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martes, 16 de abril de 2024 10:08h.

Con el peso de los muertos, Marie Cosnay - RED SOLIDARIA CON LAS PERSONAS MIGRANTES DE LANZAROTE

 

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Red solidaria con las personas migrantes en Lanzarote, 19 de diciembre de 2022

 

En el  Día Internacional de las personas migrantes La Red solidaria con las personas migrantes en Lanzarote propone la lectura de este relato, para recordar que las fronteras matan y que la ausencia de vías de migración legales y seguras mata.

 

Con el peso de los muertos1

“Cada familia, en Costa de Marfil, por ejemplo, está afectada. ¿Ves el desastre en la mía? Estamos asistiendo a una tragedia impensable”. C. testifica: tras un hermano desaparecido en Libia, un sobrino fallecido en el mar, fue a identificar el cuerpo de su prima, cuyo barco naufragó el 17 de junio de 2021, en las costas de Lanzarote, en Órzola.

5 de octubre, terraza del Petit Opportun, en Châtelet, París. Vengo de la parada Luxembourg por el tren de cercanía B. Llego temprano, me pido un crepe de azúcar, tomo algunas notas, me las olvidaré en cuanto C. empiece a hablar.

Así empezamos: estamos asistiendo a una tragedia impensable. No hay una sola familia que no esté afectada por la trágica muerte de uno o varios de sus miembros en el agua. No tengo manera de disuadir a nadie, ni siquiera en mi familia, ni siquiera cuando varias personas de la familia han salido y no han regresado nunca.

No se le impide a nadie irse, nunca. 2017, dice C., mi hermano pequeño desapareció en Libia. Un hermano pequeño que no es capaz de identificarse. Si alguien lo acogió, si, después de todo este tiempo, está en alguna parte, no puede decir ni quién es ni dónde está.

Está este peso con el que cargamos, la culpabilidad: ¿cómo podríamos haber impedido que se fuera?

Y está la infinidad de este peso: apenas me siento alegre, muy alegre, apenas me dejo llevar por la alegría que, sobre la marcha, el peso me alcanza.

El problema repetido: no hay manera de convencer, ni siquiera entre la familia. Mi familia ha perdido varios miembros. En 2017, hubo aquella expedición con seis chicos de mi familia. Solo llegó uno. Mi hermano pequeño, como decía, mi hermanito, el que me sigue, no subió al barco. Sin embargo, desapareció.  

 
   

Desapareció hasta la fecha. Salido en el 2017, llegado a ninguna parte. He hecho numerosos trámites con la Cruz Roja, programa de búsqueda de los desaparecidos, una señora muy amable intentó, durante mucho tiempo, ayudarme. Lo trágico es lo que decía antes: es incapaz de identificarse a sí mismo.

En esta misma expedición estaba el hijo mayor de mi hermana pequeña, así como dos de sus amigos. Los 3 subieron al barco. Ni rastro de ellos. Jamás. Mi hermana pequeña no quiso hacer duelo. No tenía ninguna certeza.

Sin ir más lejos que el pasado domingo, estaba con ella en Costa de Marfil. El hijo le vino en sueños. Vino para decir: ya no estoy aquí, estoy muerto. No habíamos recibido noticias hasta entonces. Y fue entonces, en el momento del sueño, cuando comprendimos.

Le dijo eso. No estoy aquí. Durante cinco años, le estuvo buscando por todos sitios. Aquí, allá, en Mali, le estuvo buscando, buscando. ¿Cuántos francos se gastó en viajes, en charlatanes? Estaban los que decían: veo, le veo, está allá, hay que sacrificar una oveja, un buey. Gastó, durante años y años, gastó en aquellos vendedores de ilusión.

Nadie es capaz de tener una visión. Solo una madre desesperada cree en las visiones.

Su hijo y sus amigos estaban encarcelados en algún lugar, en Libia, en Túnez o en Italia. Nadie le podía quitar eso de la cabeza. Su hijo vivo se escaparía de la cárcel. Nosotros, conocíamos a su hijo, con 25 años era muy desinquieto, si estaba vivo, pensábamos, habría hecho hablar de él. Pero no era posible decirle eso. Teníamos que seguir rezando, darle esperanza. Nosotros también éramos presos de la esperanza. Nosotros también, es verdad, éramos presos de la esperanza. Silencio.

(A partir del momento en que dejamos de creer -en la visión, en la cárcel-, a partir del momento en que ya no somos presos de la esperanza, somos culpables.

