Breve historia de la Guerra Fría y el anticomunismo (capítulo introductorio de 'Asesinando la esperanza', de William Blum) (1939-2005)
Una recomendación de Federico Aguilera Klink
Breve historia de la Guerra Fría y el anticomunismo (capítulo introductorio de 'Asesinando la esperanza', de William Blum) (1939-2005)
Vigne.
Blum, William: "Introducción. Breve historia de la Guerra Fría y el anticomunismo", capitulo introductorio del libro Asesinando la Esperanza. Intervenciones de la CIA y del Ejército de los Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial. Editorial Oriente, Santiago de Cuba (Cuba), 2005. Original en inglés: Killing Hope: U.S. Military and CIA Interventions Since World War II, Common Courage Press, 2004.
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Durante los primeros días de la guerra en Vietnam, un oficial vietnamita dijo a su prisionero estadounidense: "Después de la Segunda Guerra Mundial ustedes eran héroes para nosotros. Leíamos libros norteamericanos y veíamos películas norteamericanas y era muy común en esos días decir que se era 'tan rico y tan sabio como un americano'. ¿Qué fue lo que pasó?" (2).
¿Estaban [los aliados] en guerra con la Rusia soviética‘? Con certeza no, pero les disparaban a los soviéticos apenas los veían, Permanecieron como invasores en territorio ruso. Dieron armas a los enemigos del Gobierno soviético. Bloquearon sus puertos y hundieron sus buques de guerra. Deseaban sinceramente la caída_de este gobierno y elaboraron planes para lograrlo. Pero ¿guerra? ¡Perturbante! ¿Interferencia? ¡Vergonzoso! Les era por completo indiferente, repetían, la forma en que los rusos resolviesen sus propios asuntos internos. Ellos eran imparciales. ¡Bang! (4).
Para el pueblo norteamericano la tragedia cósmica de las intervenciones en Rusia no existe, o fue un incidente sin importancia que hace mucho fue olvidado. Pero para el pueblo soviético y sus líderes de aquel momento, fue una época de interminables matanzas, de saqueo y pillaje, de epidemias y hambre, un sufrimiento inconmensurable para muchos millones de personas —una experiencia grabada con fuego en el corazón mismo de la nación, que no será olvidada en el curso de muchas generaciones, si alguna vez llega a.olvidarse. De igual forma las severas regulaciones soviéticas pudieron ser justificadas por muchos años debido al temor de que las potencias capitalistas regresaran a terminar su trabajo. No es de extrañar que en su discurso del 17 de septiembre de 1959, en Nueva York, el premier Khruschov nos recordara las intervenciones, "el tiempo en que ustedes enviaron sus tropas para aplastar la revolución", según dijo (5).
DESCRITOS HORRORES BAJO EL PODER ROJO. R.E. SlMONS Y W.W. WELSH CUENTAN A LOS SENADORES LAS BRUTALIDADES DE LOS BOLCHEVIQUES: MUJERES DESNUDADAS EN LAS CALLES, GENTES DE TODAS CLASES, EXCEPTO LA ESCORIA, SOMETIDAS A VIOLENCIA POR LA TURBA.
Puede afirmarse de manera literal que no hubo historia acerca de los bolcheviques que fuese demasiado forzada, grotesca o pervertida como para no publicarla y darle amplio crédito: desde la nacionalización de las mujeres hasta los bebés que eran devorados (tal como los antiguos paganos creían que los cristianos devoraban a sus niños, algo de lo que también se acusó a los judíos en la Edad Media). Los cuentos acerca de las mujeres, con todas sus espeluznantes connotaciones -de que se consideraban propiedad estatal, se les obligaba a contraer matrimonio, a practicar el "amor libre", etc.—, "fueron radiodifundidos a todo el país a través de miles de emisoras", escribió Schuman, "y tal vez fue lo más efectivo para grabar la imagen de los rusos comunistas como criminales pervertidos en la mente de los ciudadanos norteamericanos" (8). Esta historia continuó siendo divulgada incluso después de que el Departamento de Estado se viese forzado a anunciar su falta de veracidad (que los soviéticos se comían a sus criaturas era algo que todavía se enseñaba en la John Birch Society a su vasta audiencia en l978) (9).
- 30 de diciembre de 1919: "Los Rojos buscan la Guerra con Estados Unidos".
- 9 de enero de 1920: "El Alto Mando califica de siniestra la amenaza bolchevique. para el Medio- Oriente".
- 11 de enero de 1920: "Oficiales aliados y diplomáticos [avizoran] una posible invasión a Europa".
- 13 de enero de l920: "Círculos diplomáticos aliados temen una invasión a Persia".
- 13 de enero de 1920: en primera página, al ancho de ocho columnas: "Gran Bretaña enfrentada a la guerra con los rojos, convoca reunión en París. Diplomáticos bien informados esperan una invasión militar a Europa y un avance soviético hacia el sur y el este de Asia".
