Buscar
jueves, 25 de abril de 2024 15:15h.

La sombra del traidor siempre es alargada - por Nicolás Guerra Aguiar

 

NICOLÁS GUERRA AGUIAR 100Como escribo de memoria, estimado lector, si la cita “La ambición suele convertir en traidores a quienes no lo eran” no es rigurosamente fiel al original, sí refleja con exactitud la intención de quien me llevó a ella en alguna lectura. Su autor se refería al cambio experimentado por un joven científico cuando decide traicionar al director y maestro para registrar a su nombre los prometedores resultados de una investigación. Le esperaba, de seguro, la fama.

La sombra del traidor siempre es alargada - por Nicolás Guerra Aguiar *

hernando rajoy

Como escribo de memoria, estimado lector, si la cita “La ambición suele convertir en traidores a quienes no lo eran” no es rigurosamente fiel al original, sí refleja con exactitud la intención de quien me llevó a ella en alguna lectura. Su autor se refería al cambio experimentado por un joven científico cuando decide traicionar al director y maestro para registrar a su nombre los prometedores resultados de una investigación. Le esperaba, de seguro, la fama.

   El señor Hernando Vera, Antonio, fue ayer mano diestra y derecha del señor Sánchez y portavoz del PSOE en el Congreso de los diputados. Hoy mantiene la portavocía y, además, es presidente del grupo socialista. Ayer, apasionado defensor del “No es no” para votar en contra del señor Rajoy, candidato a presidente. Hoy, pregonero oficial de quienes defendieron la abstención y valedor de la misma. Ayer, máxima autoridad para las conversaciones con otros partidos a fin de conseguir su apoyo a la investidura del señor Sánchez. Hoy, voz de la baronil gestora gobernada por feudales y princesa mora para dar el visto bueno a la presidencia del señor Rajoy. Rememora, así, una malagueña canaria: Aprendan, flores, de mí, / lo que va de ayer a hoy. / Ayer maravilla fui, /hoy sombra de mí yo soy.

   Porque el señor Hernando Vera, como el poeta (“Nosotros, los de entonces, / ya no somos los mismos”), ya no es quien era. ¿Descubrieron sus células grises, acaso, la verdad absoluta sobre el planteamiento ideológico? ¿O, así como quien no quiere la cosa, su ambición personal lo llevó a desdecirse sin argumentos sólidos y convincentes, considerandos y razonamientos?  ¿Por qué los barones acudieron precisamente a él para desestabilizar las maniobras del señor Sánchez, de quien fue íntimo aliado, amigo personal, apoyo moral e ideológico, consejero de máxima confianza? ¿Por qué ayudó a forzar la votación en el Comité Federal, hecatombe definitiva del aspirante?

   Cuando, en general, hablamos de “obra ambiciosa” solemos referirnos a algo que deseamos con ímpetu y pasión porque en sí mismo tiene una gran fuerza y beneficia a la colectividad. Pero si el adjetivo “ambicioso” se cambia por el sustantivo “ambición”, entramos en el terreno de lo individual, es decir, la persona siente un gran deseo por conseguir algo. Lo cual, obviamente, ni es perjudicial para sí misma ni, por supuesto, para la sociedad: muy al contrario.

   Pero sí resulta peligroso cuando se prescinde de principios éticos para su consecución: “He de lograrlo salga el sol por donde salga”. Es decir, “caiga quien caiga”. Así lo consideró Napoleón: “Es un mal soldado el que no aspira a ser general”. Y ya se sabe: el soldado no llegará a la máxima graduación militar, pero sí puede ascender en tiempos de guerra por méritos (entre ellos, los muertos en su haber). Ya lo pregona el refrán popular: “En la guerra y en el amor todo está permitido”. Y es máxima que se mantiene, tal como reconoce el Centro Virtual Cervantes (la llama “paremia”).

   Ya en el campo exclusivo de la política, la ambición (connatural a la persona) puede arraigarse tan peligrosamente en su misma esencia que acaso obnubilará conciencias, rigores y comportamientos. Echará por tierra sus elementales principios morales y la convertirá en un ser dominado por pasiones, pues su meta es una: poder, riquezas, dignidades, fama. Y esta sobrepasada ambición en el señor Hernando Vera lo llevó, además, a traicionar la confianza de un amigo, un aliado personal: el señor Sánchez, exsecretario general del PSOE y a quien barones, princesa mora, anteriores secretarios generales e intereses comerciales consiguieron tumbar, al menos por el momento.

   También colaboró el señor González, el socialista que percibió 126 500 euros anuales durante cinco años (hasta junio de 2015) como miembro del consejo de administración de Gas Natural Fenosa; el mismo hombre de izquierdas que recibió espléndida compensación económica por intermediaciones ante los gobiernos de Chad y Sudán del Sur (caso, por ejemplo, de su amigo el empresario Massoud Zandi. Por cierto: investigado por Hacienda –paraísos fiscales, cuentas en el extranjero no declaradas)…

   Aquel domingo, cautivo el señor Sánchez y desarmado tras la traición hernandiana, los barones, la princesa mora y el PP proclaman la victoria: la guerra ha terminado. Y llegan venganzas, mezquindades, comportamientos infantiles e increíbles satisfacciones cuando el vencido emprende la solitaria retirada mientras en Ferraz se envainan nobles floretes, bruscos sables, cimitarras árabes… En nombre de la Junta de Salvación Nacional se ordenan inquisitoriales actuaciones contra los rebeldes afines al anterior secretario general. Por tanto, serán removidos de cargos con responsabilidad; pasarán a las listas de los no afines, de quienes osaron retar a la sacrosanta autoridad de la Gestora. Que sus nombres sean borrados o, al menos, encerrados en penumbras y tortuosas indiferencias: no se admite el “voto en conciencia”, como tampoco se permitió en la España democrática la objeción de conciencia de jóvenes antimilitaristas.

   Pero no fue el único traidor, en absoluto. Como Julio César cuando descubre a su protegido Marco Junio Bruto entre quienes lo apuñalan, acaso Pedro Sánchez recordó las palabras del emperador romano: “Tu quoque, Brutus, fili mi”? (‘¿También tú, Bruto, hijo mío?’). Fue la traición más dolorosa, sin duda: venía casi de su álter ego, su ‘otro yo’ en política. Pero Hernando no estaba solo.

   Casi todos lo imitaron. A fin de cuentas no traicionaban por actas, portavocías, listas electorales, cargos digitales, nóminas, nominillas… Las causas eran otras: el señor Rajoy y el PP llevaban en su programa compromisos sociales, lucha por las igualdades, justicia para todos, defensa del obrero, exacto equilibrio de derechos y deberes, salarios justos, reforzamiento de la libertad, rechazo a las mordazas… Así, el grito casi unánime, por Dios y por España: “¡El PP nos necesita, la Patria reclama sacrificios!”.

   Hoy el PSOE es un simple espejo de sí mismo. Si tiene capacidad crítica –en él hay militantes de braveza y serias convicciones, gentes honradas a miles- se buscará en aquel símbolo donde Machado ubicaba sueños y recuerdos, ansias y realidades… Y debe hacerlo, pues en esencia es honrado, comprometido. Y en sus orígenes fue casi libertario, amante de libertades absolutas, pues se estaba haciendo. Pero no fue nunca feudal, inquisidor, poder por el poder, señoritil, casi cacique, caminos de hoy ajenos a su condición de socialista.

 

* En La casa de mi tía por gentileza de Nicolás Guerra Aguiar

nicolás guerra aguiar reseña