Culpables esta vez de dejar que un hermano invisible se convierta en muerto).

Una vez, recibimos un falso aviso, sigue C., una falsa noticia. El único de la expedición que logró entrar en Europa recibió una llamada: alguien había visto a mi sobrino y a sus compañeros ¡en una cárcel! Y ese día, ¡cómo lloró mi hermana pequeña! ¡Cómo lloró de alegría! ¡Su hijo estaba vivo! ¡Vivo!

Y luego llegaron otras noticias. Los pasadores decían que ningún barco había entrado ese día. Nadie había entrado. No había ni un superviviente. Habían lanzado tres barcos ese día. Y ninguno había entrado. Ninguno. No se puede uno imaginar. Silencio.

Una tragedia, delante de nuestros ojos. Es mi familia. Se perdieron nuestras voces aquí. Silencio.

Es mi familia. Sé lo que está viviendo. Yo también tengo hijos. Mi hijo tiene más o menos la edad del de mi hermana pequeña y me pongo en su lugar. Luego, estuvimos cinco años esperando su regreso. Hasta que el chaval llegó en persona, en sueño. Ya no sirve de nada esperarme. Estaba en paz.

Nos han hablado de él, de él antes de la salida. Hubo testimonios de personas que habían estado con él en Libia, pero no de la misma expedición. En Libia, él era quien pensaba en los demás, siempre; cuando había poco que comer, compartía. Una mujer dio un testimonio que conmocionó a todo el mundo. Mi sobrino había dicho: así que es cierto que la gente sufre de esta manera, así que es cierto que sufrimos como sufrimos, que otros antes que nosotros sufrieron, que otros después de nosotros sufrirán, y todo esto ¿para qué? Para perecer en el agua, así que ¿es cierto que vivimos y sufrimos todo esto? Había en él mucha compasión para los que sufren. Cuando la chica dijo eso, todo el mundo se vino abajo. Todo el mundo lloró ante este testimonio.

Se dieron más testimonios. El superviviente, el único superviviente, otra vez el mismo, dijo que mi sobrino rezaba, que era religioso. Que todo sucedía como si supiera que se iba a morir. Que hacía buenas obras.

En cuanto a mi hermanito desaparecido, sobre él, hubo también testimonios. Se contó que había llorado mucho antes de encaminarse hacia la orilla del agua. Había llorado mucho y no era algo habitual en él. Salían hacia la orilla del agua y mi hermano pequeño lloraba. Mi hermanastro le dijo al coxeur2 que mi hermanito estaba un poco enfermo mentalmente, por eso estaba llorando, aunque no fuera algo habitual en él. El coxeur le hizo bajarse del coche. Lo dejó a cargo de una gente que regresaba a la ciudad. ¿Lo habrán dejado en algún lugar del camino, él que no es capaz de identificarse?

Le pedí a mi hermanastro, en Libia, que no saliera del lugar sin haber encontrado a mi hermanito. Él no se subió en aquel barco en el que los demás, mi sobrino y sus amigos, se subieron sin regreso. Mi hermanastro tenía que encontrar a mi hermano pequeño. Para ello, se quedaba en casa de un tutor maliense, un joven que trabajaba allá3; yo mandaba algo de dinero para apoyarles; buscaban a mi hermano pequeño, le buscaban, buscaban. No podían salir solos; es impensable, en Libia, cuando eres negro, salir solo por la ciudad. Los ayudaba un taxista libio. Ellos buscaban, buscaban. Eso duró meses. Tenían su foto, preguntaban, no encontraban; yo, por mi parte, continuaba los trámites en la Cruz Roja, donde me hablaban de un hospital, no lejos de donde mi hermano pequeño había desaparecido, pero para ellos también era difícil acceder al hospital.

 
   

 

No teníamos más esperanza. Mi hermanastro acabó saliendo para Italia. No puedes regresar. Si hubiera regresado al país, no habría vivido. O no habría vivido mucho tiempo. No tenía otra opción que la de salir para Italia. En tu país, puedes ser el hazmerreír de la gente, regresas en una situación muchísimo más precaria que la que tenías antes de salir, ya que lo has vendido todo. Pero, sobre todo, en tu país, vas a vivir con aquel peso. Sobre todo, eso: vas a vivir con aquel peso. Con el peso de los muertos.

Salir, avanzar es acondicionarte algo que te permite olvidar un poco.

