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sábado, 27 de abril de 2024 02:10h.

Sólo faltaba el calor - por Ana Beltrán


Con su agradable pero ácida prosa, Ana Beltrán nos regala la acostumbrada crónica mensual. Un mes de junio con calor al final, para terminar de amargarnos la existencia. 


 

 Sólo faltaba el calor - por Ana Beltrán

Ahora me resulta difícil soportarlo, pero yo antes solía esperar el verano como agua de mayo. Desde que se anunciaba el solsticio, pasando por la mágica noche de San Juan, y su correspondiente hoguera, mi corazón saltaba de gozo. No me importaba que el sol lanzara sus rayos cual plomo derretido sobre la tierra ya de por sí reseca, qué va.  El verano  era sinónimo de fiestas y playa. En la canícula, pueblos y barrios compiten entre sí, a ver quién quema más pólvora en formar filigranas en el aire, y qué equipo de megafonía arma mayor escandalera. Todo eso me entusiasmaba.  Eran otros  tiempos…    

Tiempos de juventud, sin duda, en los que escaseaban muchas cosas, y en los que a pesar de ello vivíamos felices… e indocumentados, como dijo un día García Márquez, llevando el realismo mágico más allá de lo puramente literario.  

Literatura, y de la surreal, es la que se puede hacer con el comportamiento del Sr. Dívar. Y con la mayoría de los miembros del Supremo, barriendo para casa, todos a una, como en Fuenteovejuna. Con qué rapidez actuaron en su defensa, qué eficientes, cuando algo les atañe… Eso sí que merece un apaga y que se vayan; más indefensos de lo que estamos no vamos a sentirnos. Digan lo que digan ahora, el ramalazo de cordura les llegó demasiado tarde,  cuando ya el espectáculo se había representado.  

Y hablando de representar… ¿Los ciudadanos de a pie  de esta tierra patria, no deberíamos tener a alguien que hablara por nuestra boca, allende los Pirineos?  Las  Financieras bien que lo tienen. Al representante, claro está.  Lo grave del caso es que está pagado con nuestros impuestos.  

Esta palabra, impuestos,  me suena tan mal sonante (valga en este caso la redundancia), que parece que haya adquirido visos de palabrota. Tanto es así que no me atrevo a pronunciarla delante de mi padre, por si al hombre se le ocurre darme un bofetón, que para eso aún le quedan fuerzas. Sin embargo a don Mariano  debe de saberle a granizado en pleno agosto, porque a cada momento nos amenaza con ella; le gusta tanto que se regodea cuando la pronuncia,  y mucho más cuando la aplica.  

También se regodea don Paulino cuando anuncia a bombo y platillo los miles de empleos que se van a crear y que nunca se crean; lo que sí se está creando  es una inmensa e incesante  pobreza, con grave repercusión en los niños. Ya son muchos (lo dicen voces bien informadas) los que llegan al colegio sin desayunar, y que son los propios maestros los que, con el dinero de sus bolsillos, sufragan el desayuno. Un ejemplo a seguir. Lo que hasta hace poco era impensable ahora es innegable. Y se está produciendo aquí,  en nuestra isla, en nuestras islas…             

Menos mal que el tren nos va a sacar  de la pobreza.  Y eso será en cuanto don Ricardo  entre en  Bruselas pidiendo ayuda para ese proyecto suyo de ʽmáxima urgenciaʼ, tanta, que la salud y la educación no le llegan ni a la altura del rail. Dos mil millones de euros dice que va a pedir. Qué optimista. ¿De verdad cree el mandamás de esta decadente ínsula que el horno europeo está para tremendos e innecesarios bollos? Si eso se produjera volverían a nuestro cielo las oscuras golondrinas… y se marcharían a toda ala ante el ʽbelloʼ paisaje: el de las adefésicas torres de Endesa y los horrendos postes del tren, que formarían un vallado sin vallas. Con eso ya tendríamos completo el panorama. Un panorama tan patético como desalentador.