Ella, semidiosa que solo hace pipí en el avión privado - por Nicolás Guerra Aguiar
Ella, semidiosa que solo hace pipí en el avión privado - por Nicolás Guerra Aguiar *
Las diarias y continuadas visitas al lugar donde se expelen y expulsan orina y pastuños (permítame, estimado lector, el canarismo) nos convierten, fisiológicamente, en iguales a hombres, mujeres, trans, lesbianas, gays, heteros…, presidentes, reyes, maestros, analfabetos, jóvenes, jóvenas... (Por cierto: ¿por qué el Diccionario considera la palabra “maricón” como ‘adjetivo despectivo malsonante’?)
Solo nos diferencian ciertas nimiedades como, por ejemplo, si las expulsiones las hacemos junto a piteras, colonias de tunos indios, proximidad a hormigueros, cavernas oceánicas… o en la cabina de un avión privado. Realmente, micción y defecación (vulgo, meada y cagada) son las mismas sea cual sea la ubicación del sujeto actuante, pero si de fondo huele a jamón serrano pata negra… las cosas cambian. (Y es que en el avión de la semidiosa la azafata Rebeca siempre le tiene los ibéricos bien cortados y aireados. ¡Mal rayo los parta! ¡Y yo con este colesterol, dito sea Dios…!)
Tales cotidianas necesidades incluyen a estreñidos de pipí y caca. Y crearon en nuestra lengua un rico campo semántico (palabras que comparten uno o varios significados). Así, por ejemplo, términos como retrete, vasija, urinario, váter, servicio… e incluso lavabo (para exhibicionistas, autocomplacientes o acuciantes urgencias) se refieren a lo mismo, es decir, a aparatos sanitarios para evacuar pis, caquita... o echar la mascada.
No obstante, siempre hay enteradillos que pretenden romper su vinculación con la generalidad. Véase el caso, por ejemplo, de quienes ni cagan ni defecan: diarrean por las patas abajo en la misma calle, angelitos de Dios. (Es la anécdota del choni absuelto tras un juicio -¡con jurado y todo!- por colarse en una malagueña vivienda y ducharse... tras un escape callejero analmente licuado y velozmente dislocado. (Nada dicen los periódicos sobre si tal desarreto fue acompañado de estruendos o tímidos bufos. Pero la tina cogió color canelo, eso juraíto.)
Otrosí. Por castidades estéticas cualquiera de los anteriores términos puede producirnos ciertos reparos, acaso traumas psicológicos o sensitivos. A fin de cuentas las cagadas apestan, jieden, mas no las defecaciones o dadas de vientre. Por tanto, la parte culta del Diccionario oferta también otros vocablos (mingitorio, excusado, letrina...) que vienen a significar más o menos lo mismo... siempre, claro, que la micción, evacuación o deyección del líquido elemento y el sólido “moñigo” caigan por dentro.
De entre las distintas voces ofrecidas por nuestra lengua para referirnos a ‘expeler la orina’ las hay, según el mismo Diccionario, “malsonantes”: es el caso de “mear”. A fin de cuentas procede del latín vulgar meiāre, y ya se sabe: desde la gloriosa Roma-ae hasta hoy el vulgo (gente popular) frecuentemente mea por fuera del miniretrete en los aviones comerciales (nuestra protagonista jamás lo utilizó: si “huele a calentico y a recién usado me corta hacer pis, ¡lo odio!”). Sin embargo, esta urinaria acción es desconocida en el jet privado, pues el charquito revelador de tal ignominia puede indicar a quién de los viajeros pertenece tal vulgaridad con un sencillo e inmediato análisis de orina.
Por supuesto: mear es una ordinariez. Lo confirma su amplísima actividad en Carnavales, pecaminoso disloque (habrá que plantear su eliminación a ciertas autoridades, destino en lo universal) pues pertenecemos a una sociedad civilizada, pulcra ideológicamente e impregnada de esencias ppatrias (¡y lo vamos a conseguir con la ayuda de los comprometidos!)
Así, cuando uno entra en los evacuadores (vulgo, meódromos) se oye la voz ronca y viril de la típica “varieté” perfectamente engalanada y disfrazada, mensaje lingüístico revelador de soez y barriobajera procedencia: “¡Chaaacho, qué meadaaa!; ¡qué a gustísimo me dejooó, como enersielo, tú!”, mientras hace vibrar el sostenido conducto urinario para expulsar hasta la última partícula del líquido excrementicio amarillo… tirando a blanco-vodka o dorado-arihucas.
Así pues, la forma verbal “mear” y derivados (meódromo, meada, meados, meón...) no son de estrato social respetable, elegante, educado en las mil y una noches de una sociedad responsable, culta y de principios. Muy al contrario: como en Roma-ae, se identifica con el populacho, chusma, gentualla o gente de mal vivir, seguramente próxima a proletariados, clase obrera nada poliglotazada, claro, de ahí su incultura. No sabe -por ejemplo, de acciones como urinate (inglés), uriner (francés), urinieren (alemán), urinar (porugués), urinare (italiano)... es decir, nuestro culto “orinar”.
No extrañe, por tanto, que damas damas de alta cuna y baja cama (a la manera siciliana) hayan renunciado para siempre tuyur a viajar en avión comercial y elijan -en contra, incluso, de hipotéticos principios socialcomunistasmaoístas- el avión privado, más austero en espacios pero cuyo excusado no solo no huele a humanidad sino todo lo contrario: desprende esencias de sutil azahar como el viento rubendaríoano cuando le habla a Margarita y le cuenta el cuento de un palacio de diamantes…
Pues nuestra heroína, la mujer de él, es como la Margarita del poema, luciérnaga de un relato de hadas: un día “…se fue la niña bella, bajo el cielo y sobre el mar, a / cortar la blanca estrella que la hacía suspirar”. Y como en los vuelos comerciales "el olor de los baños me corta el pis" (argumenta ella), universales urólogos y psiquiatras son taxativos: “La continencia urinaria puede afectar a las vías correspondientes y a la misma psique. Procure, pues, viajar en avión privado”.
Y así hace según comenta en el fragmento de la entrevista televisiva (empresa rigurosa) recibida hace días (¡puñetera envidia de mi remitente, simple catedrático de Filosofía y doctor cum laude!) Aunque no es oro todo lo que reluce, matiza ella. El aeropuerto de Mánchester le hizo una faena: “Una vez me dejó tirada”, y eso que tenía un “chuting” [“schuútin”] en Madrid. Y concluye sabiamente: en el avión privado “no todo son facilidades”.
Volveré a leer a Freud: las necesidades físicas pueden condicionar la mente humana. Y tiene razón: tras el uso del avión privado encuentro a la semidiosa más científica, embriagada de profundos pensamientos. (Pero yo, “¡Ay mísero de mí, / ay infelice!”, debo volar y mear en comercial: ¡soy alérgico al jamón! ¡Tolete, sanaca!)
* Gracias a Nicolás Guerra Aguiar