Nada de lo que estoy contando aquí impidió que mi otro hermano saliera. Este día yo estaba allí, estaba en Costa de Marfil cuando salió. Cogió su bolso, dijo: Me voy. Lloré, pero la madre consentía. La hermana consentía.

Si la madre no está de acuerdo, no sale.

Es la madre que empuja a los niños, cuando otros en Europa tienen una situación acomodada, al menos parece que tienen una situación acomodada, visten bien, mandan algunos regalos, las madres dicen: ¿No has visto el hijo de la otra? Pedazo de vago, ya podrías hacer lo mismo, ¡inútil!

Cuando, después de Lanzarote, donde fui para identificar el cuerpo de mi cuñada ̶̶ quien también es mi prima porque en nuestra tierra tenemos matrimonios de familia cuando, después de Lanzarote, me fui al país para el funeral de mi cuñada y prima, todas estaban allí, las madres que dejan a sus niños salir, todas estaban allí.

Entre las mujeres, salir se ha convertido en una moda. Hasta las mujeres casadas salen, dejando a sus maridos. Tengo un amigo, hacía dos años que su mujer había salido cuando mi prima falleció en Lanzarote. Todavía estaba en Marruecos y quise disuadirla de coger el barco. Pero no me dijo que no saldría, no. Luego falleció, allí mismo, en Marruecos, después de dos años allá, de la covid.

Todo eso lo he vivido, es real, no es imaginación, afecta a todas las familias. La prima y cuñada pasó 9 meses en Marruecos. ¿De dónde salió? No lo sé. ¿Cuándo salió? No lo sé. Un poco más tarde, ambos recordamos: salieron de Tan Tan, llegaron a Órzola, el 18 de junio, para naufragar allí.

La prima-cuñada pasó 9 meses en Marruecos. Sus pequeños tienen siete y cuatro años, se los dejó a su madre y a su familia. Su marido ya se había ido, iba a reencontrarse con él. Ironía del destino o tragedia del destino, dice C.: su marido es el único superviviente del barco del 2017. El único superviviente.

El día en que le dijeron eso, que su mujer se había quedado en el agua, el superviviente se volvió loco. No quiere quedarse aquí, quiere irse, retornar, dice: no quiero quedarme aquí, ya no tengo razones, ella venía a reencontrarse conmigo, no me puedo quedar.

¿Y la señora que estaba en el barco con mi cuñada, aquella cuyo niño se quedó en el agua, pero ella no? ¿Qué felicidad va a tener aquí? ¿Qué va a sustituir a su hijo?

¿Qué va a sustituir a la vida de su hijo?

(La tumba del niño, en la foto. Laetitia me ha contado: la lucha para que la madre vea el cuerpo de su niño y el rechazo, al principio. Después, la idea aceptada. La madre se acerca. No puede entrar en la sala. Se instala detrás de la puerta, canta una nana para el cuerpo muerto de su pequeño).

Lo ves: a mi nivel y en mi familia, simplemente en una familia, el desastre, lo ves, dice C.

Los padres de la cuñada, estuve en su casa, necesitaban ver y saber, el hermano estaba allí, la madre, las tías estaban allí, todo el mundo estaba allí, en el lugar en que se crió, he explicado. El simple hecho de explicar, el simple hecho de estar allí, frente a ellos, regresado del lugar del naufragio, era, para ellos, un alivio.

Si no hubiera ido, el marido se moría. He visto el cuerpo. Primero una foto, que la policía me enseñó.

Había cuatro ataúdes. Filmaron la oración, una oración general, en la sala, y estaba yo solo, desgraciadamente. Las familias que están en Europa no tienen necesariamente el dinero, y hay otra cosa que entiendo. Entiendo la reticencia de

las familias de Francia, yo mismo la he sentido: sabemos que personas del barco están en la cárcel, pensamos que la gente va a imaginarse que de cerca o de lejos, sabíamos, que tal vez hemos pagado, además, la policía científica hace muchas preguntas, coge nuestras huellas, el ADN.

El pasador estaba en contacto con el marido, y es terrible, enseguida llamó para decir: ya está, ya entró, hay que dar el resto del dinero. Cuatro días más tarde, llama nuevamente: perdóname, te he dado una información falsa, hay personas que se quedaron en el agua, tu mujer entre ellas. Mi hermano se volvió completamente loco. Él, el único superviviente de ese día de 2017, y ahora su mujer.

Ver el cuerpo, identificarlo, es muy importante. Cuando fui de Lanzarote hasta mi tierra, todos querían tocarme, a mí, porque tocándome, estaban tocando el cuerpo de su hija, me recibieron como un héroe, de vuelta por su tierra.