- A la mañana siguiente, sin embargo, podía leerse: "No habrá guerra con Rusia, los Aliados negociarán".
- 7 de febrero de 1920: "Los rojos preparan un ejército para atacar India".
- l l de febrero de 1920: "Se teme que los bolcheviques invadan ahora el territorio japonés"
La intervención militar terminó pero, con la sola excepción del período de la Segunda Guerra Mundial, la propaganda ofensiva nunca cesó. En 1943, la revista Life dedicó todo un número a los éxitos de la Unión Soviética, yendo incluso más lejos de lo que se requería por el imperativo de la solidaridad ante el enemigo común; fue tan lejos que llamó a Lenin "tal vez la mayor personalidad de los tiempos modernos" (11). Dos años más tarde, sin embargo, con Harry Truman en la Casa Blanca, una fraternidad tal no tenía posibilidades de sobrevivir. Truman era, después de todo, quien, al día siguiente de la invasión nazi a la Unión Soviética, dijo: "Si vemos que Alemania está ganando, debemos ayudar a Rusia, y si Rusia está ganando, debemos ayudar a Alemania, para de esta forma dejarlos que se maten entre sí lo más posible, aunque no quisiera ver a Hitler obtener la victoria en ninguna circunstancia" (12).
Muchas millas de propaganda se han extraído del tratado germano-soviético de 1939, lo cual fue posible sólo por ignorar completamente el hecho de que los rusos se vieron forzados a establecer el pacto debido a la reiterada negativa de las potencias occidentales, en particular los Estados-Unidos y Gran Bretaña, a unir posiciones con Moscú contra Hitler (13); como también rehusaron acudir en ayuda del Gobiemo español de orientación socialista cuando este enfrentó la agresión de los fascistas alemanes, italianos y españoles a partir de 1936. Stalin comprendió que si Occidente no había evitado la caída de España, tampoco lo haría con la Unión Soviética.
Desde el Terror Rojo de los años 1920 al maccarthismo de 1950 y la cruzada de Reagan contra el Imperio del Mal en 1980, el pueblo norteamericano se ha visto sometido a un adoctrinamiento anticomunista incesante. Se le da a beber en la leche materna, se le dibuja en las historietas, se deletrea en sus libros escolares; sus periódicos le ofrecen titulares que le indican lo que debe saber; los predicadores lo utilizan en sus sermones, los políticos hacen de esto su plataforma política y el Reader‘s Digest se enriqueció gracias a esto.
La irrevocable convicción producida por ese insidioso asalto al intelecto ha sido que las fuerzas del mal fueron desatadas sobre el mundo, posiblemente por obra del mismo Lucifer, pero en forma de personas; personas que no se mueven por las mismas necesidades, temores, emociones y moral que rigen al resto de los humanos, sino empeñadas en una conspiración internacional monolítica y extremadamente astuta, para apoderarse del mundo y esclavizarlo, por razones que a veces no se ven muy claras, pero el mal no necesita más motivación que la maldad misma. Además, cualquier apariencia o reclamo de estas personas de ser humanos racionales en busca de un mundo mejor o una sociedad más justa, es un fraude, un camuflaje, para engañar a los otros, y sólo prueba la para siempre acuñada carencia de virtudes y las malignas intenciones de esta gente en cualquier país donde se encuentren, bajo cualquier nombre que asuman, y, lo más importante de todo, la única elección posible. para cualquiera en los Estados Unidos se da entre el modo de vida americano y el modo de vida soviético, nada de términos medios o de posibilidades más allá de estas dos maneras de construir el mundo.
Es así como se presenta este tema para el individuo común en Norteamérica. Uno descubre que los más sofisticados lo ven exactamente en la misma forma, cuando se les hurga apenas un poco más allá de la superficie del lenguaje académico. Para la mentalidad que fue cuidadosamente desarrollada en los Estados Unidos, las verdades del anticomunismo son evidentes en sí mismas, tan evidentes como la condición plana del mundo fue para la mentalidad del Medioevo; de la misma forma que los rusos creyeron que todas las víctimas de las purgas de Stalin eran en verdad culpables de traición.
En 1918, los barones del capital norteamericano no necesitaban una razón valida para declarar la guerra al comunismo más allá de la amenaza que este representaba a su riqueza y privilegios, aunque su oposición se expresara en términos de moralidad.
Durante el período entre las dos guerra mundiales, la diplomacia de cañonera estadounidense operó hasta convertir el Caribe en el "lago americano", de plena seguridad para las fortunas de la United Fruit y la W. R. Grace & Co., al mismo tiempo que se ocupaban de alertar sobre "la amenaza bolchevique" que representaban por los seguidores del rebelde nicaragüense Augusto César Sandino para todo lo que era decente.
