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lunes, 29 de abril de 2024 00:00h.

¡Que ochenta años no es nada!… - por Nicolás Guerra Aguiar

 

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EMMA (NICOLÁS GUERRA AGUIAR)
EMMA

¡Que ochenta años no es nada!… - por Nicolás Guerra Aguiar *

Sospecho, estimado lector, que en miradas retrospectivas al ayer (y anteayer)  han de brillar muchos recuerdos cuando a los ochenta años todavía pueda uno sentarse a recorrer tales edades desde los iniciales orígenes hasta el momento actual. Después quizás se descubriría -o acaso confirmaría- que sigue valiendo la pena seguir viviéndolas, gozarlas, satisfacerlas… y en momentos haber soportado todas las circunstancias imprevisibles.  

PABLO NERUDA
PABLO NERUDA

 Así, a lo largo de esa inmensa caminata lograda gracias a los ocho decenios - novecientos sesenta meses- Emma, a la manera del premio nobel Pablo Neruda (“Es tan corto el amor y tan largo el olvido”), confirma o hace suya la exactitud de sus palabras cuando el poeta chileno se refiere a lo casi infinitamente eterno que es el tiempo para olvidar, trátese de risueños encantamientos conseguidos con tesón, fuerza e inteligencia o, acaso, de terribles y desestabilizadores impactos relacionados con íntimas querencias. 

  A esta mujer de cuerpo entero, rozagante y venturosa, le encajan a la perfección  sospechas y afirmaciones anteriores. Por derecho propio la madre de ocho hijos, con perenne y perpetua continuidad por delante, posa ante una estantería cargada de marcas de güisqui (simple casualidad, ¡no exageremos!, pero el comedor era bien amplio) pues sus ochenta años, acabaditos de cumplir, se lo permiten: de ahí senecta juventud, madurada lozanía, frescura añeja… 

  Y sabiduría no ya solo por la edad sino, también, por su propia formación personal, profesional, anímica...  (Ese mismo saber, aprendido con muchísimos esfuerzos, codos y somnolencias, trabajo, tesón ¡y ocho hijos! le permite la serenidad precisa para bonhomías ajenas a fantasmadas, petulancias y soberbias.)

GÓNGORA
GÓNGORA

  Los ocho decenios de su vida vivida la han ido alejando, claro, de aquella frondosidad cantada por Góngora para exaltar y definir la edad dorada de una joven como “oro, lilio, clavel, cristal luciente”; es decir, ‘cabello rubio, tez blanca, labios rojos, cuello brillante’, respectivamente. Pero un día, claro, melena, rostro, boca, garganta… serán polvo; mas, a la manera quevediana, en Emma permanecerán como polvo enamorado de la vida.   

 Por tal razón, como adelantó nuestro paisano Domingo Rivero, a ella se le siguen escuchando día a día, en perenne continuidad y agradecimiento, los tres primeros versos de un soneto del aruquense (“A mi cuerpo”): “¿Por qué no te he de amar, cuerpo en que vivo; / por qué con humildad no he de quererte /  si en ti fui niño, y joven, y en ti arribo […] ? 

DOMINGO RIVERO
DOMINGO RIVERO

  Porque Emma, a sus ochenta años (quizás uno menos, a fin de cuentas es cebollera canaria), dieciséis nietos, tres nietos políticos, seis biznietos, cuatro nueras... jamás dio su brazo a torcer ante inclemencias, desasosiegos, alarmas, sobresaltos o fustigadoras piruetas de la vida, de la suya a solas o de la compartida, la coparticipada. 

  Por su responsabilidad tan tempranamente adquirida (a los diecinueve ya era madre de Gabriel) ella nunca tuvo tiempo para desánimos, desalientos, vahídos físicos o psicológicos. Y no lo alcanzó, claro, no podía permitírselo: tres inmediatos hijos más reclamaban atenciones, ayudas, nocturnidades, cocinas, salidas, paseos, médicos… Ya, desde entonces, precipitadamente madurada. 

COLEGIO CARDENAL CISNEROS
COLEGIO CARDENAL CISNEROS
SEBASTIÁN MONZÓN SUÁREZ
SEBASTIÁN MONZÓN SUÁREZ

  Atrás quedaron, muy lejanos, los tiempos del Colegio Cardenal Cisneros, su continuada presencia en el escenario del Teatro Municipal galdense bajo la dirección de don Sebastián Monzón Suárez, la coral de doña Rosa María Martinón, la culminación del Bachillerato Superior… (Y así hasta la octava hija, Nieves. En medio, María Justina, Frank, Rosa Julia, Alejandro, Pedro, Ramón.)

 

ROSA MARÍA MARTINÓN
ROSA MARÍA MARTINÓN

  ¿Y qué había aprendido durante tantos años entre meadas, pañales, diarreas, chichones, heridas, nocturnales serenatas convertidas en coros angelicales cuando uno de ellos iniciaba los demoledores cánticos por lloriqueos...? Pues, sobre  guarderías, todo. Y en medio de cocinas, controles, juegos infantiles, más pañales y mocos ahora ajenos, definió su momentánea vocación “para cuando fuera mayor”, claro: ahora era imposible. Y mantuvo un jardín de infancia durante varios años, los necesarios para saltar a la meta siguiente: la recuperación del aula.

  Así, a las cuatro décadas de su siguiente vida termina Magisterio. Al año siguiente ya es profesora de Ciencias Sociales. Tres años después consigue la especialidad de  Pedagogía Terapéutica y, sobrepasado el medio siglo, se especializa en Audición y Lenguaje (cincuenta y dos años) para concluir su formación profesional en la Universidad de Las Palmas: a los sesenta y dos ya es licenciada en  Psicopedagogía.

  Y cuando en 2007 (sesenta y cinco tacos) solicita la continuación en el aula, la inspectora de Educación estuvo a punto de enviarla a que le dieran “los choques”, tratamiento psiquiátrico tan presente en la  subdesarrollada España de los años precedentes (‘Dos electrodos al costado de la cabeza, colocados sobre el cuero cabelludo, sirven para pasar una corriente eléctrica por su cerebro’). A los setenta años y siete meses fue forzosamente jubilada a pesar de sus reticencias, ¡ya se pasaba en sus pretensiones…! 

  Hoy, ya la ven, entra en la década de los ochenta. Espero que mi hermana mayor ahora coja tino, sensatez, cordura... ¡porque esta mujer es capaz de matricularse en Derecho para echarle una mano a su hija Nieves, poco conocimiento!

* En La casa de mi tía por gentileza de Nicolás Guerra Aguiar

NICOLÁS GUERRA AGUIAR

 

 

MANCHETA AGOSTO 22