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viernes, 26 de abril de 2024 08:03h.

Turistas destruyendo mis islas - por Francisco Javier León Álvarez

 

LA GÁRGOLA DESPIERTA    No puedo evitar morderme la lengua al comprobar la actitud déspota y subida de tono que muestran ciertos turistas que visitan Canarias, creyéndose con el derecho de hacer lo que quieran y de exigir más allá de una relación cordial simplemente porque son la principal fuente de ingresos de la economía del Archipiélago. Hay que tener en cuenta que una cosa es promocionar nuestras islas con ese fin y otra muy distinta que aquellos actúen a su antojo, amparándose en la máxima de que el turista siempre tiene la razón, como si fuese el credo que nadie debe cuestionar porque rige nuestras vidas y nuestros bolsillos.

Turistas destruyendo mis islas - por Francisco Javier León Álvarez, Director de Ediciones La Gárgola Despierta *

    No puedo evitar morderme la lengua al comprobar la actitud déspota y subida de tono que muestran ciertos turistas que visitan Canarias, creyéndose con el derecho de hacer lo que quieran y de exigir más allá de una relación cordial simplemente porque son la principal fuente de ingresos de la economía del Archipiélago. Hay que tener en cuenta que una cosa es promocionar nuestras islas con ese fin y otra muy distinta que aquellos actúen a su antojo, amparándose en la máxima de que el turista siempre tiene la razón, como si fuese el credo que nadie debe cuestionar porque rige nuestras vidas y nuestros bolsillos. 

   Este tipo de personas distorsionan la idiosincrasia y los ritmos de vida insulares debido a sus acciones agresivas, desmedidas, incontroladas, ofensivas y obscenas, y me quedo corto con los calificativos, lo cual afecta a esa otra gran cantidad de visitantes que respetan y disfrutan de nuestro entorno, a la vez que coadyuvan a generar una imagen positiva de las mismas a nivel nacional e internacional.

   Frente a este libertinaje consentido, si nosotros viajamos a sus países de procedencia con esa misma etiqueta de turistas, nos obligan a someternos a sus normas y conductas, ya que se considera una ofensa cualquier forma de proceder distinta a estas últimas, y esto se materializa en ejemplos como no poder tirar un papel al suelo porque automáticamente te sancionan, no se puede comer en determinados lugares o zonas públicas, e incluso debes pagar por ir al servicio para mantener su buen funcionamiento. En cambio, esas mismas personas, supuestos representantes de una sociedad ejemplar, se transforman aquí en auténticas bestias para dar rienda suelta a su desenfreno sin el más mínimo pudor, considerándonos un territorio tercermundista donde no existe la civilización y amparándose en un derecho universal de superioridad, propio de sociedades imperialistas, que les permite hacer y deshacer a su gusto.

   Ese tipo de turistas son expoliadores del patrimonio natural canario, que aprovechan su visita al Parque Nacional del Teide para llevarse rocas volcánicas en forma de souvenirs, arrancando verodes de las coladas volcánicas de El Hierro o llenando botes con la arena de las playas de Fuerteventura y Lanzarote para luego comerciar con ellos. He vito a rusos hablando con sus móviles en el interior de nuestras iglesias en plan verduleros mientras sus hijos se dedican a saltar de banco en banco, sin respetar que se trata de un lugar sagrado; en los complejos hoteleros ya es famoso el “balconing”, consistente en saltar a la piscina desde el balcón de la habitación; y el alcohol, acompañado del consumo de drogas, se expande por los lugares públicos y genera situaciones insostenibles que afectan a vecinos hartos de tener que aguantar gritos, vomitonas, peleas e insultos.

   A esto hay que añadir el trato denigrante que sufren muchos trabajadores de la hostelería debido a que tienen que aguantar todo tipo de actitudes prepotentes y vejatorias, tanto dentro de los complejos donde se alojan como fuera de ellos, lo cual hace que estén siempre al filo de la espada, ya que cualquier tipo de queja, aunque sea infundada, puede desembocar en el su despido porque al final lo único que prevalece es ese axioma de que el cliente siempre tiene la razón.

   Existe un problema de fondo consistente en pensar que pagar por disfrutar temporalmente de la estancia en un lugar conlleva libertades individuales que van más allá de las normas y derechos colectivos, y para eso las Canarias es un territorio propicio para todo tipo barbaridades, aguantándoles lo que se le menta en gana con tal de que sigan dejando dinero en nuestras islas, aunque al final vendemos nuestra libertad, idiosincrasia y honor para continuar riéndoles sus gracias y vistiendo con taparrabos. Así que lo mejor que pueden hacer es coger sus maletas y no volver por aquí.  
   
* Francisco Javier León Álvarez  autoriza la publicación en La casa de mi tía de este artículo que LA OPINIÓN sirve a sus suscriptores de pago en la ediciión digital

 

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