Hacia fines de la Segunda Guerra Mundial, cada norteamericano de más de cuarenta años había estado sometido a veinticinco años de radiación anticomunista, el período de incubación necesario para producir un tumor maligno. El anticomunismo -desarrolló una vida propia, independiente de su padre capitalista. Cada vez más, durante la postguerra, los estrategas de la política de Washington y los diplomáticos contemplaron el mundo como integrado por "comunistas" y "anticomunistas", en lugar de por naciones, movimientos o individuos. Esta visión de tira cómica, en la cual el superhombre estadounidense luchaba contra el mal comunista dondequiera que estuviese, ha ido transformándose de cínico ejercicio de propaganda en imperativo moral de la política internacional norteamericana.
Incluso el concepto de "no comunista", que implica cierta forma de neutralidad, ha recibido en concordancia una legitimidad muy escasa dentro de este paradigma. John Foster Dulles, uno de los principales arquitectos de la política internacional estadounidense de postguerra, lo expresó sucintamente a su manera moralista, típicamente simplista: "Para nosotros hay dos tipos de personas en el mundo: aquellos que son cristianos y apoyan la libre empresa y los otros" (14). Como confirman muchos de los casos estudiados en este libro, Dulles llevó esta creencia a una rígida práctica.
La palabra "comunista" (al igual que "marxista") ha sido de uso y abuso tan repetido por parte de los dirigentes norteamericanos y los medios de prensa que prácticamente ha agotado su significación (la izquierda ha hecho lo mismo con el vocablo "fascista"). Pero la sola existencia de una denominación para algo -ya sean brujas o platillos voladores- le confiere cierta credibilidad al fenómeno.
Al mismo tiempo, el público norteamericano, tal como hemos visto, ha sido ampliamente condicionado para reaccionar según la teoría pavloviana ante el término: éste representa, todavía, los peores excesos de Stalin, desde las purgas generalizadas hasta los campos de trabajo forzado en Siberia; representa, como ha observado Michel Parenti, que "las predicciones clásicas marxista-leninistas [acerca de la revolución mundial] son tratadas como enunciados que dirigen intencionadamente todas las acciones comunistas en la actualidad" (15). Esto significa "nosotros" contra "ellos".
Y "ellos" puede significar un campesino de Filipinas, un pintor muralista en Nicaragua, un primer ministro legalmente elegido en Guayana Británica, o un intelectual europeo, un camboyano neutral, un nacionalista africano... todos forman parte de algún modo de la misma conspiración monolítica; cada uno constituye, de alguna manera, una amenaza al modo de vida americano; no hay tierra demasiado pequeña, o demasiado pobre, o demasiado lejana para que no pueda representar una "amenaza comunista".
Los casos presentados en este libro demuestran que no tiene la menor relevancia y si los objetos particulares de intervención —ya sean individuos, partidos políticos, movimientos o gobiernos— se consideran "comunistas" o no. No ha importado mucho si se trataba de estudiosos del materialismo dialéctico o si nunca oyeron hablar de Karl Marx; si eran ateos o sacerdotes; si había en escena un Partido Comunista, bien organizado e influyente o no; si el gobierno había llegado al poder por medio de una revolución violenta o en pacíficas elecciones... todos constituían enemigos, todos eran "comunistas".
Menor importancia ha tenido incluso la participación o no de la KGB soviética. Con frecuencia se ha afirmado que la CIA lleva acabo sus operaciones sucias como reacción ante operaciones "mucho peores" de la KGB. Ésta es una mentira generalizada. Puede haber ocurrido un incidente aislado de este tipo en la trayectoria de la CIA, pero de ser así se le ha mantenido cuidadosamente oculto. La relación entre las dos siniestras agencias está marcada más por la fraternización y por el respeto entre profesionales del mismo ramo que en el combate cuerpo a cuerpo. El ex oficial de la ClA John Stockwell escribió:
En realidad, al menos en operaciones de rutina, los oficiales de caso temen en a su mayoría a los embajadores. norteamericanos y, su personal, y luego, a las orientaciones restrictivas de los altos mandos, y a los vecinos curiosos y chismosos de la comunidad local, como amenazas potenciales para el desarrollo de las operaciones. A continuación habría que situar a la policía local y luego a la prensa. El último de la lista es la KGB —en mis doce años de trabajo como oficial de caso nunca vi o escuché una situación en la cual la KGB atacase u obstruyese una operación de la CIA. (16)
Esto no se hace. Si a un oficial de caso de la CIA se le pincha un neumático en medio de la noche en un camino abandonado, no vacilaría en aceptar que un oficial de la KGB lo lleve —probablemente los dos se detengan en algún bar a compartir un trago. De hecho los oficiales de la ClA y la KGB con frecuencia se visitan en sus hogares. Los expedientes de la CIA están repletos de referencias a tal tipo de relación en casi cada una de las estaciones africanas. (17)
Los que proponen "combatir el fuego con el fuego" se acercan a veces de manera peligrosa a plantear que si la KGB, por ejemplo, tuvo que ver con el derrocamiento del Gobiemo checoeslovaco en 1968, está bien que la CIA haya tenido que ver con el derrocamiento del Gobierno chileno en 1973. Es como si la destrucción de la democracia por la KGB depositara fondos en una cuenta bancaria y la ClA estuviera entonces justificada para hacer reintegros.
