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sábado, 27 de abril de 2024 04:35h.

Godos, engodos, regodeos y toletadas - por Nicolás Guerra Aguiar

"Pero hete aquí que la señora Oramas, tan socializada ella; tan sentimentalmente concienciada de que el Carnaval es del pueblo; tan presente en las populares movidas carnavaleras sale  con “lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor” en defensa de sacrosantos derechos ciudadanos canariones, precisamente en vísperas electorales, qué casualidad. "

Godos, engodos, regodeos y toletadas - por Nicolás Guerra Aguiar *

   La muy indignada exalcaldesa lagunera, señora Oramas, rebasó prudentes ritmos sonoros más allá del Bentayga  porque una señora “goda”, jueza con destino profesional en Las Palmas de GC, decretó la suspensión cautelar de noctámbulas actividades carnavaleras (fundamentalmente mogollones) en la zona de Santa Catalina.

   Pero hete aquí que la señora jueza –“goda”, según la ATÍstica diputada en el Congreso- no tuvo parte sentenciadora en tal decreto toda vez que se limitó a hacer cumplir un veredicto firme del Tribunal Supremo. Y la tal sentencia, casualidad de casualidades, fue la culminación tras denuncias que reclamaban algo fundamental: el legítimo derecho de los ciudadanos recurrentes al descanso. Porque no son noches aisladas, en absoluto. Forman parte de un amplio ciclo del “póntelo, pónselo”, “mascarita, ¿me conoces?”, “dale dale dale, dale dale al cuerpooo lo que te piiida”, e incluye reproducciones varoniles de marilinesmonroes por el Derby y jaguayanas con pectorales y patas pelúas, damas con románticas pelucas… además de sanos bailes con bilirrubínicos ritmos latinos a toda pastilla, libertarios desarretos constreñidos en otras épocas del año, flejes de copas, quintadas a la parienta y actitudes de quíqueres peleones que terminan a la piña limpia porque su simbólica materia gris fue roniada o fumada a  lo largo de la noche.

   Además, el Tribunal Superior de Justicia de Canarias ordenó (2012) al Ayuntamiento la suspensión de los tales  mogollones puesto que diez años antes, en 2002, el Tribunal Supremo les había dado la razón a los demandantes: el descanso prevalece sobre la actividad nocturna por muy festiva, carnavalera o popular que fuera. (Añado dos algos más, uno de los cuales no se consideró: muy cerca hay un hospital. En sus habitaciones se encuentran personas recién operadas, en tratamiento o en vísperas operatorias. El otro es una experiencia personal en mi pueblo, Gáldar: cuando me quedaba los sábados por la noche, me acostaba a las diez. Así podía dormir cinco horas, pues a las tres del domingo turbulentas músicas de coches discotecados paran en la calle y bajo las ventanas -cuyos cristales vibran de terror- y tocan a forzado despertar; patadas a latas cual si de balones se tratara zumban por el lateral del Teatro; gritos, bramidos y rugidos de juveniles gargantas humanas –femeninas y masculinas- pero ensombrecidas por pasiones violentas e insultantes impactan sonoramente; botellas de cristal que rompen su estructura con la intención de sajar caras, brazos e incluso espaldas son manejadas por hábiles combatientes, quizás hasta yijadistas roniados…)

   Por tanto, al menos desde 2002 hay sentencia judicial en contra. Trece años después se replantea el mismo litigio entre ciudadanos y la institución municipal. Lo cual quiere decir, exactamente, que el Ayuntamiento de la ciudad no cumple los fallos dictados por tribunales de Justicia. Y como el Ayuntamiento no está gobernado por funcionarios administrativos, policías municipales o los doscientos y tantos empleados que entraron por el Parque Romano, la responsabilidad de tal incumplimiento podría incluso hasta ser de las personas con mando y poder decisorio. Lo mismo, exactamente, que en cuatrienios anteriores con el Partido Psocialista.

   Así, que año tras año haya enfrentamientos verbales entre defensores y detractores de los mogollones en la zona de Santa Catalina puede parecer, y parece, que se debe a incumplimientos de sentencias claras y contundentes. Y si allí se siguen celebrando es porque forman parte de la programación oficial, la que se confecciona por el Ayuntamiento. Por tanto, pregunto: ¿por qué los equipos de gobierno han desoído las conclusiones judiciales? ¿No es, acaso, un supuesto delito su incumplimiento?

   Pero hete aquí que la señora Oramas, tan socializada ella; tan sentimentalmente concienciada de que el Carnaval es del pueblo; tan presente en las populares movidas carnavaleras sale  con “lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor” en defensa de sacrosantos derechos ciudadanos canariones, precisamente en vísperas electorales, qué casualidad. Y lo hace con indiscutibles argumentos, razones contundentes, sapientísimas ideas que serán modelos de raciocinios, prudencias, mesuras y respetos: la señora jueza que fuerza a cumplir sentencias superiores es, afirma, “una goda” (en Canarias, ‘despectivamente, una española peninsular’. En Bolivia y Chile, ‘española’). Y como el razonamiento argumentativo de la señora Oramas ha sido considerado magistral lección, será tenido en cuenta por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea para decidir en la lucha a favor de los Derechos Humanos.

   Porque lo de “godo”  tiene su campo en Canarias; y muy extenso, por cierto. Recuerdo la descomposición diarreítica de un pisulá en Sardina del Norte en el hoy civilizadamente arrasado muelle del Estado: cuando un pescador con gueldera le gritó con sonora potencia a su acompañante “¡Echa el engodo, carajo, echalengodo!”, el pobre hombre identificó lo de “engodo” con “godo” y salió corriendo carretera arriba, pues supuso que lo iban a usar como reclamo para que los pulpos se decidieran a entrar en aquel artilugio de pesca. Y gritaba algo así como “¡Estáis locos, disparatáis, cavernícolas!” mientras reclamaba la urgente presencia de la guardia civil. (Yo no sé si el pescador lo gritó exageradamente en plan sano o jodelón, no le pregunté. Pero me pareció notarle en la cara cierto “re-godeo”, deleite o complacencia cuando aquel hombre pisulá que llevaba tres cuartos de hora hablando sin resuello de cómo se pescaba en su tierra zamorana enmudeció a causa del pánico, se fue por las patas abajo y más que correr, volaba.)

   Pero no es el caso de la señora  Oramas: ni tuvo la chispa de mi paisano cebollero para julear con su “engodo” al godillo enterado y mentiroso ni como persona pública acertó en lo más mínimo, aunque sí demostró rigurosa incapacidad  y torpeza. Desriscó intelectualmente con tal desarreto inapropiado ante una señora jueza que defendía los derechos judicialmente reconocidos de una minoría frente al pasotismo del Ayuntamiento. ¿Goda? En absoluto. Tiene todos mis respetos.

* Publicado con autorización del autor