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jueves, 25 de abril de 2024 02:08h.

¿Cuántos inocentes tienen que morir para que resplandezca la verdad de los asesinos?

Nadia - por Julián Ayala Armas

 

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Nadia - por Julián Ayala Armas, escritor y periodista

Nadia es una niña de Santa Cruz de Tenerife, un bebé de origen palestino que tendrá ahora dos meses de edad. La conocí el día de su bautismo, una fiesta familiar con muchos comensales, en un restaurante donde casualmente también estaba yo con mi familia. La pequeña pasaba de mano en mano entre sus mayores que comentaban lo bonita que era o con quién se parecía. Su protesta ante tan incómodo ajetreo, se manifestaba de vez en cuando con esa especie de vagido impaciente característico de los recién nacidos. Su abuela, una mujer morena de mediana edad, acudía entonces en su auxilio, la tomaba en brazos y la mecía, tranquilizándola antes de pasarla a otro pariente. También la acercó a nuestra mesa:

– Es Nadia, mi nieta. Ya es cristiana, hoy ha nacido a la vida del Señor.

Mientras Nadia nacía en Santa Cruz otras niñas como ella morían en el país de sus antepasados. Los telediarios y las primeras páginas de los periódicos abrieron ese día con sus cabecitas tronchadas, sus pequeños cuerpos destrozados por la metralla. Sus abuelos no huyeron a tiempo y sus padres las engendraron en medio del odio y bajo el resplandor lívido de las bombas, que terminaron segando sus vidas, apenas abiertas a la luz.

Los criminales habitan entre nosotros, tienen rostro humano, pero son monstruos. Es decir, son normales en el mundo sangriento que ellos mismos están construyendo y en el que se mueven con la misma naturalidad con que corta los abismos marinos un pez de las profundidades. Por las noches, cuando regresan de matar a otros niños, besan a sus hijos antes de dormirse y cuando no están apretando el gatillo de su arma, son amables con sus vecinos, se divierten con sus amigos e incluso hacen el amor con sus mujeres, para engendrar nuevos hijos que perpetúen la cadena del odio. Guardan las fiestas, acuden a la sinagoga o a cualquier otro de sus templos; pero su única religión es el odio, la xenofobia y la intolerancia inherentes al colonialismo.

GAZA

No hemos avanzado nada desde los tiempos de Moloch. ¿Cuántos inocentes tienen que morir para que resplandezca la verdad de los asesinos? Ningún dios, ninguna patria, ningún maldito poder o riqueza de este mundo vale la vida de un niño. Sépanlo bien, caterva de criminales. Un filósofo de estos tiempos de naufragio ha sugerido que la única manera de cambiar el mundo es contemplarlo con una mirada de piedad. Pero ante las imágenes de los niños asesinados no cabe ese tipo de ficciones solipsistas, por bien intencionadas que sean en su vana pretensión de tomar distancia del horror. Toda la piedad para las víctimas, sí, pero no para el mundo, la sociedad y las personas que las hacen posibles. No cabe piedad alguna ante estos crímenes sin adjetivo. Sólo la ira, la ira justa, la indignación sobrellevada como un fardo de impotencia.

GAZA

Todas las guerras causan víctimas inocentes, dicen los que se lavan las manos ante el dolor ajeno, mientras siguen ingiriendo sus güisquis sobre la alfombra de su cuarto de estar, salpicada de sesos y de sangre. A lo sumo tuercen el gesto y cambian de canal.

El espectáculo pasivo del crimen nos convierte a todos en cómplices de él. Pero yo no quiero tener nada en común con esos depredadores acorazados de odio, para los que es normal matar a sus cachorros todavía en la cuna. Si ellos son seres humanos, renuncio radicalmente a mi condición de tal. Si son paradigma de civilización, me declaro salvaje sin paliativos. Nada de ellos me es común. Reniego de su cultura, de su filosofía, de su política, de su religión, de sus razones, de sus técnicas crueles de señores de la guerra sin más justificación que sus obsesiones de Poder. Ya que no puedo hacer otra cosa, me autoexilio públicamente del mundo de dolor y de muerte que están forjando. Que sean malditos por ello.

¡Pobre pequeña Nadia con más suerte que tus hermanitas de allá! ¡En qué mundo te va a tocar vivir cuando te falte la seguridad de los brazos de tu abuela! Ten salud no obstante y sé feliz, mi niña. Hazte grande y engendra hijos como tú, que gocen a veces y a veces sufran, que amen y desamen, pero que no hagan nunca del odio su forma de entender la vida.

* Gracias a Julián Ayala. Publicado originalmente en LA CLAVE CUENCA

https://www.laclavecuenca.com/2023/03/30/nadia/

JULIÁN AYALA
JULIÁN AYALA
la clave cuenca

 

mancheta ene 23