¿Qué hay en común entre los diferentes objetivos de intervención norteamericana que les ha atraído la ira y, con frecuencia, la agresión armada de la nación más poderosa de la Tierra? Prácticamente en cada caso que ha tenido lugar en el Tercer Mundo y que aparece descrito en estas páginas, hay, de una forma o de otra, una política de "autodeterminación": el deseo, nacido de una necesidad evidente y de la práctica de principios, de seguir una senda de desarrollo independiente de los objetivos de la política externa de Estados Unidos. De manera más común, esto se ha manifestado en: a) la ambición de liberarse de la servidumbre económica y política a los Estados Unidos; b) la negativa a minimizar las relaciones con el bloque socialista (cuando éste existía) o a suprimir la izquierda nacional, o a dar la bienvenida a una instalación norteamericana en su territorio; en resumen, el rehusar convertirse en un peón de la Guerra Fría, y c) el intento de cambiar o sustituir un gobierno que no esté interesado en ninguna de estas aspiraciones, lo que equivale a decir, un gobierno apoyado por Estados Unidos.
Nunca se repetirá bastante que tal política de independencia ha sido sostenida y expresada por numerosos lideres tercermundistas y por revolucionarios, no como una definición de antiamericanismo o pro comunismo, sino simplemente como una determinación de mantener una posición de neutralidad y no alineamiento ante las dos superpotencias (antes de la caída de la Unión Soviética). Una y otra vez, sin embargo, se verá que los Estados Unidos no estaban preparados para aceptar esta propuesta, Arbenz, en Guatemala; Mossadegh, en lrán; Sukarno, en Indonesia’; Nkrumah, en Ghana; Jagan, en Guayana Británica; Sihanouk, en Camboya... todos debían declararse alineados de forma inequívoca con "el Mundo Libre"; insistía el Tío Sam, o de lo contrario sufrir las consecuencias. Nkrumah planteó la no alineación de la forma siguiente:
El experimento que intentamos en Ghana era en esencia el de desarrollar el país en cooperación con el mundo en su conjunto. La no alineación significa exactamente lo que dice. No éramos hostiles a los países del mundo socialista en la forma en que los gobiernos de los antiguos territorios coloniales lo eran. Debe recordarse que mientras Gran Bretaña proseguía en casa la coexistencia con la Unión Soviética, no se permitió nunca que esto se extendiera a los territorios coloniales británicos. Libros sobre socialismo, que eran publicados y circulaban libremente en Gran Bretaña, eran prohibidos en el imperio colonial británico, y después de que Ghana fuese independiente, se asumió en la comunidad internacional que debíamos continuar el mismo enfoque ideológico restringido. Cuando nos comportamos como lo hacen los británicos en sus relaciones con los países socialistas, somos acusados de ser pro rusos y de introducir las ideas más peligrosas en África (18).
Quizás el reflejo más profundamente entronizado de anticomunismo es la creencia de que la Unión Soviética (o Cuba, o Vietnam, etc., actuando como agentes de Moscú) es una fuerza clandestina que acecha detrás de la fachada de la autodeterminación, agitando la hidra de la revolución, o simplemente de los problemas, aquí, allá, y en todas partes; es esta una nueva encarnación, aunque a una escala mucho mayor, del proverbial concepto del "agitador foráneo", aquel que ha aparecido de manera regular a través de la historia: el rey Jorge culpaba a los franceses por incitar la revolución de las Trece Colonias... los desilusionados granjeros norteamericanos y veteranos que protestaban contra sus paupérrimas circunstancias económicas después de la revolución (la rebelión de Shays) fueron acusados de ser agentes británicos que trataban de dar al traste con la nueva república... las huelgas a fines del siglo XIX en Estados Unidos eran achacadas a los "anarquistas" y "extranjeros": durante la Primera Guerra Mundial, a los "agentes alemanes", y después de la guerra, a los "bolcheviques".
Y en la década de 1960, según afirmó la Comisión Nacional sobre las Causas y Prevención de la Violencia, J. Edgar Hoover "ayudó a diseminar la idea entre los miembros de la policía de que cualquier tipo de protesta masiva se debía a una conspiración promulgada por agitadores, con frecuencia comunistas, quienes descarriaban 'a personas que de otro modo hubieran estado satisfechas' " (19).
Esta última frase es la clave, en ella se concentra la mentalidad de conspiración de los que detentaban el poder —la idea de que nadie, excepto aquellos que viven bajo el enemigo, podría sentirse tan miserable y descontento como para recurrir a la revolución o, siquiera, a la protesta; eso sólo podía ocurrir si un agitador foráneo los conducía por ese camino.
