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viernes, 29 de marzo de 2024 08:39h.

El sagrado recinto universitario - por Nicolás Guerra Aguiar


Nicolás Guerra comenta la afrenta a la dignidad universitaria cometida por un grupillo de descerebrados que atcaron el rectorado de la universidad de La Laguna. Afirma con cierto Nicolás que no ue más que un "reducidísmo número y que recibió el absoluto rechazo del millar restante". 

El sagrado recinto universitario - por Nicolás Guerra Aguiar

 Tal como en la casa del poeta Pedro García Cabrera cuando los falangistas «violaron el pudor de sus entrañas» en 1936, hace pocos días el sagrado recinto universitario de La Laguna –una dependencia, el rectorado- sufrió el embate de la sinrazón y la violencia. Pero no fue como en mis tiempos universitarios, cuando grises y sociales eran quienes invadían con la fuerza de la porra y agresivas detenciones ante voces que se elevaban reclamando la esencia de la condición humana: la libertad. Y no fue como en aquellos años, pues precisamente el campus servía de refugio cuando buscábamos protección frente a los uniformados elementos de cuya cintura pendía también la pistola, arma que usaban para «repeler agresiones de elementos incontrolados», tal rezaban ininterrumpidamente los partes oficiales cada vez que en Madrid o Barcelona o Bilbao caía un estudiante por los impactos de las balas.

Pero ya no solo era el campus lugar de protección –hasta que dejó de serlo, y el lagunero se convirtió incluso en paredón de ejecución el 12 de diciembre de 1977, muy cerca del rectorado-. Es que la actividad de don Jesús Hernández Perera, unamuniano «sumo sacerdote» de aquel «templo del saber» siempre estuvo dirigida a la protección, liberación y salvaguarda de sus estudiantes desde el mismo rectorado, hoy víctima injusta de vandalismos pero lugar sagrado por su propia condición de espacio digno de respeto. Sabíamos –y lo sabíamos a ciencia cierta- que aquel rector movilizaba toda la capacidad de influencia que tenía –a veces le dejaban tan poca…- para llamar por teléfono, coger su Taunus o el Mercedes oficial y plantarse en el Gobierno Civil en pro de algunos estudiantes detenidos por elevar voces contra el Régimen.

Hace unos días, la manifestación pacífica que se rebelaba frente a subidas de tasas académicas, restricciones a las becas, recortes para la universidad… fue solapada por la acción racionalmente desordenada y des-universitaria pues un grupúsculo de cuarenta o cincuenta supuestos estudiantes rompió, pintó paredes y deshizo fotocopiadoras que todos -entre los que se encuentran sus padres- hemos pagado con nuestros impuestos. Sin embargo, me apura creer que se tratara de universitarios, de aquellos para quienes también se ganaron las libertades con las únicas armas que nos estaban permitidas: palabras nobles y elementales, manifestaciones en la calle, panfletos nocturnos, compromisos sociales de varios universitarios –yo no estaba entre estos- con trabajadores de empresas, agricultores de feudalismos, esclavos de TITSA, el todopoderoso monopolio privado en manos de prohombres del Régimen y el caciquismo insular.

Pudieron ser universitarios, es cierto, los cuarenta o cincuenta usurpadores violentos de todo aquel recinto que siempre –como es exigible- se caracteriza por voces encontradas, sí, pero son voces que discuten, difieren y razonan a la búsqueda de la verdad universal, la universitas que se define como ‘cualidad de universalidad, totalidad, conjunto’. Voces serenas o de impactos sonoros pero sabias, científicas, desapasionadas y, en consecuencia, en absoluta contradicción con la violencia física en la toma de un rectorado por parte de quienes están investidos –o se les supone- de tales elementalidades.

No, no, rotundamente no. Pasillos, aulas, paraninfos, departamentos, despachos, aulas magnas y rectorados universitarios –o de institutos, o de colegios rurales, con sus obvias reducciones- son espacios de diálogo, contrastes de opiniones, exaltadas discusiones si fueran menester, que a veces nos acaloramos apasionadamente. Pero todo ser civilizado debe reclamar, reivindicar, demandar lo que en justicia le corresponde. Y si son ciertas –que sí lo son- las inmorales reducciones de presupuestos dedicados a la enseñanza oficial; si las clases sociales menos pudientes se ven perjudicadas –que sí, que es verdad- por los cortes en aportaciones económicas para becas o ayudas frente a las tasas académicas, la sociedad tiene derecho –es más, la obligación- de movilizarse. Porque un pueblo sin aulas y sin formación está condenado a la sumisión absoluta, reverdeceres aparentes en nuestro horizonte ciudadano. Pero lo que nunca, nunca, nunca puede hacer ese pueblo es asaltar rectorados que tienen sus puertas abiertas para el diálogo aunque no siempre se llegue a acuerdos, ya porque se mantengan puntos de vista irreconciliables, ya porque una de las partes adopte posturas intransigentes y de posesión absoluta de la verdad.

Bien es cierto que se trata de un reducidísimo número, y que recibió el absoluto rechazo del millar restante. Pero ahí están las realidades: es una minoritaria minoría que, desde luego, ningún favor les hace a los miles de compañeros de aulas que reclaman y exigen lo que en justicia les corresponde. Quede claro, además, que vandalismos como este son fácilmente usados para generalizar y elevar a los vientos mensajes de que LOS universitarios, «clase privilegiada», desestabilizan la convivencia pacífica en una sociedad supuestamente democrática.

A nadie se le esconde que a veces aparecen «elementos ajenos» cuando hay movilizaciones sociales. A fin de cuentas, sospéchase, mossos d’escuadra sin uniforme hubo que se mezclaron con jóvenes manifestantes en Barcelona; sociales tuvo el régimen franquista incluso hasta matriculados en la universidad y que vociferaban en las manifestaciones; no fueron los judíos quienes quemaron el Reichstag alemán –Parlamento- aquella noche del 27 de febrero de 1933, y que dio a Hitler la excusa para suspender garantías y libertades. Bien es cierto, se trata de una vieja táctica que se sigue utilizando, y les da resultados. Pero también puede ser que no, a fin de cuentas llevaban los rostros cubiertos, cabe pues la duda. Pero si en verdad estaban matriculados, eso no es aval suficiente para llamarlos universitarios, en absoluto.

Nuestra universidad no es responsable más que de su calidad, rigor, seriedad y servicio a la ciudadanía. Lo otro, lo administrativo, depende de un ministerio que, a su vez, está regido por un Gobierno avalado en las urnas por once millones de votantes. Por tanto, busquen responsables fuera del campus lagunero.

También en:

http://canarias-semanal.com/not/2329/el_sagrado_recinto_universitario/