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jueves, 02 de mayo de 2024 17:49h.

Una fortuna no española - por Nicolás Guerra Aguiar

 

Devuelvan lo que no es de ustedes a sus dueños

Alguna vez, no estoy de acuerdo con los contenidos que me mandan (pero los publico igual, porque en La casa de mi tía no se veta a nadie. La gente de izquierda real somos así). Otras veces, los textos no me dan ni frío ni calor. A menudo, estoy de acuerdo con lo que se dice. Y no faltan ciertas ocasiones en que me daría de cachetadas por no haber sido yo quien pariera el artículo. Ésta es una de ellas. De lo que escribe Nicolas Guerra Aguiar sobre el tesoro de la Nuestra Señora de las Mercedes, suscribiría hasta las erratas, si las hubiera. Bravo por Nicolás, y viva la devolución a los pueblos de lo que les ha sido robado. Y de lo que se les sigue robando, por cierto.

 

Una fortuna no española - por Nicolás Guerra Aguiar

 El 5 de octubre de 1804 la fragata española Nuestra Señora de las Mercedes se hunde, impactada por los cañonazos de un barco de guerra inglés. No solo desaparecen trescientas personas de a bordo sino que, con ella, el fondo marino se convierte en copropietario y guardián de casi seiscientos mil pesos de oro y plata (unos cuatrocientos millones de euros actuales) que transportaba el navío desde Montevideo (Uruguay) hasta Cádiz.

La empresa Odyssey Marine Exploration los recuperó hace cinco años y se quedó con el tesoro pues, argumenta, se encontraba en aguas internacionales, aunque algunos defendieron que el barco fue hundido en el Golfo de Cádiz y, para otros, en zona portuguesa, El Algarve. El Gobierno español lo reclamó por la vía judicial y ya hay sentencia definitiva: la compañía norteamericana tiene que devolverlo, el tribunal reconoce que España es la única propietaria, pues el barco perteneció a su Armada.

Pero, ¿son aquellos catorce mil quilos de plata y oro propiedad del patrimonio español o, al contrario, de Uruguay, de cuyas tierras zarpó la fragata española? Según las leyes internacionales, no hay duda de lo primero: la documentación presentada por el Gobierno del señor Zapatero en 2007 demuestra, sin error alguno, que se trataba de Nuestra Señora de las Mercedes y, por tanto, no era un mercante, sino «un buque de Estado» bajo bandera de la Escuadra española. Así lo entiende el Tribunal Supremo de EE. UU. y, en consecuencia, desestima la última reclamación de la empresa cazatesoros.

¿Y según la procedencia? ¿De dónde salió aquel cargamento? No olvidemos que la presencia de España en tierras americanas se mantiene hasta finales del XIX a pesar de su grandísimo debilitamiento militar-político-económico manifiesto en el mismo siglo XVII, tal como cantó Quevedo (“Miré los muros de la patria mía / si un tiempo fuertes ya desmoronados”.) Pero antes de las independencias, la tierra americana conquistada por los españoles sufrió en sus carnes la explotación colonial a que fue salvajemente sometida. Así, América andaba por los ochenta millones de habitantes en el XV. Ciento cincuenta años después, la población nativa había quedado reducida a tres millones. Los españoles la consideraron como esclavizable, ya que la Iglesia dijo que aquella gente no tenía alma; por tanto, los reparos morales –si los hubiera- quedaban desechados: murieron a millares en minas y tierras cultivadas a causa de maltratos, abandonos, hambre, sobreexplotación, enfermedades venéreas introducidas por el conquistador. (Razones por las que empezaron a comprar esclavos negros, más fuertes, más sanos, extraños en tierras ajenas).

A lo largo y ancho de los siglos, ya con nativos, ya con negros, las entrañas de las tierras americanas fueron violadas sin recatos o reparos, pues la metrópoli, Austrias y Borbones exigían cada vez más, reclamaban más explotaciones, las interminables guerras requerían ininterrumpidas correntías de oro, plata, piedras preciosas, cobre y otros minerales para satisfacer apetencias expansionistas, ampliar territorios… Y vivían vidas fastuosas con depravadas cortes de parásitos, degenerados sociales, gentes sin escrúpulos, esclavistas, mercaderes de miserias y usuras.

Por eso se dictaban órdenes de expoliaciones, saqueos, rapiñas, y por eso –un ejemplo entre miles- la fragata española Nuestra Señora de las Mercedes había partido de El Ferrol con la orden de llevar a España «los caudales y efectos de la Real Hacienda que hubiese prontos en aquella América». Llega a Lima, Perú, y al mes sale para Montevideo, Uruguay. Parte hacia Cádiz en agosto de 1804 cargada, como sabemos ahora, de tesoros robados a los americanos y que se invertirían en beneficio exclusivo de la Madre Patria, tan lejana pero tan exigente. ¿A cuánto puede ascender, cuántas decenas de miles de millones robó España a lo largo de los siglos a aquellas tierras conquistadas y que se fueron independizando no por dadivosidad española, sino por el coraje y la pasión de los criollos?

Grecia le reclama a Gran Bretaña los mármoles trasladados al Museo Británico en 1816: 75 metros de friso, 15 metopas, 17 esculturas, arrancados todos del Partenón. Egipto les exige a Inglaterra, Alemania, Francia y EE. UU. la devolución de miles de piezas, entre ellas pinturas de las tumbas faraónicas o el busto de Nefertiti. (Aunque también es probable que los sarcófagos del Británico, por ejemplo, hoy formaran parte de colecciones privadas o, quizás, ya no existieran.)

Hace muchos años visité el anterior edificio del Ministerio de Agricultura (Madrid). Buscaba la sala en la que se encontraba expuesto el cuerpo embalsamado de un joven guanche tinerfeño cuyos restos se llevaron en el siglo XIX (por cierto, la falacia romántica de guanches rubios, blancos… es eso, fantasía). No sé si se trata de una de las tres recuperadas este año por el Cabildo de Tenerife, aunque tengo la impresión de que no. Pero lo importante ahora es que la institución tinerfeña se movió para conseguirlo, a fin de cuentas el pueblo canario es su propietario.

Días atrás, la señora presidenta de Argentina recriminó los sobreprecios a las compañías petrolíferas que explotan las reservas de aquel país (entre ellas, YPF, controlada por la española Repsol) y, a la vez, exigió mayores inversiones de los beneficios. La señora Fernández fue contundente, y echó mano a la Historia: «No podemos volver a la época del Virreinato donde se llevaban todo y no dejaban nada. Que se notifique que han pasado esas épocas y que es necesario reinvertir en el país».

En conclusión, los pueblos son propietarios de sus riquezas. Y la devolución de las seiscientas mil piezas a sus auténticos dueños forma parte de la Deuda Histórica, si no como parcial compensación a la acción depredadora de los españoles en América sí, al menos, como desagravio simbólico.