En concordancia con esto, si Ronald Reagan hubiese aceptado que las masas de El Salvador tenían buenas razones para levantarse contra su despiadada existencia, esto habría cuestionado la acusación y el razonamiento en que se basó la intervención norteamericana de que los salvadoreños estaban instigados principalmente (o acaso de manera única) por la Unión Soviética y sus aliados cubanos y nicaragüenses; ese, al parecer, poder mágico de los comunistas, que pueden en cualquier parte, con un movimiento de su roja mano, transformar gentes pacíficas y felices en furiosos guerrilleros. La ClA sabe cuán difícil resulta esto. La Agencia, como veremos, trató de hacer estallar revueltas en China, Cuba, Unión Soviética, Albania y en todas partes en Europa del Este, con una curiosa falta de éxito. Los escribas de la Agencia han culpado de estos fracasos a la naturaleza "cerrada" de las sociedades en cuestión. Pero en los países no comunistas, la ClA ha tenido que acudir a golpes militares o a trampas ilegales para colocar a su gente en el poder. Nunca ha logrado encender la chispa de la revolución popular.
Para Washington conceder mérito y virtud a una insurgencia particular del Tercer Mundo provocaría además la pregunta: ¿Por qué Estados Unidos no toma el lado de los rebeldes si se siente obligado a intervenir? No sólo esto resultaría un mejor servicio para la causa de los derechos humanos y la justicia, sino que habría privado a los rusos de su supuesto papel. ¿Qué mejor modo de frustrar la conspiración comunista internacional? Pero esta es una pregunta que no se atrevería nunca a ser formulada en el Despacho Oval, una pregunta que es relevante para muchos de los casos explicados en este texto.
En lugar de eso, los Estados Unidos permanecen fieles a su ya demasiada conocida política de establecer o apoyar a las tiranías más viles del mundo, cuyos crímenes contra sus propios pueblos se reflejan a diario en las páginas de nuestros periódicos: masacres brutales, torturas sistemáticas y sofisticadas, palizas públicas, disparos de soldados y policías contra las multitudes, escuadrones de la muerte apoyados por el gobierno, decenas de miles de desaparecidos, privaciones económicas extremas... una forma de vida que es virtualmente un monopolio de los aliados de Estados Unidos, desde Guatemala, Chile y El Salvador hasta Turquía, Pakistán e Indonesia, todos miembros en buena posición dentro de la Guerra Santa contra el Comunismo, todos miembros del "Mundo Libre", esa región de la cual oímos hablar tanto y vemos tan poco.
Las restricciones de las libertades civiles descubiertas en el bloque comunista, tengan la severidad que tengan, son pálidas en comparación con los Auschwitzes del "Mundo Libre" y, excepto en ese curioso paisaje mental habitado sólo por el Complejo Anticomunista, tienen muy poco o nada que ver con las diversas intervenciones norteamericanas que se hacen pretendidamente para la causa del bien más elevado.
Es interesante advertir que tal como constituye un lugar común para los dirigentes norteamericanos hablar de libertad y democracia mientras apoyan a dictaduras, también los líderes rusos hablaron de guerras de liberación, anti-imperialismo y anticolonialismo pero hicieron muy poco por promover estas causas, a pesar de la propaganda norteamericana en sentido contrario. A los soviéticos les gustaba presentarse como los campeones del Tercer Mundo, pero se mantuvieron haciendo poco más que chasquear la lengua mientras movimientos y gobiernos progresistas, e incluso partidos comunistas, en Grecia, Guatemala, Guayana Británica, Chile, Indonesia, Filipina y otros lugares eran derribados con la complicidad de Estados Unidos.
"No sabíamos lo que pasaba", ‘se convirtió en un cliché utilizado para ridiculizar a los alemanes que alegaron ignorancia de lo que ocurría bajo el Gobierno nazi. Sin embargo, ¿era esta respuesta tan absurda como nos gustaría creer? Resulta conveniente reflexionar que en esta época de comunicación inmediata en todo el mundo, Estados Unidos ha sido capaz, en muchas ocasiones, de montar una operación militar a gran o pequeña escala, o de llevar a cabo otra forma de intervención, con igual atrevimiento, sin que el público norteamericano tenga conocimiento de ello hasta años después, si llega a saberlo. A menudo la única información de un hecho, o de la participación en él de los Estados Unidos, es una referencia casual a que un gobierno comunista ha levantado acusaciones al respecto —justo el tipo de noticias que el público está condicionado a desestimar, y luego la prensa no da seguimiento a esta noticia; de esa misma forma el pueblo alemán fue aleccionado en cuanto a que cualquier reporte de crímenes cometidos por los nazis que proviniese del extranjero no era más que propaganda comunista.
