A propósito de un país olvidado y un libro reciente - por  Gerardo Rodríguez, miembro del Secretariado Nacional del STEC-IC *

Los Balcanes entran en erupción cada cierto tiempo, periódicamente. Ese mosaico de pueblos, etnias, religiones y lenguas que configuran esta singular península de Europa es una amalgama de tradiciones compartidas y rencores ancestrales, de fronteras comunes en determinados periodos históricos y fragmentación centrífuga y disruptiva en otros. En Sarajevo se detonó la espoleta de la 1 Guerra Mundial con el asesinato del heredero del Imperio Austrohúngaro, una guerra que reconfiguró Europa, terminó con los viejos imperios como el otomano y el austrohúngaro y puso las bases para la 2ª Guerra Mundial, de paso cercenó la idea ilustrada de Progreso y, a partir de entonces, solo los ingenuos creen que la Humanidad progresa linealmente hacia un mundo mejor, más bello, más justo y equitativo.  Para eso hay que luchar y trabajar, pero no viene dado de suyo por el avance científico-tecnológico y la fibra moral del ser humano, como pensaban los positivistas, o por el desarrollo de las fuerzas productivas como pensaba Marx, en el fondo un ilustrado.

También en los Balcanes se desarrolló la penúltima guerra en suelo europeo antes de Ucrania, la descomposición de la antigua Yugoslavia fue una sucesión de guerras de mayor o menor intensidad que empezó en Eslovenia, siguió con Croacia, continuó con Bosnia y terminó, de momento, en Kósovo. Hoy hay mucha gente de esos países que miran hacia atrás pensando que aquel tiempo, pasado en común, fue mejor y posiblemente no les faltan razones. En estos momentos se vive un estertor más de esas batallas en Kósovo. Un país que reconoce la mitad de la Comunidad Internacional mientras la otra mitad lo considera parte de Serbia. Entre los primeros, Estados Unidos y la mayor parte de la UE, entre los segundos  China, Rusia o España.

La etnia mayoritaria en Kósovo es la albanesa pero en las provincias del norte predominan los serbios. En las recientes elecciones municipales que boicotearon las comunidades serbias, ganaron los albanokosovares pero con una participación del 3% de la población en la zona norte, limítrofe con Serbia. Cuando los miembros electos pretendieron tomar posesión de sus cargos, una muchedumbre les impidió entrar en los ayuntamientos. Los latinos dirían que tenían la “potestas”, la autoridad que te dan las leyes, pero no la “autorictas”, la legitimidad que te otorga la ciudadanía. A partir de ahí se desencadenaron las hostilidades, la parte albanokosovar reprimió las protestas mientras desde Belgrado se mandaban tropas a la frontera. Estados Unidos y la UE, en plena guerra de Ucrania, no quieren desestabilizar la zona y menos otra guerra balcánica y han pedido a las autoridades de Prístina que recapaciten y no impongan a los alcaldes que la población rechaza, y lo harán, pero el malestar de fondo entre las naciones balcánicas es histórico.

De todos esos países el que más ha despertado mi interés es Albania. Un país olvidado durante siglos, o tal vez solo olvidado por nuestra cultura occidental pero no por otras culturas, como puede observarse en el maravilloso Museo de Fotografía de la familia Marubi, en la ciudad de Skhoder, donde la estampa que presentaban los albaneses cuando formaban parte del Imperio Otomano es admirable por sus detalles estéticos, donde reflejaban su opulencia.

Si por algo se recuerda a Albania es por la época de Enver Hoxha que gobernó durante más de 40 años, llevando el país progresivamente a la más absoluta autarquía. Hoxha fue un joven partisano albanés en su lucha contra los fascistas italianos y los nazis alemanes, fundó el Partido del Trabajo de Albania y se hizo con el poder, fue un hombre culto y un escritor prolífico, formó parte de los más acérrimos seguidores de Stalin lo que lo condujo a la ruptura de relaciones con su vecino Tito, por el perfil del socialismo a la yugoslava más libre y autónomo frente a Moscú, incluso formando parte del Movimiento de Países no Alineados. A la muerte de Stalin, Jruschov comenzó el proceso de “desvelamiento” del estalinismo: el gulag, las purgas, las hambrunas, el culto al líder y el personalismo. Ese proceso de desestalinización llevó a Hoxha a romper con la URSS y sus aliados y salir del “Pacto de Varsovia”, tachándolos de “revisionistas”. Se acercó entonces a China y a Mao durante la Revolución Cultural pero la posterior apertura china a Estados Unidos durante la presidencia de Nixon y la “diplomacia del ping-pong”, terminaron con el idilio. 

