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sábado, 20 de abril de 2024 09:50h.

Soliloquiando - por Leopoldo de Gregorio

 

LEOPOLDO DE GREGORIODicen que han rescatado a la banca para asegurar los depósitos de los ahorradores, sin decir que lo que verdaderamente han hecho ha sido evitar la quiebra de un sistema que ha sido el causante de que ese rescate se tuviera que llevar a cabo.

Soliloquiando - por Leopoldo de Gregorio *

Al iniciar una divagación con la que estoy tratando recrear lo que como desolación, los sentidos y la lógica me están aconsejando que no intente recrearlo, tengo que reconocer que ante la significación con la que aquélla me conmina, no puedo renunciar a contemplarla. Como monólogo, no intento hacérselo llegar a los agentes que han causado dicha desolación. Para mí, ni creo que se sintieran aludidos, ni por supuesto estar dispuestos a repararla. Hasta ahora todas las reformas para franquear esta desolación se han encontrado maniatadas ante lo que pudiendo ser una desestabilización del modelo vigente justificaba que la razón de mantenerla era muy superior a la que se derivaría de intentar superarla. Siempre se ha contado con dos factores que permitieron su continuidad. En primer lugar, el miedo que se deriva de lo desconocido. Un pavor que el mismo modelo se ha encargado de magnificar. En segundo, el esfuerzo que hay que materializar para hacer uso de una capacitación intelectiva que habiendo sido suplantada por una forma de actuar en la que nuestra conducta es mayoritariamente un acto reflejo de nuestras potencialidades fisiológicas, lo inmediato es lo que nos mueve; una inmediatez no racionalizada que conlleva la consolidación del gregarismo.

Sé que conscientemente estos agentes del desasosiego reconocen que este modelo no da más de sí. Lo que ocurre es que no pueden bajarse del tigre. Y este tigre, comoquiera que a tenor de las arbitrariedades e irregularidades que caracterizan su andadura no podrá permitirles seguir corriendo indefinidamente, cuando se detenga no solo devorará a los que cabalgan sobre él; habrá establecido un reinado del terror en el que no se librará ni el propio tigre.

Siendo consciente de la procedencia que concurre en la obtención del beneficio, lo que no considero procedente es que después de haberlo obtenido, con él hagamos lo que hacemos. Se puede hacer dos cosas. Una, disfrutar de aquello por lo que se ha luchado; otra, utilizarlo para que puedan disfrutar también los demás. A este respecto, a pesar de que lo que estoy diciendo no irá más allá de lo que como soliloquio le puedo imputar, conteniendo lo que de no ser esto así gritaría a los cuatro vientos, recuerdo algo que escribí hace ya varios años en la primera parte de la obra ¿Es posible otra economía de mercado? Decía:

:“Si los animales no pueden valorar es porque forman parte de las cosas; porque son incapaces de valorarla de una forma consciente; porque al no advertir la existencia de los vínculos que los están condicionando, difícilmente pueden sentir la necesidad de asumirlos o impugnarlos.

         Pero es que si nosotros -independientemente de la potencialidad instintiva que podemos sentir hacia lo que nos puede proporcionar placer o la satisfacción de una necesidad biológica-, con nuestra capacidad de reflexión podemos ver las cosas como algo diferente de nosotros mismos, al tomarles medida y valorarlas, estamos intentando incorporar a nuestro propio ser algo que no es incorporable. Es decir, cuando los hombres evaluamos una cosa, en nuestra reflexión, “extrañamos” lo externo y (en función de nuestras dependencias instintivas), pretendemos resolverlo considerándolo como algo fusionable.”

         “Entiendo que la actividad racional del individuo se mueve por la identificación que en él suscita lo que puede ser aprehendido. Sin embargo, esta racionalización, al pretender trascender en el tiempo, incorpora al proceso un componente que perturbando la interinidad que debiéramos asociar a dicha identificación, va más allá de lo que ésta debería estar representando. Se está ejerciendo sobre ella una injerencia de naturaleza posesiva. A mi entender, de la misma manera que somos capaces de considerar un bien y, reflexivamente pretender resolver su bondad “anexionándonoslo”, es dable conseguir que esa concienciación que nos identifica con el mismo podemos despejarla, si la proyección que en el espacio y en el tiempo representa, la sabemos encauzar de forma que en sus efectos desempeñe una influencia exclusivamente temporal. Estimo que la tendencia hacia la posesión, esa sempiterna inclinación en la que todos estamos implicados, podemos controlarla, siempre que la tengamos que asumir como algo utilizable; algo que al fundirse en nosotros en su uso, unifique y armonice nuestra realidad con la realidad en la que tengamos que desenvolvernos.”

