Gugu, memorias de una diplomática limeña, de Carmen Benavides de Ericsson - por Ana Beltrán
Me gusta la primavera por varias razones, pero especialmente por las conmemoraciones relacionadas con las letras, que se adueñan de la florida estación. Todo empieza el veintiuno de marzo, en pleno equinoccio, con la celebración del Día Mundial de la Poesía. Pocos días después, y aún revestidos por las bellas palabras, llega el veintisiete, Día Mundial del Teatro. Y para culminar, y todavía impregnados de la palabra escenificada, aparece el gran día, el que acoge la literatura en general: el veintitrés de abril, Día Internacional del Libro.
Gugu, memorias de una diplomática limeña - por Ana Beltrán
Me gusta la primavera por varias razones, pero especialmente por las conmemoraciones relacionadas con las letras, que se adueñan de la florida estación. Todo empieza el veintiuno de marzo, en pleno equinoccio, con la celebración del Día Mundial de la Poesía. Pocos días después, y aún revestidos por las bellas palabras, llega el veintisiete, Día Mundial del Teatro. Y para culminar, y todavía impregnados de la palabra escenificada, aparece el gran día, el que acoge la literatura en general: el veintitrés de abril, Día Internacional del Libro.
No cabe duda de que la primavera se muestra fecunda, y como se puede apreciar no sólo en flores, también en lo que conllevan las conmemoraciones antes mencionadas: recitales poéticos, representaciones teatrales, ferias y presentaciones de libros.
De una particular presentación, en la que se va a disertar sobre un libro singular, quiero escribir hoy: se trata de una interesante autobiografía, cuyo contenido se compila en dos tomos, con un título tan sugerente como real: Gugu, memorias de una diplomática limeña, en los que su autora, Carmen Benavides de Ericsson, nos muestra su magistral forma de narrar. Y lo hace en primera persona, como en este caso corresponde.
Como no podía ser de otra manera, estos volúmenes verán la luz el día veinticinco de abril en el Círculo XII, que es un magnífico lugar para entrelazar música y palabra. Para ello cuenta Gugu con dos entrañables amigas, las también escritoras Balbina Rivero y Paquita Fernández; ellas son las encargadas de hacernos llegar sus consideraciones sobre la obra. La parte musical correrá a cargo de Fabián, un conocido y excelente pianista.
Las embajadas suelen ser buen caldo de cultivo para la narrativa anecdótica, y no sólo por lo que en ellas acontece cada día, con sus posibles conflictos y obligadas recepciones, sino por todo lo que gira a su alrededor. En el caso que hoy nos ocupa, las anécdotas se sobrepasan a sí mismas, convirtiéndose en verdaderas e interesantes historias. Aunque no basta con ser miembro de una embajada para llevarlas al folio; para ello se necesita tener un espíritu inquieto y una memoria prodigiosa, y, por supuesto, mucho talento. Una suma de méritos imprescindibles de los que Gugu es poseedora. Confieso que la primera vez que escuché una de las muchas historias que pueblan los dos tomos, fue como si me transportaran a un mundo irreal, del cual quedé absolutamente maravillada
Aún vive en Carmen (o en Gugu, que es así como la conocemos), la diplomática que fue. No es fácil desprenderse de ella, después de llevarla durante años adherida a la piel, resultancia de haber pasado por consulados y embajadas: de Lima a Nueva York, de Nueva York a Francia, de Francia a Estocolmo, donde estuvo cuatro años, con posterior regreso a Lima. De su tierra volvió a Europa, concretamente a Viena; de allí a Holanda, de Holanda a París y de París nuevamente a Lima. Siendo embajador de Perú en Nueva Delhi, India, murió el que por entonces era su esposo.
Del país asiático le llegaron dos perros hindúes, que la acompañaron a lo largo de los años, hasta quedar desasistidos por el aliento.
Nuevamente casada, esta vez con el ingeniero Billy Ericsson, la vida de Gugu cambió de forma radical: de transitar palacios pasó a vivir en plena selva peruana; de la seguridad de las embajadas a sentirse amenazada por el terrorismo imperante en aquella época, que merodeaba constantemente por las plantaciones de su propiedad.
Pero esa es otra historia que Gugu nos contará muy pronto en otros dos tomos, que al igual que éstos serán editados por Ediciones Idea.
Todavía queda mucho por contar de la vida de esta fascinante mujer, que convive entre nosotros desde hace más de veinte años. Hasta aquí la acompañó Khajuraho, su fiel perro hindú, que yace en un rincón de su jardín (abajo en el sur, como dice la canción), al pie de una enorme piedra roja, que en su memoria mandó a colocar su dueña, como perenne recordatorio.
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