La casa de mi tía
Pues ya ve usted, estimado lector: a mí no me afecta que la Iglesia católica beatificara el pasado domingo a quinientos veintidós “mártires de la persecución religiosa del siglo XX en España”. (Entre los invitados, el presidente del Congreso de los Diputados, el ministro de Justicia, el ministro de Interior y el inspector general del Ejército, a quienes jamás he visto junto a un pozo o cuneta que alberguen cuerpos asesinados por los franquistas). Y no me afecta en cuanto que se trata de una sociedad privada, quizás la estructura ideológica más todopoderosa en Europa y América aunque, eso sí, inteligentemente investida de hálitos de espiritualidad que satisfacen a los creyentes católicos, con todos mis respetos. Tampoco me enerva que en la catedral de Burgos, por ejemplo, ostentosamente destaquen lápidas de mármol en las cuales figuran listados de sacerdotes fusilados por los rojos (¿por qué los odiaban?), o en edificios religiosos de pueblos salmantinos, de Ávila… Catedrales, mármoles, edificios que son suyos con el visto bueno de los gobernantes, por más que se trate de bienes de interés cultural cuya conservación nosotros pagamos.