Era una chica tan generosa. Cuando me quedaba en su familia, me sacaba las mejores sábanas. Me ofrecía sus más bonitos cubiertos. Las personas no saben lo que les espera. Solo es al llegar a la orilla cuando se dan cuenta de que han cometido una estupidez enorme. Una prima dijo: o te subes al barco y llegas a

Europa, o te subes al barco y te quedas en el agua, o te matan. No hay cuarta opción. La opción que falta es dar marcha atrás.

(Una sirena desgarradora nos interrumpe. Luego, esta pequeña escena: un señor se tira sobre el capó de un coche, no hay peligro ya que en la calle concurrida delante de la cual estamos sentados, en una terraza, los coches circulan muy despacio. El conductor se para, grita, aleja al señor. Quien vuelve a empezar. Una vez más. Hay gente que se ríe, el conductor ha entendido que el señor no está bien de la cabeza, trata de razonar con él después de que este se volviera a tirar sobre el capó, con violencia).

Pienso, dice C., en una joven de mi familia. Una cría de quince años. Fue a dar a Libia, con sus hermanos, el mayor y el pequeño. El hermano mayor fue encarcelado, a su salida le embarcan para Italia directamente, deja a los pequeños atrás. La chica no sabía cómo había acabado allí: su madre lo había organizado todo. Cuando pasó a Italia, con apenas quince años, dio a luz. En este camino, para los hombres, solo está la muerte. O pasas o te quedas en el agua. Para las chicas, es más que eso.

Entonces el pasador dijo que se había equivocado. Entonces, el marido estaba completamente desesperado, sin saber de quién fiarse. Quería que les dijera a los padres de su mujer que ella no había entrado. Allá, todo el mundo estaba celebrando su llegada. Yo no podía decírselo, él insistía. Yo no tenía la certeza. Él seguía insistiendo. Acabamos por hablar con el pasador, así sucedió: el marido no encontraba el número de teléfono, mi hijo revisó su móvil y lo consiguió. El tipo dio detalles, o, más bien, confirmó la muerte. El resto lo aprendí en España. Gracias a Laetitia.

(Cómo respondemos a la historia. Primero, está la pregunta, o, más bien, la necesidad desesperada de alguien. Aquí, del marido. Luego, etapa número dos, buscamos informaciones. Nunca se resuelve sencillamente: es la escena del teléfono, que nunca falla, pero falla en este instante, tanto que hace falta un tercero, el hijo de C., para salvar el obstáculo. Nada, en el momento de la muerte, ni siquiera nuestras más fiables herramientas técnicas responden. No hay ninguna certeza, la realidad se zafa justo en el momento en que no debe. El hijo con la parte técnica y el padre con el viaje van a responder, lo van a hacer absoluta y justamente porque no hay respuesta, lo van a hacer porque no hay más nada que hacer. La respuesta la contiene el extraño nombre de una isla: Lanzarote).

El pasador sí tiene nombres. En todo caso, conoce a las personas que están en el barco. Y también tiene los números de teléfono y los reconocimientos de deuda. Y también se acuesta con las chicas, las conoce a todas. ¿Todos los pasadores?

Todos los pasadores lo hacen, es sistemático, en cuanto una chica les gusta. Para ellas, no hay otra manera de salir, incluso si tienes dinero, incluso si has pagado, debes pagar otra vez. Una hermana, toda flaquita, se hizo pasar por enferma del sida. La dejaron en paz.

Mi prima había hecho dos o tres intentos ya. Su marido le había aconsejado retornar, no no, no te preocupes, lo voy a conseguir, pasó lo que pasó. El marido se volvió loco y no hay, para casos como el suyo, asistencia psicológica. Entonces voy, hago lo posible, soy un hermano mayor, no puedo mostrar signos de debilidad.

No tengo papeles, no puedo ir a ver su cuerpo, me dijo. Es exactamente como si me hubiese dicho: tú puedes ir. Fui.

Fui.

La familia no quería admitir. Se esperaban noticias. Se esperaban pruebas. Se desgranaban los días y nada, ninguna noticia, ninguna prueba. No se quiere admitir, pero se llora,  se llora. ¿Qué nos queda? Tratar de obtener la certeza de que es ella: al menos eso. No soy rico y estábamos saliendo de la covid, trabajo en el mundo del espectáculo, ya ves. Nunca había estado en España.

