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domingo, 06 de octubre de 2024 09:50h.

¿Hay «abuso mental» en la instrucción religiosa infantil? (Parte 2 de 3) - por Juan Antonio Aguilera Mochón

 

FR JAAM

 

Parte 1:

 

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¿Hay «abuso mental» en la instrucción religiosa infantil? (Parte 2 de 3)

Juan Antonio Aguilera Mochón

 

En la primera parte de este artículo, se han comentado, entre los principales componentes del abuso mental religioso sobre la infancia en opinión del autor, los siguientes: engaño intelectual, actividades supersticiosas y mágicas, pensamiento dogmático, moralidad heterónoma, normas morales contra derechos fundamentales, ejemplaridad anómala, supremacismo machista e ideología (ultra)derechista. Continuamos con más componentes de ese abuso y unas consideraciones finales:

• Segregación por creencias. En la instrucción religiosa infantil se separa a los adoctrinados en cada creencia de los adoctrinados en otras, y de los no catequizados. A veces ocurre en el mismo centro –temporalmente, durante las clases de religión–, otras en centros diferentes. Por cierto, me parece inaceptable que existan centros educativos (concertados o privados) con un «ideario» religioso o de otra ideología dogmática, en los que además hay una segregación por clases sociales. La escuela laica, como el respeto a la infancia, debe ser universal, y no es de recibo eso de que «quien quiera religión escolar para sus hijos que la pague», pues deben prevalecer los derechos humanos de todos los niños.

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Por otra parte, se hace creer y sentir a los creyentes de cada tipo que son superiores al resto, pues ellos poseen la Verdad absoluta, pero también se sienten temerosos con los diferentes. Esas creencias que excluyen, temen y menosprecian a los no correligionarios sirven de fundamento, coartada o refuerzo para la desconfianza y para avivar conflictos entre individuos o entre grupos. Alientan el supremacismo xenófobo, con sus componentes de recelo y de odio. A nivel mundial, a menudo esos conflictos son armados (guerras incluidas).

• Invasión y acoso de la intimidad mental. Especialmente durante el «sacramento» de la confesión, necesario para la comunión (otro sacramento) y para alcanzar la «salvación», se obliga a los niños a «confesar» sus pensamientos y sentimientos más íntimos. No se trata solo de una intromisión en la intimidad del menor (invasión), sino de que esta es examinada, juzgada y manipulada (acoso). Se viola así gravemente el derecho fundamental a la intimidad recogido en la Constitución española (art. 18) y varias Declaraciones de Derechos. 

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La aceptación de una intromisión en la intimidad acaso facilite la posterior tolerancia frente a las intrusiones que se ejercen mediante las nuevas tecnologías, con las que se vulnera lo que hoy se considera un «neuroderecho» fundamental.

No solo eso; además, se hace creer a los menores que sus mentes (así como sus acciones) están continuamente vigiladas, es decir, que alguien conoce (y eventualmente premiará, o castigará como pecados) sus pensamientos, sentimientos y deseos. Me parece algo abyecto y perverso, pero no suele juzgarse así supongo que por la fuerza de la costumbre. Entre los vigilantes ultramundanos está Dios en primer lugar, y seres de apariencia bondadosa como los Reyes Magos. 

• Culpabilización desproporcionada. Se introducen sentimientos desmedidos de culpa (pecado) y de necesidad de redención y castigo, según las normas de la moral heterónoma impuesta. Se acompaña de sentimientos de vergüenza, temor, inferioridad y dependencia de la aprobación y el perdón por parte de las autoridades religiosas.

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• Represión de goces espirituales y físicos. La moralidad heterónoma represora y la culpabilización impiden o dificultan el goce del propio cuerpo y de las relaciones sexuales y afectivas libres con los demás.

• Miedo. Se introducen sentimientos de miedo ante los castigos en «esta vida» (físicos y sobre todo psicológicos) y en «la otra», es decir, después de la muerte (una condena eterna en el infierno, o temporal en el purgatorio). Como dijo Spinoza, el miedo promueve la superstición; y también la violencia.

• Chantaje. Hay chantajes de tipo positivo con la promesa de goces espirituales y materiales, de nuevo en esta vida (por ejemplo, alabanzas y consideración, regalos, festejos…) o en la otra (la «salvación» que niega la muerte y lleva a la «gloria» eterna). Y de tipo negativo, sobre todo por el mencionado miedo a los castigos, o de verse privados de los goces prometidos. 

• Inducción al proselitismo. Al estar en posesión de la Verdad absoluta, tanto intelectual como moral, se incita a los niños a transmitirla, a defenderla, y hasta a imponerla sobre los demás (aquí conectamos con los aspectos sociales y políticos).

