Eliminando de raíz la usura de las grandes fortunas, podría hacerse de España un país mejor - por Erasmo Quintana *

En presencia del problema tan grande y desafiante que nos atenaza, y viendo el pueblo que tenemos tan indiferente con sus propias carencias inducidas, nuestra confianza se convierte en escepticismo. En estos días de tribulación por la invasión militar criminal de Putin a Ucrania, que viene desestabilizando la economía de toda la Unión Europea por la dependencia tan elevada de los productos energéticos, el gas y el petróleo, en los que basamos nuestro bienestar y cuando es Rusia uno de los primeros suministradores, ha colocado en el candelero a España en el siempre controvertido tema de los impuestos.

¿Cuándo nuestros gobernantes se enteran de una vez de que los impuestos sirven, como ocurre en las democracias más avanzadas, para repartir la riqueza que se genera en el país?

A la luz del mediodía si hay otra fórmula mejor, que se diga. Sin embargo, vemos la avaricia, la usura de los detentadores del poder económico, el egoísmo de toda esta gente que no conoce límites. El afán desmedido propio de los humanos por amontonar riqueza al precio que sea, como en este caso la crisis económica actual -con los indicios ciertos de agravamiento-, es en esto donde tenemos el problema. A ello se unen la economía sumergida y la evasión de capitales a paraísos fiscales, así como la “patriótica” deslocalización de los negocios por lo mismo.

Ello es así salvo honrosas excepciones, que las hay, megaempresas y empleadores no tan avariciosos con bastante empatía y sensibilidad humana. En nuestros días el trabajo obrero tiene mejor consideración, pero hasta cierto punto, porque políticos hubo que aherrojaron la estima de los que se valen de sus manos o su inteligencia para comer. Por ser así la realidad, tiene el Estado el deber y es, por medio de quienes nos gobiernan, los llamados a articular medidas encaminadas a corregir aquella codicia tan propia de la naturaleza humana, haciendo que el bienestar económico (mucho o poco) que se genera en la nación alcance a todos por igual.

Como se comprenderá, con el sistema actual no se levanta un país. Ahora que la economía poco a poco se ha ido hundiendo por la sobrevenida crisis bélica en Europa, ¿quién se atreve con los grandes millonarios, que no quieren ser ellos quienes pagan la crisis, acostumbrados a hacer lo que les ha venido en gana? El Gobierno de coalición con el mejor criterio -que yo aplaudo-, quiere que contribuyan las grandes fortunas para hacer frente a la crisis, arrimando el hombro, con un esfuerzo que se aproxime (un poquito) al de esos que sí les toca de lleno siempre, los ciudadanos de a pie. Téngase en cuenta que lo propuesto es una subida provisional con tiempo limitado, lo que permitirá llevar a la práctica ese patriotismo del que muchos hacen gala. La gran crisis económica que se cierne sobre nuestras cabezas se entiende que es para todos, no solamente para las clases más humildes. Por tanto, esas grandes fortunas conocidas, deberían ser las primeras en pedir al Gobierno que desean contribuir a paliar la crisis que atenaza a la nación, gesto que otros poderosos sí han tenido en algún país de nuestro entorno. 

En esa problemática que se expone está nuestra Comunidad Canaria, que arrastra desde los tiempos de bonanza, con unas sempiternas y profundas desigualdades sociales y unos servicios esenciales deterioradísimos por esa austeridad enquistada.

Una Sanidad pública cada vez más tercermundista, cuando éramos de los países más punteros en la mejor atención médica pública.

Recortes prolongados en ayudas sociales (esas que no llegan a todos), lo que ha provocado mayor pobreza y exclusión social. Nuestro mal en estos peñascos desparramados en medio del océano es la torpeza y miopía de quienes tienen en sus manos nuestro futuro y bienestar.

En el centro de sus desvelos no está el ciudadano vulnerable y sumido en carencias de todo tipo, ese que a su pesar lleva en la genética todavía impresa las penurias que vivió en la posguerra civil. Está, pues, acostumbrado al sufrimiento, al sacrificio, a las carencias, por lo que se conforma con poquita cosa. Por contra, esta Comunidad Canaria es una de las más visitadas del país por el turismo. Millones de turistas al año, incluso en época de recesión, como es el caso, generando una riqueza que no sabemos su cuantía ni a dónde va. Si ésta no redunda en el bienestar de los canarios, ¿quién se queda con la bolsa?

No hace mucho tiempo hubo una política de austeridad extrema, lo que generó un ahorro de 149 millones de euros, que el Ejecutivo canario de entonces se negó a distribuir en mejorar los servicios públicos y atender la calidad de vida de la población en general. Dicho en román paladino, que dinero siempre hay, pero para lo que interesa, que no suele ser el ciudadano.

Y, por otro lado, quienes nos gobiernan no se andan con bajar los tipos de cotización fiscales de los que menos cobran y subirlos a los super millonarios, que unos cuantos hay, agachados como cucos. Para que haya la mínima justicia social en España, que “pague más quien más tiene”. No hay otra manera, aunque los del Partido Popular, Vox y Ciudadanos estén como perros de presa en contra, eliminando incluso el impuesto del patrimonio, concerniente a los más ricos. La ministra de Hacienda, M.ª Jesús Montero, acaba de anunciar nuevas medidas fiscales y cambios en el IRPF, que van en la dirección indicada por sus socios de gobierno y que la actualidad demanda. El imprescindible Estado de Bienestar se nutre de los impuestos que cobra Hacienda, y es la única manera digna y segura de repartir la riqueza que se genera en el país mediante el trabajo de todos. Hasta aquí la situación en realidad ha sido: El egoísmo gana, la solidaridad pierde.

Erasmo Quintana