Quién como yo, novela de Damián H. Estévez –por Ana Beltrán
El escritor tinerfeño ambienta su novela en los años 80 de la pasada centuria, cuyo desarrollo transcurre en la isla canaria de Lotavia y en el Madrid sonoro de la gran movida.
Damián H. Estévez
Quién como yo, novela de Damián H. Estévez –por Ana Beltrán *
El escritor tinerfeño ambienta su novela en los años 80 de la pasada centuria, cuyo desarrollo transcurre en la isla canaria de Lotavia y en el Madrid sonoro de la gran movida. El desenfreno que se vivía entonces, junto a otras cuestiones poco venturosas, hicieron que Miguel Monteverde, recién llegado de su Extremadura natal, se adentrara en un mundo un tanto oscuro, que entre otras cosas lo llevó a convertirse en un experto en lides amorosas. Claro que, antes, en su viaje interrail, recibió lecciones a destajo de una damita italiana de la que fue alumno aventajado, lo que más tarde lo llevaría a entrar con pie firme en el mundo del alcohol y el erotismo, en el que llegó a dar con alguna «lengua juguetona y suculenta».
De origen lotaviano, el abuelo Arsenio Monteverde, emigrante con fortuna, había ido a parar a Extremadura por mor de la impresión que le produjo un cuadro achacado a Pieter Pourbus, tal vez por el simbolismo que en él se aprecia, que viera en esa pintura una siniestra premonición. Sea cual sea la causa, lo cierto es que dijo a quien lo quisiera oír, ya con un pie en América, que nunca volvería a Lotavia porque «no podría vivir en el mismo sitio que el cuadro de Pourbus.»
Hay dos personajes de suma importancia en la novela de Damián H. Estévez: el propio Miguel Monteverde y Leandro Soto. Las vidas de estos hombres están condenadas a encontrarse, lo que no implica a entenderse. En esa amistad entran también sus respectivas parejas, Ana y Bequi, dos mujeres tan diferentes como la noche y el día. Lo que comienza como una agradecida amistad, ahora a cuatro manos, acaba siendo un nido de deslealtades, las cuales incluyen infidelidades y otras perversiones. ¿Por culpa del cuadro de Pourbus o por casualidad? Todo parece girar en torno a esa pintura flamenca. ¿O sólo será la dualidad que todos llevamos en nuestro ADN, incluso sin saberlo? En Miguel aparece, aunque está tan oculta que cuesta dar con ella; hay en esta novela una buena dosis de intriga, de maldad solapada, descubierta y encubierta por el progenitor de Miguel, hombre hostil, que advierte de ella al amigo de su hijo, Leandro Soto, cuando éste viaja con él a Zafra en una visita familiar.
Pero tampoco Leandro Soto, aparentemente sólo ángel, se libra de sus propios demonios, que le persiguen en demasía, de manera persistente desde su viaje a Bruselas, ciudad que visitó con motivo de Europalia 85; ellos son los que le advierten del grave peligro que se cierne sobre él. Guiado por esos seres malignos anda, ahora en su visita a Lotavia (posiblemente sea éste su último viaje), donde se encuentra con un Miguel que termina de salir de la indigencia, aunque aún no deje del todo a sus amigos los gorgolos ni el vino del tetra-break, ése que le está reventando el hígado. Alguna vez lo «presiona con la mano abierta, no porque le duela en ese instante, sino pidiéndole perdón por la infinita crueldad con que lo lesiona:[…]».
El reencuentro (¿casual?), la conversación que ambos entablan, en la que a saltos toma parte un matrimonio que acompaña a Leandro Soto, es del todo sorprendente: hay una imposibilidad absoluta de entendimiento entre ellos, como si en sus respectivas diatribas estuvieran poseídos, ora por un ángel ora por un demonio. Aunque también pudiera tratarse de una extraña amnesia. ¿O será por el espíritu del pintor Gabriel Velarti?
La narrativa de Damián H. Estévez es rica y descriptiva; toda vez que uno se mete en la historia es como si ante los ojos fueran pasando las imágenes, nítidas y coloristas. Y aquí cabe la pregunta que una se hace con respecto a la posible influencia que han tenido los cuadros de Peater Pourbus y Gabriel Velarti en las vidas de Miguel y Leandro… en las posteriores consecuencias, en caso de que no haya sido pura casualidad… En el escritor, en cambio, creo que es su propia condición, la de profesor, lo que ha influido en la frondosidad que envuelve a la novela, cuya cubierta guarda 393 páginas; una más si contamos la que contiene el accidentado mapa de la isla atlántica de Lotavia.
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* En La casa de i tía por gentileza de Ana Beltrán