• Afiliación involuntaria a una organización. Generalmente, a los pocos meses de nacer, es decir, cuando el menor no tiene la más mínima consciencia de lo que se hace con él, se le afilia en una organización religiosa (según los creyentes, de por vida). Ahí no hay aún, estrictamente, abuso mental, pero la afiliación involuntaria ya es un abuso en sí misma, y además se realiza con el compromiso de los adultos implicados de imbuirle al menor las doctrinas religiosas correspondientes. Normalmente, ese menor, antes de que pueda decidir, será catequizado (adoctrinado) en la escuela, la parroquia y la familia, será sometido a confesión, hará la primera comunión, etc.

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Todo lo expuesto, y probablemente más, puede tener mayor o menor importancia, producir más o menos daño en las niñas y niños. Cuando hay menos perjuicio es porque el adoctrinamiento es más torpe, menos acorde con los dogmas católicos (o los que correspondan), o se ve contrarrestado por influencias emancipadoras. Pero cuanto más calen las creencias religiosas en las mentes infantiles, más grave será el menoscabo que pueda causar a los propios niños, y a los demás, todo lo dicho anteriormente. No se me ocurre ningún efecto positivo serio que compense significativamente todo lo advertido, aunque algunas personas aducen que han quedado «vacunadas» contra los fraudes religiosos y contra otros engaños y abusos mentales. Sin embargo, parece más habitual que las víctimas del adoctrinamiento religioso, es decir, del “pensamiento” irracional y de la desinformación probablemente más exitosa de la historia de la humanidad, sean más proclives a dejarse embaucar por otros engaños irracionales o pseudocientíficos, religiosos o no; en definitiva, por otros tipos de desinformación. Y a aceptar dócilmente otras fuentes de desigualdad social, especialmente el neoliberalismo.

Otro aspecto que considerar es el enorme número de niñas y niños afectados: cada curso, más de tres millones reciben catequesis escolar (no tengo datos sobre la parroquial), es decir, algo más de la mitad del total. A quienes me dicen que el 99 % de los niños adoctrinados salen indemnes de todo lo que argumento, les pido que echen cuentas del impacto bruto que supone, incluso con esa estimación tan optimista e inverosímil.

Por último, no se olvide, de una parte, que el abuso mental a veces va de la mano o es la antesala de abusos sexuales por parte de sacerdotes u otros miembros de la Iglesia a quienes se concede autoridad e intimidad sobre los niños. Así que, padres y madres: más vale ser muy precavidos y no fiarse. Y, por otra parte, que todo lo dicho vale igualmente para otras religiones, como el judaísmo, el evangelismo, el islamismo… Los abusos mentales y físicos que fundamentándose en este último se perpetran sobre las niñas y las mujeres en general son hoy día especialmente extremos y dramáticos en varios países. 

El abuso mental religioso sobre la infancia es antónimo del respeto y la promoción del desarrollo de la conciencia libre, de la emancipación y la dignidad humanas. En nombre de ese respeto a las niñas y niños, me atrevo a pedir a los padres, madres y tutores que reflexionen sobre todo lo aquí expuesto, sobre lo que está en juego si los alistan y adoctrinan religiosamente (o de otra manera); en particular, si los apuntan a la catequesis parroquial o escolar (o a lo equivalente en cualquier religión o ideología dogmática). Les recuerdo que, si en este mismo momento ya están apuntados, tienen todo el derecho a sacarlos y liberarlos. E, incluso en casa, tengamos presente que no somos dueños, sino responsables, de nuestros hijos e hijas.

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Es obvio que hacen falta además cambios legislativos y otras medidas políticas contra el abuso aquí denunciado, en particular para acabar con todo adoctrinamiento escolar (público y privado) y, por descontado, con toda ayuda pública (los llamados «conciertos») a centros adoctrinadores. No hablo de ellas aquí, pero quiero añadir, con gran pesar, que en la actualidad no espero gran cosa de los grupos políticos autoproclamados «progresistas» que se supone que comparten buena parte de lo aquí defendido, si no todo, pues no hay expectativas de que actúen mientras no encaje en sus cálculos electorales. Es deplorable que estén siendo cómplices de la grave agresión, aquí denunciada, sobre la infancia.

 

JUAN ANTONIO AGUILERA MOCHÓN
JUAN ANTONIO AGUILERA MOCHÓN

 

 

Juan Antonio Aguilera Mochón. Profesor de Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad de Granada.
Miembro de la Junta directiva de Europa Laica y de ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico (aunque no escribe aquí en representación de estas asociaciones)

 

 

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