Con pocas excepciones, las intervenciones nunca figuran en los titulares o en las noticias vespertinas de la televisión. En algunos casos, partes y detalles de lo sucedido han aflorado aquí y allá, pero es muy raro que se logren integrar para constituir un conjunto inteligible; los fragmentos aparecen por lo general mucho después de lo ocurrido, sepultados convenientemente dentro de otras historias, y de igual forma convenientemente olvidados, resurgiendo a la superficie sólo cuando circunstancias extraordinarias obligan a ello, como en el caso de los iraníes que tomaron como rehenes al personal de la Embajada y a otros norteamericanos en Teherán en 1979, lo que provocó una serie de artículos acerca del papel desempeñado por Estados Unidos en el derrocamiento del Gobiemo iraní en 1953. Era como si los editores hubiesen sido empujados a preguntarse: "¿Qué hicimos con exactitud en Irán que llevó a esta gente a odiarnos tanto?"
Un montón de casos como el de Irán han tenido lugar en el pasado reciente de los Estados Unidos, pero sin que el New York Daily News o Los Angeles Times se dediquen a agarrar al lector por el cuello y restregarle en la cara todas las implicaciones del asunto, y sin que la NBC lo transforme en imágenes de personas reales en sus receptores, la gran mayoría de los norteamericanos puede afirmar con toda honestidad: "No sabíamos lo que estaba pasando".
El antiguo premier chino Chou En-lai observó en cierta ocasión: "Una de las delicias acerca de los americanos es que carecen absolutamente de memoria histórica".
Probablemente es incluso peor que eso. Durante el accidente en la planta nuclear de Three Mile Island en Pennsylvania en 1979, un periodista japonés, Atsuo Kaneko, del Japanese Kyoto News Service, pasó varias horas entrevistando a las personas que habían sido albergadas temporalmente en una pista de hockey —en su mayoría niños, mujeres embarazadas y madres jóvenes. Descubrió que ninguna de ellas había escuchado hablar sobre Hiroshima. Cuando les mencionaba el nombre no les sugería nada (20).
Y en 1982, un juez en Oakland, California, confesó haberse sentido consternado al comprobar durante el interrogatorio de cerca de cincuenta posibles jurados en proceso de selección para un juicio en el cual se pedía la pena de muerte, que "ninguno de ellos sabía quién fue Hitler" (21).
En lo que respecta a la oligarquía de la política exterior en Washington, se trata de algo más que de una "delicia", es un requisito indispensable esta falta de memoria histórica.
El registro completo de las intervenciones norteamericanas en otros países está tan soslayado que cuando, en 1975, se le solicitó al Servicio de Investigación de la Biblioteca del Congreso llevar a cabo un estudio de las actividades encubiertas de la CIA hasta ese momento, sólo le fue posible presentar una porción muy reducida de los incidentes en el extranjero en relación con los que exponemos en este libro para ese mismo período (22).
En cuanto a la información que ha logrado abrirse paso en la conciencia del individuo común, o en los libros de texto, enciclopedias y otros materiales de referencia, resulta tan escasa que podría considerarse que ha regido una estricta censura.
El lector puede consultar las secciones relevantes de tres importantes enciclopedias: Americana, Britannica y Colliers. La imagen de las enciclopedias, como depósito final y más abarcador del conocimiento objetivo, resulta seriamente afectada. La causa más sobresaliente de esta ausencia de reconocimiento de las intervenciones norteamericanas, puede radicar en que estas estimables obras utilizan un criterio similar al de los funcionarios de Washington, tal como se refleja en los documentos del Pentágono. El New York Times resume este fenómeno de extraordinario interés de la siguiente forma:
La guerra clandestina contra Vietnam del Norte, por ejemplo, no es vista [...l como violación de los Acuerdos de Ginebra de 1954, con los cuales se puso fin a la guerra franco-indochina, o como contradicción con los pronunciamientos políticos públicos de varias administraciones presidenciales. La guerra clandestina, dado que es encubierta, no existe en lo que concierne al tratados y postura pública. Más allá incluso, los compromisos secretos con otras naciones no se consideran infracciones de las legislaciones del Senado, por cuanto no son reconocidos públicamente. (23)
Arbatov entendió demasiado bien los fracasos del totalitarismo soviético en comparación con la economía y política de Occidente. De esta memoria matizada y cándida se desprende con claridad que el movimiento por el cambio se había estado desarrollando de una manera consistente en el seno de las más altas esferas de poder a partir de la muerte de Stalin. Arbatov no sólo ofrece considerables evidencias acerca del concepto controvertido de que este cambio hubiera tenido lugar sin presión externa, sino que insiste en que el andamiaje militar estadounidense durante el período de Reagan en realidad obstaculizó este desarrollo. (25)
Los arquitectos de la política de Estados Unidos tendrían que presentar su caso “más claro que la verdad” y “aporrear la mente colectiva de los altos niveles del gobiemo”, como el secretario de Estado Dean Acheson [...] lo expresó. Y lo hacen. La nueva Agencia Central de Inteligencia comienza una sistemática sobreestimación de los gastos militares soviéticos. De forma mágica, la esclerótica economía soviética es obligada a crecer y revitalizarse en las oficinas gubemamentales de Estados Unidos. A la caballería de Stalin —completada con desvencijado equipamiento, carreteras destrozadas por la guerra y una moral deteriorada—, el Pentágono añade divisiones fantasmas y les atribuye luego a estas nuevas fuerzas escenarios de invasión de grandes proporciones.