Aislado, temiendo ser invadido por la OTAN, por los yugoslavos o por el “Pacto de Varsovia”, sembró su país de bunkers (se calculan en torno a los 250.000) diseminados por montañas y playas, por valles y barrancas, incluidos los centros urbanos. En el suyo propio del centro de Tirana, se pueden observar sus habitaciones y su despacho con sus obras completas, hoy abandonadas y polvorientas. Los demás, abandonados entre las zarzas, deberían ser objeto de conservación y restauración, en mi opinión.

Su biografía dice que murió en el poder 5 años antes de que la URSS y sus aliados se desplomaran en el Este. Mientras gobernó era precisamente la “biografía” de una persona la que determinaba su vida: no podías ocupar puestos en la administración o en el partido si no tenías una biografía intachable, incluyendo a familiares cercanos, lejanos o a los antepasados. Como a Edipo, la biografía familiar marcaba el rumbo del destino personal. Cuando cayó el Régimen llegó otro capitalista, el relato de la biografía se trocó por el relato del “currículum vitae”, al que todos estamos condenados y que marca también nuestro destino aquí y ahora. Como descubrió Foucault, el Poder ama los registros y, en base a ellos, ordena, clasifica, cataloga, escudriña y disciplina, qué nos los digan a nosotros que estamos permanentemente vigilados por el Gran Hermano.

Ya para 1997, el pujante capitalismo financiero tóxico se había adueñado del país y las empresas (Sude, Xhafferri, Populi, Vefa…) incentivaban a la ciudadanía a invertir en ellos sus escuálidos ahorros prometiendo el 10%, el 20% y hasta el 30% de interés. Esas empresas ayudaron a ganar las elecciones al Partido Democrático,  la derecha albanesa. En realidad eran grandes construcciones piramidales, cuando la gente exigió la devolución de su dinero se declararon insolventes y la mitad de la población lo perdió todo. Estalló entonces la “Guerra Civil albanesa” en la que se asaltaron los principales núcleos de poder, comisarías, sedes del ejército y la policía, puertos, aeropuertos, etc. Cundió el pánico, la gente se marchaba en precarias embarcaciones o cruzando fronteras luego de indecibles quebrantos, y entonces se dieron cuenta de que aquellos países que durante la época de Hoxha los condecoraban cuando salían, ahora que podían hacerlo libremente los rechazaban exponiéndolos a terribles naufragios, como los que ahora ocurren en la ruta canaria. La clásica hipocresía occidental.

Albania es un país de olores silvestres, a romero, a mirto, a olivos y, sobre todo, a jazmín. Es un país donde la gente es cordial pero la corrupción política y la especulación urbanística sepultan las playas bajo los adoquines. Una emergente clase media copia los peores modelos occidentales y los jóvenes las naderías de los influencers y sus poses. Pero, a la caída de la tarde, en los pueblos de montaña, las personas salen a hacer el “girho”: la conversación ancestral sosegada a las puertas de las casas, el ámbito de lo coral y lo verbal como placer y catarsis, con la humildad y dignidad que siempre guardaron los abuelos y abuelas. Conservo de mi niñez el recuerdo del “ghiro” canario, porque aquí también se hacía antes de que los artilugios nos metieran en casa.

Todo esto se cuenta mucho mejor, espléndidamente, en ese libro libre y apasionante que es “Libre” (2023) de Lea Ypi, profesora universitaria de marxismo, de un marxismo vivo en el que detrás de las categorías hay hombres y mujeres con nombres propios e historias intransferibles. Ella es la protagonista de esta autobiografía  que abarca su niñez y juventud. Lo hace con realismo, ternura, humor y agradecimiento sobre todo a su abuela, a quien le dedica el libro.

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Es un placer recorrer aquel mundo a través de su mirada. El mundo que la convirtió en lo que es ahora, tomando prestado un título de Stefan Zweig “el mundo de ayer”.

* Gracias a Gerardo Rodríguez