Vestimentas, palabras y frustradas deificaciones - por Nicolás Guerra Aguiar


Vestimentas, palabras y frustradas deificaciones - por Nicolás Guerra Aguiar *
No consiguieron ni tan siquiera los mínimos políticos y pedagógicos esperados por sus promotores. Pero la tragicomedia del legítimo voto de censura presentado la semana pasada contra el señor Sánchez dio mucho de sí en el recinto de la Palabra... a pesar del rotundo fracaso numérico y la absoluta desubicación del candidato.

Y si el Partido Popular lleva dos o tres años considerando al señor Sánchez como “ilegítimo presidente” del Gobierno de España, ¿por qué no fue coherente y apoyó la propuesta censora? ¿Será que no hay ilegitimidad alguna y el señor presidente cumple con todos los requisitos constitucionales? ¿Puede ocurrir, entonces, que miente y engaña maliciosamente y sus palabras "torppedean" las recias columnas en las cuales hoy se asienta nuestra Constitución?

La imprescindible alternancia en el poder es prueba de la salud democrática de un país. Pero lo otro, el vocerío emitido que aspira a incitar ante el supuesto incumplimiento de la legalidad, no responde a la verdad: ¿encubre, quizás, un propósito ajeno al artículo 2 del Título Preliminar, Constitución de 1978? La presidencia, en fin, se gana cuando así lo decidan los representantes del pueblo, pero no con artimañas ajenas a purezas democráticas.

Volvamos, pues, a las sesiones del martes y miércoles pasados donde palabras nobles y elementales fortalecieron la confianza en nuestra frágil estructura. Pero otras, agrias y cargadas de roncos ruidos y quizás añoranzas, dejaron de ser profesorales y traslucieron aparentes rencores y resentimientos ajenos a los serenos, pedagógicos y sabios mensajes del aula: educar en el respeto y en la verdad. Veamos.
1. El portavoz del grupo censurante llamó la atención sobre la vestimenta de algunos diputados allí presentes: “¿No sería conveniente, dijo, vestirse correctamente y no faltar al decoro?”. Y añadió: “Algunos de los que hablan en esta cámara tienen unas formas que son una mezcla entre una taberna y una casa okupa".

Lo cual me llevó de inmediato a Pepe Monagas (personaje canario de ficción representado por Pepe Casterllano) en su monólogo “El niño cocú”. Se plantea qué puede pasar tras la unión de un ser y otro ser, y él mismo da la respuesta: el nacimiento de un ser que, a veces, “no puede ser”. Y es cierto: cuando tabernarios y okupas se mezclan puede surgir un político sin corbata, chaqueta y pantalón almidonado; quizás incluso hasta una especie de mataíllo con cholas y vaquero, simbólicamente “fumao” pero leído y espabilado, rebelde y jodelón, camisa por fuera, caracolillos y pendientes, todo absolutamente ajeno a las normas del ceremonial.
Ambos podrán ser buenos oradores, cultos, inteligentes incluso; pueden exponer ideas razonadas, rigurosas, documentadas; quizás digan verdades como templos, irrebatibles… Pero su discurso no es importante, no importa en cuanto que la exterioridad física visible es quien manda, da premios o condena a los infiernos: es el decoro. El señor presentador del candidato lo tiene claro. Y nuestra lengua también: “guardar el decoro” significa ‘Comportarse con arreglo a la propia condición social’.

Pero vemos y oímos en el Congreso a señorías emperchadas desde las uñas de los ñames hasta las cocorotas que o no se comportan según su elevada condición social o, al contrario, esta es de dudoso origen. Aparentan ser personas salidas de contubernios entre bodegones medievales, barriobajeros, piratescos y viviendas okupadas por voceros no precisamente refinados. Y aunque malsonancias estéticas (“¡imbécil, gilipollas, matón, ladrón, carcelero, cobarde, corrupto, indigno, marrano, miserable, sinvergüenza, a la mierda, joder, personaje [Sánchez] sin escrúpulos…!”) son voces propias del ser humano ante emputes, cabreos y alteraciones; no parecen de seres humanos investidos con la condición de señorías mientras ejercen como tales en sesiones parlamentarias. (Lingüísticamente viene a ser algo así como mear / miccionar, cagar / defecar, parir / alumbrar, jeder como un bufo / atufar cual ventisca estomacal…)


Tampoco supe ubicar en su condición social al señor Hernando (PP) cuando salió disparatado hacia el señor Rubalcaba mientras vociferaba "¡Eso no me lo dices a la cara!" (solo le faltó “¡vamos a la calle, cachocabrón!”). O cuando una diputada voxiana con diseño de Coco Chanel, Yves Saint Laurent o Christian Dior, acompasada por el suave susurro de las abejas de Garcilaso y los claros clarines rubenianos le espetó a la señora Montero una filosófica sentencia: “El único mérito que tiene usted es haber estudiado en profundidad a Pablo Iglesias”. (Por cierto: si aquella señoría está emparejada, ¿no tiene “estudiada” a su compaña? ¡Vemeríapurísima!)

2. El profesor Tamames fue la esperanza frustrada. Si ayer admirado, hoy sombra de sí mismo, triste reminiscencia de quien revolucionó las aulas universitarias desde su magistral (1960) Estructura económica de España, libro conocido como “El Tamames”. Supe de él en mis años universitarios laguneros, pues lo manejaban los alumnos de la especialidad de Geografía e Historia como fundamental para conocer el entramado económico del país. Era “la biblia”, la voz de la sabiduría. Pero egos, endiosamientos, obsesión de protagonismo y una evolución ideológica absolutamente respetable lo hicieron caer en la trampa como candidato de la extremaderecha: entró el señor Tamames al Congreso entre aplausos de unos pocos, el silencio de otros tantos y la decepción de muchos, muchos más.

Quienes lo habíamos venerado y respetado a pesar de sus vaivenes jamás borraremos de nuestras mentes la fotografía: su compaña, prietas las filas, la formaban señorías acaso más identificadas con tiempos pasados, cuando encarcelaron al propio candidato (1956) por su protagonismo en la reclamada democratización de la Universidad española. (Significó también la destitución del ministro de Educación y del rector de la Complutense.)


La palabra “esperpento” (‘deformación grotesca de la realidad’; Luces de bohemia, obra teatral valleinclanesca) fue la más usada por sus señorías en las réplicas y por variadísimos periodistas para calificar su intervención, pues el señor Tamames había pretendido recuperar glorias pasadas cuando entró al Congreso. Tarde se dio cuenta de que los tiempos cambian todo: aulas magnas o paraninfos llenos de universitarios ansiosos de palabras magistrales también forman parte de épocas caducadas.
(Recordé esos días una película viscontiana, La caduta degli dei, ‘La caída de los dioses’. Genialidad.)

* Gracias a Nicolás Guerra Aguiar