Los funcionarios estadounidenses “exageran las capacidades e intenciones de los soviéticos en tal medida”, decía un estudio realizado a los archivos, “que resulta sorprendente que alguien los tome en serio”. Alimentados por los sombríos discursos del gobiemo y el sostenido temor público, la prensa de Estados Unidos y el pueblo no tienen problema. (30)
La incomprensión internacional es casi por entero voluntaria: es esa contradicción en los términos, incomprensión intencional —una contradicción porque para no comprender deliberadamente, se debe al menos sospechar, si es que no se llega a entender en realidad, lo que se intenta no comprender... [La incomprensión estadounidense acerca de la URSS tuvo] la función de sostener un mito —el mito de los Estados Unidos como “la última y mejor esperanza de la humanidad”. San Jorge y el Dragón es un pobre espectáculo sin un dragón real, lo más grande y temible posible, ideal si tiene grandes llamas emergiendo de su boca. La incomprensión de la Rusia soviética se volvió indispensable para la autoestima de la nación norteamericana: no se contemplaría con benevolencia a aquel que busca, aunque sea sin éxito, despojarlos de ella. (31)
Referencia documental y notas
Orginal en ingles: William Blum, Killing Hope: U.S. Military and CIA Interventions Since World War II, Common Courage Press, 2004.
Traducción y edición en castellano: William Blum, Asesinando La Esperanza, Editorial Oriente, Santiago de Cuba (Cuba), 2005.
Nota importante. El texto reproducido procede de la traducción cubana. Hemos respetado prácticamente de forma íntegra tal traducción. Tan solo de manera muy puntual y aislada hemos sustituido algún vocablo característico del idioma español de Cuba por lo que sería el equivalente más frecuente en el castellano peninsular. También de forma ocasional hemos reconstruido la sintaxis de alguna oración para amoldarla a lo que estamos más acostumbrados en España. No obstante, tales cambios han sido mínimos y en casos en los que estaban muy justificados, sin que en momento alguno supongan una alteración sustancial de la traducción cubana.
El libro en Internet. No tenemos constancia de que exista una versión en castellano en Internet. De hecho la que hemos utilizado es una edición impresa. Por el contrario, en inglés puedes localizar en pdf el libro en algunos sitios con facilidad.
Fuente de esta transcripción y digitalización (cítese y manténgase el hipervínculo): blog del viejo topo.
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(2) Washington Post, 24 de octubre de 1965, articulo escrito por Stanley Karnow.
(3) Winston Churchill: The Second World War. Vol. IV The Hinge of Fate, Londres, 1951, p. 428.
(4) Winston Churchill: The World Crisis: The Aftermath. Londres, 1929, p. 235.
(5) D. F. Fleming: “The Western lntervention in the Soviet Union 19l8-l920”, en New World Review, New York, otoño de 1967; ver igualmente Fleming: The Cold War and its Origins, 1917-1960. Doubleday & C0., New York, 1961, pp. 16-35.
(6) Los Angeles Times, 2 de septiembre de 1991, p. 1.
(7) Frederick L. Schumann: Amerícan Policy Toward Russia Since 1917. New York, 1928, p. 1285.
(8) Ibid, p. 154.
(9) San Francisco Chronicle, 4 de octubre de 1978, p. 4.
(10) New Republic, 4 de agosto de 1920, un análisis de 42 páginas escrito por Walter Lippman y Charles Merz.
(11) Life, 29 de marzo de 1943, p. 29.
(12) New York Times, 24 de junio de 1941; para un recuento interesante acerca de cómo los funcionarios norteamericanos prepararon el terreno para la Guerra Fría durante e inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, ver el primer capítulo de The Declasiffied Eisenhower, de Blanche Wiesen Cork (New York, 1981), un estudio de los documentos clasificados que fueron incorporados a la Biblioteca Eisenhower.
(13) Esto ha sido bien documentado y sería de conocimiento común de no ser por sus vergonzosas implicaciones. Ver al respecto los documentos del gabinete británico en 1939, resumidos en el Manchester Guardian, el 1 de enero de 1970; también véase Fleming: The Cold War, pp. 48-97.
(14) Relatado por el ex ministro de Relaciones Exteriores de Francia, Christian Pineau, en una entrevista grabada para el Proyecto Dulles de Historia Oral en la Biblioteca de la Universidad de Princeton; citado por Roger Morgan en The United States and West Germany, 1945-1973: A Study in Allíance Politics. Oxford University Press, Londres, 1974, p. 54 (traducción del francés del autor).