Y sin embargo ¿puedo liberarme de la tendencia a identificarme con aquello que haya conseguido? Aun sabiendo que el acaparamiento constituye una tendencia que subjetivamente no nos dable renunciar, ¿haciendo uso de una capacidad intelectiva que nos permite valorar más allá de nuestro propio yo, no podemos superar una trascendentalidad que hemos puesto a nuestro servicio a través de la objetividad con la que aquélla puede desarrollarse?

Como algo que se considera una realidad que no puede ser cuestionada, la existencia del capitalismo exige la continuidad de la acumulación. Una realidad que  en su huída hacia delante trata de subsistir tanto con la externalización de los servicios públicos como con el desarrollo de las tecnologías. Especialmente las de la informática y las de la robotización. En la informática y la comunicación para alcanzar una capacidad sin precedente en el control social y político. En la automatización, desoyendo las propias convicciones de aquéllos que han tenido que asumir que como consecuencia de la reducción del volumen total del plusvalor que ésta conlleva, la automatización conduce a una reducción del volumen total del valor de cambio producido; una disminución que indefectiblemente conduce a una contracción progresiva de la tasa de ganancia. Y es que a pesar de lo que racional y empíricamente resulta evidente, aquéllos que nos están utilizando no llegan a entender (o al menos lo consideran un obstáculo que con ingenio y determinación es posible superar), que con un aumento de la productividad que no sea repartido se genera una crisis económica y social en función de que el producto elaborado resulta invendible.

¿Puede asimismo esta realidad ser cuestionada? ¿Consideran estos aquéllos que un proceso como el que está siguiendo el capitalismo puede ser mantenido indefinidamente, cuando para poder llevarlo a cabo están obligados a utilizar una metodología que al par de reducir sus beneficios, conlleva la de eliminar el bienestar y la seguridad del resto de la sociedad? ¿Creen quizás que ante la universalidad de esta tendencia pueden seguir contando con aquella “destrucción creativa” de Shumpeter? Porque el incremento de las actividades económicas que siguieron a los desastres ocasionados en la Segunda Guerra se fundamento en las posibilidades que brindaba el tener que restaurar todo lo que había sido destruido. Actualmente el problema no radica en tener que restablecer lo que a tenor de las contradicciones que concurren en este modelo no es más que un consecuente de su naturaleza. El actual problema radica en el hecho de que debido a que como su versión actualizada ha cristalizado como una economía de la financiarización, si pretendemos restaurar su buen funcionamiento, la destrucción creativa que tenemos que hacer requiere la destrucción de toda la asignación de bienes que como deuda se ha detraído de la economía real. Y consecuentemente de los bienes de aquéllos que participaban en su desarrollo. Es la única manera de seguir obteniendo unos beneficios que con independencia de lo que conocemos como “tendencia decreciente de la tasa de ganancia” está cimentado en los resultados que se pueden alcanzar en una economía productiva.

Me resulta imposible conciliar la razón en la que se fundamenta la disposición de llevar la edad de la jubilación a los 70 años cuando lo que no existe en este modelo es una oportunidad de trabajar para la mayor parte de los que necesitan ganarse la vida. Podría esforzarme en entenderlo si no existiendo paro, esta prolongación tuviera como objetivo conciliar nuestro ciclo laboral con una mayor esperanza de vida. Lo que ocurre es que con esta ampliación lo único que se pretende es reducir la cuantía de las cotizaciones que este modelo tendría que subvenir a los que hubieran superado dicho ciclo. Y he dicho que podría esforzarme en entenderlo si no fuera porque la necesidad de prolongarlo no dimana ni de dicha mayor esperanza de vida, ni de la reducción del índice de natalidad. Se deriva del hecho de que el incremento de una productividad que está siendo materializada con un menor número de trabajadores es acaparado por esos aquéllos que a través de la acumulación se han situado en otro estrato social. Un estrato que pretenden conservar descalificando lo que tendría que ser asumido como justicia social. No es por tanto extraño que para justificar la pretensión del reparto de la tarta, estos aquéllos nos estén aconsejando suscribir unos fondos de pensiones con los que asegurar nuestra jubilación. Sin que en sus recomendaciones se mencione la imposibilidad de poner a la disposición del capital una parte del salario en una economía que por estar quebrada nos está aconsejando lo que ella misma es incapaz de proveer. Sin que nos diga que como queda demostrado por las actividades de carácter mafioso que practica la banca, ni la rentabilidad de dichos fondos resulta tolerable, ni su seguridad  está atestiguada.  Como nos muestra Edmundo Fayanas Escuer en un estudio sobre las pensiones en Chile, “el 79% de las pensiones privadas está por debajo del salario mínimo; y la duración de la pensión es de veinte años. Si el trabajador vive más de veinte años se queda sin nada. El resultado de la privatización de las pensiones (como no puede ser de otra manera al ser uno de los muchos tipos de negocios que llevan a cabo las aseguradoras y la banca), ha sido una ruina para los cientos de miles de chilenos que optaron por las pensiones privadas y un gran negocio para los bancos y aseguradoras”  Sin osar ni siquiera mencionar qué jubilación es la que le espera a ese 54% de la juventud que por no encontrar en este modelo un puesto de trabajo su único futuro es la de convertirse en revolucionario.

