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viernes, 10 de mayo de 2024 19:43h.

Manifiesto por el Derecho a la salud - por Josep Toló Pallás

 La Declaración Universal de los Derechos Humanos reconoce como tal el derecho a la salud en su artículo 25, al igual que el Tratado de la Unión Europea en su artículo 168, y la Carta Social Europea en sus artículos 11, 12 y 13, y España, como Estado firmante, está obligada a su cumplimiento.

Manifiesto por el Derecho a la salud - por Josep Toló Pallás *

                La Declaración Universal de los Derechos Humanos reconoce como tal el derecho a la salud en su artículo 25, al igual que el Tratado de la Unión Europea en su artículo 168, y la Carta Social Europea en sus artículos 11, 12 y 13, y España, como Estado firmante, está obligada a su cumplimiento.

                El artículo 43 de la Constitución Española de 1978 establece el derecho a la salud de todos los ciudadanos, y encomienda a los poderes públicos la articulación de los medios necesarios para protegerlo, a pesar de lo cual podemos comprobar día a día el incumplimiento de este mandato.

                Nuestra salud y nuestras vidas están seriamente amenazadas, y no cabe duda que la falta de una atención sanitaria de calidad, prestada en un plazo razonable por la sanidad pública en función del grado de urgencia influye en gran medida, pero no es la única causa.

                Las barreras levantadas contra el derecho a la salud son de índole variada, y los ciudadanos debemos trabajar con determinación para su demolición.

                En primer lugar, carecemos de hábitos saludables, con excepciones minoritarias, y no hay interés alguno por parte de las Administraciones en analizarlos y fomentarlos, a pesar de las potentes herramientas de adoctrinamiento de que disponen, como las televisiones y periódicos mayoritarios.

                Estos hábitos; alimentarios, tóxicos, sedentarios, alienantes de la voluntad y precursores de enfermedades sociales crónicas, son muy sencillos de corregir y solo es cuestión de mentalización.

                Cuando aparece la enfermedad, se desprecian los conocimientos de miles de años, con los que nuestros abuelos solucionaban la mayor parte de sus problemas de salud, y a menudo nos vamos a engrosar las filas que saturan los pasillos de los servicios de urgencias de los hospitales, con el riesgo de salir muchas horas después contagiados de otras enfermedades más graves que la que provocó la larga espera, apretujados con una masa de enfermos de diferentes dolencias.

                Cabe recordar que la Organización Mundial de la Salud recomendó hace unos 2 años a los Estados el reconocimiento de las que denomina “Terapias Tradicionales y Complementarias” (Terapias Naturales), y su inclusión en la Sanidad Pública, con evidentes oídos sordos para el Estamento sanitario dependiente del oligopolio médico-farmacéutico-hospitalario.

                Y la otra gran barrera es la económica, creada de forma artificial a causa del enfoque de la sanidad hacia la rentabilidad económica.

                A causa de este enfoque, se desprecian soluciones de bajo coste a favor de otras carísimas (véase Hepatitis C), se expulsa a los beneficiarios de la sanidad pública hacia la privada cuando llevaban muchos años cotizando por la primera y por anticipado, ya que en los años en que se empieza a cotizar se hace poco uso y, cuando ya ha finalizado el periodo de cotización las necesidades son mayores.

                Se les expulsa de forma más o menos sutil: Por el encarecimiento, por los co-pagos y re-pagos, por las demoras luctuosas o, cuando menos agravantes del problema de salud y costosísimas en daños morales y pérdidas en tiempo de trabajo, así como en pagos por Incapacidad Laboral Transitoria.

                La indignación de muchos pacientes les lleva a protestar ante el personal que los atiende, que no tiene culpa alguna de esta situación, y en pocas ocasiones reclaman sus derechos hasta las últimas consecuencias, ya que piensan erróneamente que la situación no tiene remedio.

                También colaboran sin rechistar en la práctica abusiva de firmar un documento en el que se exime de todas las responsabilidades al prestador del servicio, documento que recibe a última hora para firmar sin tiempo para estudiarlo y del que no recibe copia.

                No existe tampoco el hábito de reclamar hasta donde haga falta daños y perjuicios por los errores, negligencias, enfermedades hospitalarias, efectos nocivos de los tratamientos o las demoras en la prestación de la atención.

                La colosal barrera económica se pone de manifiesto cuando nos vemos obligados a recurrir a las servicios privados a pesar de tener derecho a los públicos, ya que una gran masa de población no puede sufragar su altísimo coste.

                Si recurrimos a los seguros de enfermedad experimentamos otra sorpresa: Las exclusiones, las franquicias y los medicamentos a nuestro cargo (siempre los más caros), dejan la prometedora póliza que acabamos de firmar en una especia de papel mojado, ya que solo nos van a solucionar pequeños problemas como los que nuestra abuela curaba con unas infusiones de eucalipto, tomillo, saúco, o áloe vera y poca cosa más. Además, las primas se incrementan con la edad, y llega el momento en que ya no podemos pagarlas o nos pueden arruinar, por lo que probablemente optemos por cancelarlas y librarnos a la Providencia Divina, ya que esta nunca falla y nos acaba librando de todo sufrimiento terrenal.

                Por todo lo aquí expuesto, y porque queremos ser protagonistas de nuestra vida y nuestra salud:

                Es urgente la creación de una Asociación por el derecho a la salud.  

Obra literaria de Josep Toló Pallás:

http://www.bubok.es/libros/237325

* Publicado con autorización del autor