(16) John Stockwell: In Search of Enemies. New York, 1978, p. 101. Las expresiones “oficial de la CIA” u “oficial de caso” son utilizadas en todo el libro para indicar empleados profesionales a tiempo completo de la Agencia, en oposición a los “agentes”, que trabajan para la CIA pero tienen otras profesiones. Como se verá, otras fuentes que citamos, utilizan la palabra “agente” para ambas categorías.
(17) Ibíd., p. 238.
(18) Kwame Nkrumah: Dark Days in Ghana. Londres, 1968, pp. 71-72.
(19) La cita completa pertenece al New York Times, del 11 de enero de 1969, p. 1; la cita interior pertenece a la Comisión Nacional.
(20) Mother Jones Magazine, San Francisco, abril de 1981, p. 5.
(21) San Francisco Chronicle, 14 de enero de 1982, p. 2.
(22) Richard E. Grimmett: Reported Foreign and Domestíc Covert Activities of the Uníted States Central Intelligence Agency: 1950-1974. Biblioteca del Congreso, 18 de febrero de 1975.
(23) The Pentagon Papers. Edición del New York Times, 1971, p. Xlll.
(24) Discurso ante el Consejo de Asuntos Mundiales en la Universidad de Pennsylvania, el 13 de enero de 1950, citado en el Boletín del Comité Republicano del Congreso, 20 de septiembre de 1965.
(25) Robert Scheer: Los Angeles Times Book Review, 27 de septiembre de 1992, reseña sobre Georgi Arbatov: The System: An Insider's Life in Soviet Politics. Times Books, New York, 1992.
(26) International Herald Tribune, 29 de octubre de 1992, p. 4.
(27) The New Yorker, 2 de noviembre de 1992, p. 6.
(28) Los Angeles Times, 2 de diciembre de 1988: la emigración de los judíos soviéticos llegó a su punto máximo: 51.330, en 1979, para caer a unos 1.000 al año a mediados de los 80 durante la administración Reagan (1981-1989); en 1988 fue de 16.572.
(29)
a) Frank Kofsky: Harry Truman and the War Scare of 1948. A Successful Campaign to Deceive the Nation. St. Martin’s Press, New York, 1993, passim, en particular el Anexo l, el libro está repleto con porciones de documentos similares. escritos por analistas diplomáticos, de inteligencia y militares en los años 40; el temor a la guerra fue impulsado para conseguir apoyo al programa de política exterior de la administración, comenzar la carrera armamentista y salvar a la industria aeronáutica al borde de la bancarrota.
b) Declassified Documents Reference System: índices, resúmenes y documentos microfilmados, series anuales organizadas por agencias gubernamentales y año de desclasificación.
c) Foreign Relations of the United States (Departamento de Estado), series anuales, documentos internos publicados entre 25 y 36 años después de ocurridos los hechos.
(30) Los Angeles Times, 29 de diciembre de 1991, p. M1.
(31) The Guardian, Londres, 10 de octubre de 1983, p. 9.
(32)
a) Anne H. Cahn: “How We Got Oversold on Overkill”, en Los Angeles Times, 23 de julio de 1993, basado en el testimonio ante el Congreso de Eleanor Chelimsky, asistente del controlador general de la Oficina de Contabilidad General, acerca de un estudio de la misma, el 10 de junio de 1993; ver texto relacionado en el New York Times, el 28 de junio de 1993, p. 10.
b) Los Angeles Times, 15 de septiembre de 1991, p. 1; 26 de octubre de 1991.
c) The Guardian, Londres, 4 de marzo de 1983; 20 de enero de 1984; 3 de abril de 1986.
d) Arthur Macy Cox: “Why U.S., Since 1977, Has Been Misperceiving Soviet Military Strenght”, en New York Times, 20 de octubre, de 1980, p. 19; Cox había sido funcionario del Departamento de Estado y de la CIA.
(33) Para un mayor análisis de estos puntos ver:
a) Walden Bello: Dark Víctory: The United States, Structural Adjustment and Global Poverty. lnstitute for Food and Development Policy, Oakland, CA., 1994, passim.
b) Multinational Monitor, Washington, julio-agosto 1994, número especial sobre el Banco Mundial.
c) Doug Henwood: “The U.S. Economy: The Enemy Within”, en Covert Action Quarterly, No. 41, Washington D.C., verano de 1992, pp. 45-49.
d) Joel Bleifuss: “The Death of Nations”, en In These Times, Chicago, 27 de junio-10 de julio de 1994, p. 12 (Código ONU).
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Acerca de William Blum y de su libro 'Asesinando la esperanza. Intervenciones de la CIA y del ejército de los Estados Unidos desde la II Guerra Mundial'.
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