en cuatro trenes de cercanías (Madrid) fueron provocadas por una célula yijadista. Murieron 192 personas y 2057 resultaron heridas. Tres: 7 de julio de 2005. Varias explosiones impactan en el transporte público de Londres, vagones del metro y una guagua. Murieron 56 personas y hubo 700 heridos. Terrorismo yijadista.

   ¿Por qué en Londres y Madrid, precisamente? Una simple anotación: el 16 de marzo de 2003 los presidentes Bush (USA), Blair (Reino Unido) y Aznar (España) se reunieron en la Cumbre de las Azores. Instaron al presidente de Irak (el dictador Saddam Hussein) a la inmediata entrega de las armas “de destrucción masiva” supuestamente almacenadas por el Régimen.  Pese a las inspecciones de organismos internaciones estas no habían aparecido e, incluso, se llegó a dudar de su existencia.

   No obstante, el 20 de marzo Irak es invadido (Reino Unido y España participan en la escalada militar). Para distintos analistas, las razones fueron exclusivamente económicas y políticas. Según los documentos secretos del Departamento de Estado norteamericano (publicados en la página WikiLeaks) fue método diario el uso sistemático de torturas. Y hubo 109 032 muertos, de los cuales 66 081 fueron civiles. Más de medio millón de irakíes deambula por esas tierras de Dios huyendo de violencias, violaciones, represiones y asesinatos en su país.

   Así pues, ¿podríamos concluir que fue la barbarie occidental en sus países quien, precisamente, despertó las iras y fanatizó hasta la sinrazón a los asesinos de europeos? Los otros terroristas pretenden, también, hacer el mayor daño posible. Necesitan sangre, muertos, aniquilamientos. Y como no pueden llegar a quienes ordenaron a sus ejércitos bombardeos, masacres, destrucciones y miles de muertos anónimos –y sin culpa alguna-, han recuperado el rigor escrito en el código de Hammurabi: “Ojo por ojo, diente por diente”. Por tal (sin)razón cualquier ciudadano inocente puede ser asesinado hoy.

   No obstante, su barbarie no puede justificar el recorte a la elemental pureza democrática. Europa no puede convertirse en otro Guantánamo, absoluto desprecio a la dignidad humana. Y sobre España, el letrado Jaime Montero dice: "Hay más represión, más castigo, más intromisión del Estado en la sociedad civil. Es triste pero es la jodida realidad. Hemos perdido libertad". (La “Ley Mordaza” será derogada por el Parlamento español: es la promesa inviolable de los demócratas.)

* En La casa de mi tía por gentileza de Nicolás Guerra Aguiar