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lunes, 29 de abril de 2024 00:00h.

Hacia lo impensable y lo políticamente inviable - por Alejandro Floría

 

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Hacia lo impensable y lo políticamente inviable - por Alejandro Floría *

En democracia la verdad es lo que los ciudadanos creen que es verdad”, pontificaba el siniestro eX-presidente Felipe González el pasado mes de octubre en algún acto autorreferencial. Qué confortable consuelo para el individuo mineral que consume pensamiento como comida precocinada. Qué conveniente delegar la reflexión y la acción para refugiarse en el consenso, para adherirse, para pasar desapercibido entre una mayoría acrítica que es rebaño en el propósito, cardumen en la dirección y, también, piara que ignora la violencia de su way of life, quela externaliza entre sus antípodas geográficas y la narcosis de un discernimiento que mengua. Ojos que no ven.

La mal llamada democracia nunca existió; fue parida, acaso reinventada, como democratismo. Lo hizo con la urgencia de imprimir la compulsión del progreso y de la insultante línea recta a los buenos ciudadanos. Nada natural tiene tanta prisa ni está tan desconectado de todo lo que le rodea y este artificio tiene bien poco de ars,... la democracia de Felipe González es una jaula estática envuelta en un zoopraxiscopio; el censo electoral, engranaje inconsciente en la megamáquina, adolece de potencia, no inquietan tanto cinco millones de votos como cinco millones de afiliados, de comuneros, de camaradas… nadie teme lo que nada cambia, lo que nada amenaza, no hay más que ver la celeridad con la que se reprime violentamente todo lo que se percibe como organon.

Se trata entonces de pensar poco, de creer mucho y de sentir más, hasta la saturación, hasta que la acción de investigar, de descubrir, de confrontar y transformar, se nos sugiera penosa y extenuante. La mascarada combina el desconocimiento de la herramienta con el de su uso y con la desincentivación del mismo. Esta democracia de la escasez inocula ignorancia, pereza y miedo. Y desvirtúa el tiempo. En este escenario, la verdad y la vida van de la mano. Pero ganarse la vida requiere de tanto tiempo que tan apenas sobra para vivirla. Y enunciar una pretensión tan obvia, ¿qué se habrá creído?, servirá para que le tilden de improductivo e inmaduro.

Una burocracia incierta nos extiende, como premio de consolación, un certificado de identidad: usted es auténtico, no necesita nada más. Quizás algún sucedáneo customizado por el que pagará un precio obsceno. Quizás, incluso, pueda tener a su alcance algo de lujo accesible. Confórmese, no trate de cruzar la línea, ¿quién sabe qué anarquía puede haber un poco más allá? Le convencen de que usted no es cobarde, que sólo gestiona riesgos, es el Project Manager de su vida. Una vida absolutamente despolitizada con motivo del outsourcing más grotesco que se contrata delante de una urna. Y es que el ciudadano clase-mediano que vota se sonroja cuando lee algunas palabras juntas: Conocimiento, (Anti)Pedagogía, Libertad, Igualdad, Justicia, Solidaridad, Respeto, Horizontal, Apoyo Mutuo, Cooperación, Comunidad, Autogestión.

La verdad verdadera es mucho más soportable que lo que creemos eludir con la representación. La clase política es una interfaz parasitaria que drena a su pueblo para sí y para unos pocos. La extracción bulímica a la que sometemos a la naturaleza nos incluye también a nosotros. Bertolt Brecht también nos decía que hay muchas maneras de matar. En algún momento hemos perdido la habilidad de respuesta, que no es otra cosa que la responsabilidad, y no parecemos hacer un gran esfuerzo por tratar de recuperarla, porque esperamos de ella una losa cuando su asunción nos procuraría la ligereza de una pluma. No solo acatamos cualquier narrativa sin el más mínimo cuestionamiento (Covid, Ucrania, crisis energética,…) sino que además las apuntalamos como policías de balcón. Ese apego a la bandera, al escudo, al color o cualquier otro artificio fronterizo que demonice al otro es patológico.

Todas esas curvas exponenciales relativas al clima, la energía, la economía,... que vemos, hace años, en algunos medios especializados nos deberían invitar a reflexionar porque, indefectiblemente, también hay curva exponencial para todos nosotros. Con tanta obsesión por la razón no hemos superado la linealidad y la proporción y esperamos que cualquier cambio suceda de una determinada manera, una que avise, que nos permita procrastinar. Son tiempos en los que no es admisible más de lo mismo, ni la opción menos mala, ni los blanqueamientos (-washing), ni la de dejar a nadie atrás. Es urgente salir del loquesea-centrismo. El jardin de Borrell se seca y sus rastrojos se queman.

De entre los doce lugares (puntos de apalancamiento) para intervenir en un sistema, los menos relevantes (Meadows) son las constantes, los parámetros y los números (subsidios, impuestos, estándares…). Durante la campaña electoral, nadie dirá nada que supere esto de ninguna manera y por tanto, nada de lo propuesto superará la situación actual. Jamás, no hay ningún referente en ningún tiempo y en ningún lugar (al menos con energía muy barata). Y así, en algún momento del ascenso en la curva exponencial, se empezarán a fragmentar estructuras cada vez más cercanas al observador. Porque, no nos engañemos, medio mundo lleva colapsado décadas, incluso siglos, pero desde el patrón de consumo occidental sólo han sido zonas de sacrificio. Qué engreimiento tan horrible.

Es imprescindible explorar lo impensable y lo políticamente inviable, otro fin del mundo aún es posible.

* Gracias a Alejandrto Floría

ALEJANDRO FLORÍA CORTÉS
ALEJANDRO FLORÍA CORTÉS

 

mancheta junio 23