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domingo, 28 de abril de 2024 23:52h.

Disquisiciones un tanto melancólicas en torno a la revolución - por Julián Ayala

 

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Disquisiciones un tanto melancólicas en torno a la revolución - por: Julián Ayala Armas, escritor y periodista *

Hubo un tiempo, durante gran parte del siglo XIX y el pasado siglo XX, en que amplios sectores de la izquierda social y política de muchos países del llamado “primer mundo” (también son ganas de distinguirse) consideraban que la revolución, el gran movimiento liberador de la humanidad, no sólo era necesaria, sino que incluso parecía posible. Hasta hubo algunos, muy optimistas, que llegaron a creerla al alcance de la mano. Desde hace años, la mayor parte de esa gente, inmersa en una profunda depresión histórica, empezó considerando que la revolución no es posible y ha acabado concluyendo, en una concatenación interesada y falaz del pensamiento que, como no es posible, tampoco es necesaria.

En mi primer viaje a Londres llamó mi atención un graffiti medio borroso en un barrio del extrarradio; traducido al español venía a decir que “La revolución es el opio de los intelectuales”. Había cierta razón para el retruécano, pues pocos meses antes los adoquines de Parías habían florecido y, a pesar de la evidencia, todavía había quien creía que debajo de ellos estaba la playa. Aquella gran kale borroka abonó el huerto donde crecieron estupendas plantas de retórica progresista, algunos de cuyos lejanos ecos perviven en la actualidad. “Cuanto más hago el amor más ganas tengo de hacer la revolución y cuanto más hago la revolución más ganas tengo de hacer el amor”. El entonces joven estudiante al que se le ocurrió esta frase y sus compañeros supervivientes que la coreaban entusiastas tienen hoy más de setenta años y seguramente sus motivaciones revolucionarias corren pareja con sus ardores eróticos.

La diversidad de las coartadas humanas es infinita y muchos de esos antiguos revolucionarios, instalados cómodamente en el pesimismo, creen que sus acciones siguen estando orientadas por los mismos principios que tenían antes, cuando es evidente que sus principios están orientados por los intereses que tienen ahora y que sólo a éstos obedecen sus actuaciones. Para ellos, la utopía, a la que de tarde algunos siguen invocando –incluso a veces de buena fe–, es como esos lacitos de diversos colores que te suelen colocar en la solapa con ocasión de alguna campaña benéfica: una especie de escarapela que acredita a quien la lleva la consideración de buena conciencia social, pero que más allá de eso no tiene el menor sentido.

Algunos hay, sin embargo, que no se han rendido del todo, y siguen debatiéndose en íntima contradicción entre lo real y lo posible. La sombra mítica del caballo de Zapata atraviesa a veces al galope el paisaje árido de su desierto interior, el eco de sus cascos es como un redoble de tambor que resuena en el fondo de su conciencia.

Para estos especímenes la revolución ha devenido una categoría de la mente.

Mientras existan situaciones radicalmente injustas en el mundo, los que insistan en permanecer despiertos y solidarios, serán necesariamente revolucionarios.

Y es que mientras existan situaciones radicalmente injustas en el mundo, mientras el poder depredador pisotee impunemente los derechos de las personas en tantos y tantos lugares, los que no quieran abrigarse con el edredón engañosamente cálido del consumo e insistan en permanecer despiertos y solidarios, tendrán que ser necesariamente revolucionarios para no caer en la modorra general. Si no otra cosa, menester es conservar esta convicción en las entretelas del espíritu, como se conserva una flor marchita entre las páginas de un libro. Se trata de un acto de resistencia, aunque se sea consciente de la inutilidad inmediata del empeño; una reserva, un venero de lucha para tiempos mejores.

La melancolía es el correlato de ese esfuerzo sin recompensa, pero esta melancolía resistente es como un árbol deshojado que dará sus frutos en el futuro. La revolución, hoy y aquí, es una categoría del alma y por eso el alma melancólica de los revolucionarios está llena del tiempo que vendrá, se alimenta de él y por él vive.

Un filósofo cínico de esta época de almoneda ha dicho con cáustico sentido del humor que “la esperanza es lo último que se vende”. Para calcular mejor su precio –en tiempos de incertidumbre hay que estar abiertos a cualquier eventualidad– no debemos olvidar que, como dijo hace años otro filósofo, éste con más ínfulas de seriedad, “la esperanza da sentido a nuestra vida”, y la esperanza a efectos de lo que estamos tratando está en la acción de los derrotados de hoy que no se limitan a lamerse resignados las heridas. Antes bien, las curan y acumulan fuerzas para continuar la lucha, que contribuya a la sustitución algún día de este ingrato mundo por otro que entre todos los mundos posibles parezca mejor.

O al menos hay que confiar en que sea así.

* En La casa de mi tía por gentileza de Julián Ayala. Publicado originalmente en LA CLAVE CUENCA

https://www.laclavecuenca.com/2022/12/22/disquisiciones-un-tanto-melancolicas-en-torno-a-la-revolucion/

JULIÁN AYALA
JULIÁN AYALA

 

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