Dicen, tratando de refutar este alegato, que debido a que las tasas de beneficio se están reduciendo no es dable incrementar el gasto público. Lo que no dicen es que si esto está ocurriendo es porque si en el valor de los bienes que se ofertan al mercado tiene que estar implícito como beneficio las plusvalías  no abonadas a las fuerzas del trabajo, con ese incremento de la productividad por la labor realizada (amén de la que se está derivando de la robotización), el resultado de las ventas no puede ser más que una suma de los valores de unas mercancías en las que su valor añadido no ha concurrido el mencionado plusvalor. Si éste no participa en esta suma la producción consistiría exclusivamente en un intercambio en el que las ganancias serían aquéllas de naturaleza virtual que se pudieran concitar en el trueque.

Dicen que han rescatado a la banca para asegurar los depósitos de los ahorradores, sin decir que lo que verdaderamente han hecho ha sido evitar la quiebra de un sistema que ha sido el causante de que ese rescate se tuviera que llevar a cabo. Una quiebra propiciada por la creación de unas acreditaciones que no se correspondían con el valor que deberían haber representado y que como el valor de todo lo que con ellas se gestó fue ficticio,  más tarde o más temprano tenía que derrumbarse. Sin entrar en el hecho de que al implicar este rescate un incremento que prácticamente ha doblado en sólo unos años la cuantía de nuestra Deuda Pública, lo que fue una obligación de lo Privado la tiene que afrontar una ciudadanía que además de no participar en tamaño desfalco tiene que soportar que se les diga que esta medida se tuvo que adoptar para asegurar los depósitos de los ahorradores.

Como expuse en la segunda parte de la obra citada “el origen de la Deuda (tanto pública como privada) es una demostración más de las contradicciones e injusticias que concurren en el modelo de economía capitalista. En primer lugar, porque el hecho de poder conceder las enormes acreditaciones que han endeudado a todos los Estados de la tierra nos está mostrando los por qué de las desigualdades y enfrentamientos que son el pan nuestro de nuestras sociedades. En segundo lugar, porque debido a las formas con las que estas acreditaciones se han fraguado (y con ello me refiero a que al estar fundamentadas éstas en la creación de una capacidad adquisitiva exclusivamente virtual), en su desarrollo no están representando la existencia de un valor real. Son unas entelequias que como  representación de una realidad inexistente, con independencia de los objetivos que con ellas se persiguen están determinando la existencia de aquéllos que se hayan endeudado.”

“Hay quienes afirman que la Deuda, (conjuntamente con los intereses que de la misma se derivan), conforma un constructo que al ser superior a los medios de cambio con los que ha sido acreditada es imposible que pueda ser pagada. Sin entender que al constituir ésta  una obligatoriedad que por su naturaleza, con su pago se cancela exclusivamente en apuntes bancarios, más allá de su cancelación, lo que con ella se está configurando es la potestad de, a través de la misma creación de medios de cambio (tanto de los virtuales como de los de nueva creación), apoderarse del producto que en la sociedad se pueda generar como una derivada del proceso productivo. Es decir, después de haberse acumulado unas ingentes sumas de beneficios que dimanantes de las plusvalías han posibilitado la existencia de las acumulaciones con las que se han llevado a cabo esas acreditaciones, con la utilización de éstas y de aquéllos se ha consolidado una estructura con la que obligar al endeudado a tener que seguir abonando en intereses por el producto de algo que fue exclusivamente virtual.”

Si no fuera porque mienten más que hablan podríamos aceptar que la economía se está recuperando, pero cuando vemos el historial y la trayectoria de unos muñecos que parecen haber sido fabricados por Geppeto, lo que asumimos es que estamos en manos de unos impresentables que nos están vendiendo al Gran Capital. Como queda demostrado por las prisas con las que éstos que están presentes en los papeles de la corrupción tratan de que se apruebe nuestra adscripción al CETA en el próximo octubre.

A tenor de todo lo que ha sido expuesto me pregunto ¿pretenden los que nos utilizan seguir manteniendo un modelo que se sustenta en las desigualdades, con el concurso de unas fuerzas disuasorias? ¿Unos poderes que van desde lo económico, lo mediático y lo policial a lo militar?  ¿Un modelo que en su pretensión de exorcisar lo inevitable considera que puede seguir apoderándose de todo aquello que no perteneciéndole lo está poniendo a su servicio? ¿Y si recurren a unas fuerzas con las que previsiblemente tratarían de conformar un espacio en el que lo común, brillando por su ausencia, las diferencias siguieran manteniéndose, estarían conjurando lo que tratan de evitar? ¿Incluido el estar jugando con fuego?