Afortunadamente, allá, conocí a Laetitia. Salía tal cual, a la aventura, hasta para encontrar la isla cuyo nombre no había entendido en un principio —Lanzarote—ha sido difícil. Y vi a Laetitia, es como si Dios me hubiera abierto una puerta.

Laetitia me acompañó ante el juez, ante la policía científica, hacía de intérprete para mí, me tranquilizaba en cada etapa. Es extraño, pero es una experiencia, desde el mismo dolor, extraordinaria, es algo que jamás habría pensado vivir. Y menos en Europa. Esta intensidad del vínculo, es inolvidable, está grabado para siempre. Se lo he explicado a mis padres: aquí en Europa, puedes encontrar eso. Estaba perdido, estaba perdido.

Sabía los papeles que necesitaba encontrar, Helena me había explicado, tuve la suerte de obtenerlos. En un primer momento tenía que demostrar administrativamente que verdaderamente era mi prima. Después, las huellas y el ADN. Al principio, me iba con el objetivo de repatriar el cuerpo, pero el trámite era demasiado largo y demasiado caro.

Laetitia me ayudó a encontrar alojamiento en el hotel social donde se alojaban los migrantes, quería hablar con los supervivientes. Sabía que una mujer, Mariam, estaba en el barco. Supe que había una Mariam en el hotel, hice lo posible para verla. Cuando, al fin, la encontré, me dijo que no era ella. No he podido hablar con nadie que estuviera en el barco.

Dos mujeres murieron. Un niño pequeño murió.

También se cuenta, para este barco de Órzola, un desaparecido.

Al principio me enseñaron la foto de otra señora. No, no es ella. Después, sí era ella. En una foto sacada después de su muerte.

El naufragio fue un jueves por la noche. Cuatro días después, el pasador habló. Y los padres lloraron.

Una semana más tarde, estaba allí.

Quería hablar con alguien que estuviera en este barco.

Fue Laetitia quien me dio las informaciones y eso es valioso, es lo más valioso. Tener informaciones compensa un poco la ausencia de cuerpo. El relato reemplaza.

Así fue cómo sucedió: en la orilla del agua, dónde fui con Laetitia, había mucho viento. La zodiac tenía que llegar al puerto, tendría que haber sido detectada allí por los radares para que un barco viniera a socorrerla. Pero fue tal el viento que empujó el barco de mi prima que llegó en el ángulo muerto del radar. Las corrientes lo desviaron hacia una zona peligrosa. La gente se cayó al agua. He visto la foto del barco: el fondo de madera, los globos alrededor, desinflados.

La gente se cayó al agua, hubo un inmenso pánico, los habitantes del pueblo que conocen el terreno acudieron en este lugar intransitable, sembrado de rocas, una señora encendió su linterna, corrió, su marido corría delante, los habitantes del pueblo corrían, salvaron a gente, tanta como pudieron, otros se quedaron en el agua - como mi prima.

 

Marie Cosnay, 18 de octubre de 2021 Traducción Julie Campagne

 
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Epílogo

Soy Laetitia, la persona que recorrió con C. la geografía de la isla dónde vivo, no para enseñarle paisajes espléndidos, cómo se suele hacer con la gente que visita Lanzarote, sino para reconstruir con él, para el resto de su familia, un relato que les permita, de alguna manera, como se pueda, si es que se puede, procesar el duelo.

Arrecife. Terraza de un café delante de los Juzgados. No nos dejarán ir a la morgue sin cogerle primero sus datos. Tal vez allá le enseñen fotos de los cuerpos.

Costa Teguise. Cuartel de la Guardia Civil. Cuando C. ve la segunda foto, se derrumba. No cabe duda, es ella. Nuestros ojos se humedecen. Los míos, los de Loueila, la abogada que nos acompaña y los de la funcionaria uniformada enfrente nuestro. No cabe duda, es ella. Aún así, señor, debemos proceder a la toma de muestra de su ADN, por favor, abra la boca, firme aquí, ponga aquí sus huellas.

De vuelta a los Juzgados.

Es ella. Al menos, tenemos una certeza, está muerta. Pero ¿cómo ocurrió? ¿Por qué otros sobrevivieron y ella no?

Rumbo a Órzola. Evocamos las dificultades de la travesía. De las personas quellegan deshidratadas, de las que beben agua de mar. Ni sabía yo que el agua del mar es salada y no se puede beber, dice. La gente no sabe, y salen así, sin saber nada.

