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domingo, 12 de mayo de 2024 11:04h.

La mujer entre Oriente y Occidente - por Nicolás Guerra Aguiar

Moshen es un afgano que vive en Kabul.  Había iniciado la carrera de Ciencias Políticas porque quería ser diplomático.  Se casó con Zunaira, activista universitaria por la liberación de la mujer.

La mujer entre Oriente y Occidente - por Nicolás Guerra Aguiar

Moshen es un afgano que vive en Kabul.  Había iniciado la carrera de Ciencias Políticas porque quería ser diplomático.  Se casó con Zunaira, activista universitaria por la liberación de la mujer.

Tras la retirada de los rusos, el fanatismo religioso de los talibanes se impone en la ciudad, en las mentes de los humanos, en el caldeado ambiente de las calles.  Aun así, Zunaira no soporta el impacto cuando su marido le dice que había participado en la lapidación de una prostituta porque <>, dijo el mulá, neologismo este que será recogido por el DRAE en su próxima edición: 'Intérprete de la religión y la ley islámicas'.

Por eso ella va a morir en la deshonra, pues prefirió un momento de locura erótica a los jardines eternos.  Su marido quizás la había repudiado para buscar a una joven virgen, las mujeres son seres hipócritas a los que hay que domesticar.  Y si no se dejan, fusta.  Si no callan ante la voluntad de su amo, fusta.  Si no le sirven a su gusto, fusta.  La mujer no debe olvidar nunca que gracias al hombre, su señor, tiene techo, comida, honra y un apellido.  Y si las ideas le dan vueltas en sentido contrario a las agujas del reloj, debe actuarse inmediatamente: el repudio, el rechazo, el desprecio.

El texto anterior, estimado lector, ¿es ficción novelesca o realidad impactante?  Rigurosamente hablando, los cuatro personajes son fantasía, invención, producto de la creatividad narrativa: Yasmina Khadra, un militar argelino que usó pseudónimo de mujer para poder publicar, lo narra en una novela.  Pero, ¿es pura entelequia, algo que por suerte no puede existir en la realidad?  En absoluto: como muchos personajes galdosianos, estos cuatro de Khadra reflejan la realidad de un país o, con mayor exactitud, el sobrerrealismo más puro.  Que una mujer -o una chiquilla- sean apedreadas, flageladas o ahorcadas por hipotéticos o dudosos adulterios no debe sorprendernos en cuanto que la hembra, considerada como objeto propiedad del macho, es un algo que este posee y, cuantas más, mejor para su cualificación social: puede tener cuatro, el límite que el islamismo le impone.

Nuestra conciencia occidental -y nuestra cultura cristiana- relegan tales actuaciones violentas para lugares como el Afganistán de la novela o la Somalia en la que se lapidó por adulterio hasta la muerte a una joven de veinticuatro años.  Y tal pecado en una mujer es absolutamente imperdonable.  Pero ocurrió que Aisha solo tenía catorce años, y había sido violada por tres personajes muy importantes del pueblo, a los que denunció.  Tremendo error: no solo eran ricos; es que, además, eran hombres.  Y estos lograron inmediatamente los favores de los integristas, y el tribunal que debía condenarlos ordenó el asesinato a pedradas de Aisha, exactamente en las mismas circunstancias que la mujer muerta en la novela de Khadra.  Más: también un mulá le explicó a la multitud las razones de tal sentencia pues ella, dijo, admitió que era una adúltera, y ante tal pecado solicitó la justa muerte pues no tenía ya razón alguna para vivir.  Como en la novela, hubo muchos Moshen que terminaron con su vida, también semienterrado su cuerpo y atada de pies y manos para que, la infeliz, no intentara escapar de la justicia.  Y una cría, violada por su padrastro en Islas Maldivas, recibirá cien latigazos por mantener relaciones sexuales antes del matrimonio (<>, dijo alguien).

Sí, es cierto: impacta en nuestra sensible educación occidental la muerte a pedradas de una mujer a la que no se le hizo caso cuando denunció la violación, o a la que supuestamente se prostituyó, o la condenada tras el estupro.  Y por su osadía, se hizo pública enseñanza a todas aquellas infelices que en algún momento pudieran pensar en la justicia humana, más en tierras dominadas por el fanatismo a quienes llevan la Sharia o ley islámica, código de conducta, a extremos del más absoluto salvajismo.

Pero este despreciable comportamiento que no figura en el Corán y es rechazado por civilizados musulmanes no siempre fue exclusivo de países africanos u orientales, desde donde Amnistía Internacional los sigue denunciando (incluye Nigeria, Somalia, islas Maldivas…).  Porque, no lo olvidemos, nuestra cultura occidental y milenaria admitió en EE UU la flagelación a mujeres infieles, finales del siglo XIX; y el derecho canónico de la Iglesia católica le permitía al marido <> si esta era sospechosa.  (Fue en 1918 -solo hace noventa y cinco años- cuando tal autorización fue derogada, abolida.)

Aunque repetidamente se manifiesta la tradición y el macho actúa con violencia, la sociedad occidental actual aparenta educación, cultura, ideas civilizadas.  Y acepta a la mujer en el papel que actualmente representa, conseguido las más de las veces porque ella se empeñó y luchó por su obtención.  Ayer, por ejemplo, me impactó una gran sala de estudio-lectura en la Biblioteca del Estado: casi el setenta por ciento de quienes se encontraban estudiando eran jóvenas.  La más cercana a mí tenía en la pantalla de su portátil complejas operaciones matemáticas y figuras geométricas.  Yo, mientras, analizaba un impactante poema de Alejandro Duque Amusco (Oyeron largamente el ritmo de las olas / que deletrea el mar como canción de cuna).

Ellas no llegarán, por supuesto, a ser las fantasiadas mujeres-abejas que describe Francisco Quevedo en la hilvanada y exquisita Recuerdo azul.  Pero sí es cierto que rechazan aquella afirmación del Instituto de Política Familiar de Balares: << El matrimonio es un factor protector contra la violencia de género>>.  Y se rebelan contra una profesora universitaria valenciana que en clase dijo: <>.  De ahí a <>, ¿cuánto va?  ¡Qué disparate!

 

También en:

http://canarias-semanal.org/not/7825/la_mujer_entre_oriente_y_occidente/