Después de todas las divagaciones a las que este modelo me concita tengo que reconocer que no es lícito que me coloque en una posición en la que no me encuentre involucrado en los hechos que están ocurriendo. Es doloroso, pero todo lo que está pasando no puedo imputárselo a esa parte de la sociedad que está utilizándonos. Nos utiliza porque puede hacerlo. Porque como partes de una estructura existencial que tiene que desarrollar la trayectoria a la que biológica y fisiológicamente  estamos atados, (recuerdo aquello de la evolución de  las especies), somos sujetos del determinismo. Lo cual me ratifica que la única manera de poder liberarnos es a través de una capacitación intelectiva  que en función de su naturaleza no esté determinada por los condicionamientos que biológica y fisiológicamente rigen en esa trayectoria. Una capacitación que me permita desarrollar esa objetividad que debe acompañar y caracterizar a la capacidad de razonar. Que es precisamente lo que no acostumbramos hacer. De la misma manera que haciendo un uso objetivo de esta facultad llegamos a la conclusión de que a tenor de nuestros condicionamientos todos somos villanos, nos es dable asumir, que en función de la existencia de un potencial  que como energía ha escapado de aquellas supeditaciones, podemos encontrar la manera de librarnos de aquellos condicionamientos. Y esto sólo nos será dable conseguirlo a través de un esqueleto material que no pueda ser manipulado por la racionalización con la que podemos hacer nuestras nuestras inclinaciones subjetivas.

A este respecto vuelvo a recordar otra de la manifestaciones que hice en la primera parte de la obra anteriormente mencionada. Decía lo siguiente: “Para que una sociedad funcione son necesarios dos fundamentos. El primero es que exista una concienciación colectiva de cuáles son las reglas de conducta a seguir. Normas que lógicamente tienen que ir modificándose en función de la transformación evolutiva a la que dicha sociedad se ha de ver sometida, pero que en todo momento tienen que plasmar una metodología que, fundamentada en una legislación, han de llenar de contenido las expectativas que todo ser humano tiende a considerar como esenciales. En segundo lugar, los condicionamientos físicos que como consecuencia de esta concienciación se hayan de establecer tienen que estar completamente emancipados de la segura injerencia que sobre ellos se habrá de efectuar. Es necesaria la convicción de que esto tiene que ser así; pero asimismo se precisa que la capacidad de justificación y de transformación a las que nos puede llevar nuestro intelecto se encuentren determinadas por unos condicionamientos que, siendo físicos, sólo sea factible modificarlos a través del consenso de la comunidad; unos impedimentos que al ser instituidos con un carácter de universalidad, se pueda poner en tela de juicio la procedencia de su establecimiento por las individualidades, pero nunca su validez en el ámbito de lo colectivo; que al igual de lo que ocurre con la existencia de una pendiente, sea enjuiciable que de vez en cuando, de acuerdo con nuestra manifiesta voluntad y asumiendo los riesgos que conlleva, podamos ascenderla a la carrera, pero que lo que es determinante es que ésta, en sí misma constituye un condicionamiento incuestionable.”

Lo que estoy emitiendo como un soliloquio debería ser un clamor generalizado; un clamor con el que, "racionalmente" mandar a las tinieblas a los aquéllos que me han llevado a exteriorizarlo. Si como una realidad que ha de ser axiomáticamente conquistada, la humanidad ha de estar investida con la categoría existencial del ser humano, este modelo que está utilizándola ha de adaptarse a estar realidad. A pesar de las disgustos, impugnaciones y amenazas que habrá de ocasionar, la única salida parche que este modelo tiene sería una renta básica que cuestionando las desigualdades que concurren en el capitalismo fuera el primer paso para que la categoría existencial de la realidad que de ella deviniera conformara la realidad que es preciso conquistar. Una nueva estructura socioeconómica de nuestra sociedad. Y he dicho una salida parche porque ésta tampoco sería la manera de resolver las contradicciones que concurren en el capitalismo. Hemos de concienciarnos de que con el establecimiento de una renta básica tan solo se estaría corrigiendo los resultados derivados de unos fundamentos económicos que, aunque afectados, no se habrían modificado. Lo que ocurre es que (y es por ello por lo que la considero un excelente parche), este establecimiento habrá de obligar al capital a comportarse de una manera más social.

 

* En La casa de mi tía por gentileza de Leopoldo de Gregorio

LEOPOLDO DE GREGORIO