También hablamos de ella, de cómo era, de su generosidad, de sus dos hijos. Yo también, tengo dos hijas. Nació en 1980. Yo también. De repente, C. marca una pausa en el relato. Esta isla es de una belleza increíble. ¡Nunca he visto paisajes así! Frente al espectáculo de la naturaleza que nos rodea, la evocación de una mujer muerta, que él amaba y que, para mi, apenas acaba de empezar a existir, dió paulatinamente lugar a una conversación sobre el sentido de la existencia, los pequeños instantes de felicidad de los cuales hay que saber disfrutar, nuestras elecciones vitales. Ahora sabe que está muerta. El duelo puede empezar. Pero aún quedan muchas preguntas.

La zodiac pinchada que aún yacía en el lugar del naufragio hace unos días ha desaparecido. Caminamos hacia el agua. Resbalamos entre las rocas. Le enseño lo lejos que volcó la zodiac, lejos de las primeras casas del pueblo. Claro, desde aquí uno se da cuenta lo difícil que es llegar. Saca fotos, vídeos en los que explica a la familia. Lo dejo un momento sólo. Reza.

Pero… ¿Podremos repatriar el cuerpo? Cuesta mucho dinero, ¿verdad? Y si no, ¿dónde estaría enterrada? Y ¿cómo? Somos musulmanes, usted sabe. 

Rumbo a la Villa de Teguise, cementerio. Le enseño la zona cedida para inhumar en tierra a las personas de confesión musulmana. Aquí entre varias tumbas sin nombres, yacen los 8 jóvenes que murieron, también en Órzola, el 24 de noviembre de 2020 y los 10 que se ahogaron en Caleta Caballo el 6 de noviembre de 2019.

Aquí también enterramos, en enero de 2020 a un bebé que nació en una patera y no llegó vivo a tierra. La madre no pudo asistir al funeral, había sido trasladada a otra isla. No hubo manera ni de que pueda ver el cuerpo de su bebé, ni de posponer el traslado, ni de que pueda volver para asistir al entierro de su pequeño. Nosotras fuimos, nosotras conocemos su nombre. Pero en su tumba, no hay placa ninguna.

Aquí, en Teguise, será enterrada la prima cuñada de C. Cómo en ocasiones anteriores, la fecha del funeral se retrasó una y otra vez. Tanto que C. no se pudo quedar más tiempo. Tenía que viajar a Costa de Marfil para explicarle todo a la familia. Me pide que asista en su nombre, que lo grabe todo para mandárselo.

Será enterrada con una placa que lleva su nombre. El niño de 8 años también. Los otros dos no tuvieron la suerte de tener aquí familiares que puedan dar su ADN e identificarlos:

"Indocumentado 1", "Indocumentado 3". Así reza en las placas de sus tumbas. Entiendo entonces que hasta que C. viniera, su prima debía de ser el cadáver Indocumentado 2. De todas maneras las placas, financiadas por las administraciones locales, son de escasa calidad. Apenas un año después el sol y el viento habrán borrado la mayoría de los nombres. Así es, las instituciones soplan a favor del olvido. Así es, así que vamos nosotras y repasamos los nombres con rotulador.

El día del funeral, estoy sentada en mi coche delante de la puerta del cementerio, esperando a que lleguen los ataúdes. Recibo un mensaje de uno de los vecinos de Órzola, los que se tiraron al agua por segunda vez en menos de un año para salvar vidas. No podían asistir a la ceremonia. Por favor, transmitan a las familias nuestras disculpas por no haber podido salvarles a todos.

El peso de los muertos no entiende de fronteras.

1 Avec le Poids des morts, artículo de Marie Cosnay publicado el 18 de octubre de 2021 en el blog Mediapart de la autora. https://blogs.mediapart.fr/marie-cosnay/blog/181021/avec-le-poids-des-morts Traductora : Julie Campagne, Septiembre 2022

MARIE COSNAY
MARIE COSNAY

Marie Cosnay es escritora y traductora. Es también activista en el colectivo J’accueille l’étranger. Presta apoyo a las personas que transitan por su tierra, el país vasco francés. Recoge las historias en artículos o en libros.

 
 

2 Conductor, persona que conduce los viajeros hacia el lugar de embarque (N. de la T.).

3 Se considera “tutor” a la persona que acoge y se hace responsable de otra (N. de la T.).

Laetitia Marthe Red solidaria con las personas migrantes en Lanzarote

19 de diciembre de 2022

LAETITIA MARTHE

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