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domingo, 28 de abril de 2024 00:36h.

De bomberos y pastores: lo urgente y lo importante - por Jaime Izquierdo Vallina (2019)

 

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Federico Aguilera Klink y Chema Tante recomiendan este texto, lúcido e interesante, de Izquierdo Vallina, de 2019, cuyo contenido, por desgracia, parece congelado en el tiempo. Pasan los años, los incendios se suceden, marcando trágicamente la realidad, pero la actitud gubernamental y empresarial no cambia. Canarias mantiene su suicida criterio de la agricultura de puertos, importando casi todo lo que come la gente y el turismo, mientras permanece de espaldas al sector primario y a la explotación racional, inteligente y previsora, de sus zonas forestales. Gobierno y empresas siguen en la "resignación" de apagar incendios de unos bosques de los que no se acuerdan más que cuando se les mete la candela. En esos momentos vienen las lamentaciones y el crujir de dientes, hasta que se apaga la fogalera.. y hasta la próxima, Son las lágrimas de cocodrilo de unas personas que permiten la construcción en suelo rústico, que  priorizan un circuito del motor con fondos públicos a la prevención de incendios

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De bomberos y pastores: lo urgente y lo importante

Jaime Izquierdo (2019)

 Publicado en La Provincia el 14 de de septiembre de 2019

El incendio de Gran Canaria ha vuelvo a meternos el corazón en un puño. La zozobra no desapareció cuando se  terminó la pesadilla porque la extinción, siendo cierta, es incompleta. El alivio del final del incendio no consiguió apagar, al menos en mi caso, el desasosiego que sigue ahí clavado en el alma como una brasa latente. En los últimos años hemos visto quemar demasiados montes como para pensar que este sea el último. La falta de soluciones estructurales y estructuradas para hacer frente a los grandes incendios nos hacen mirar para el monteverde que esta vez se ha librado con preocupación e inquietud: ¿será este hermoso monte el siguiente? ¿Cuándo le tocará?

Por eso hace años que no miro al monte con franqueza, disfrutando de sus encantos sin más trasfondo, sin preocupación. Ahora lo miro con intranquilidad, con una extraña sensación de tragedia en ciernes. Los montes —y las tierras de medianía desmanteladas que ahora les hacen de mecha— ajenos a la mano del hombre que en un tiempo no muy lejano los trasegó con ganados, recogiendo leña y pinocha, organizando carboneras, entresacas y aclarados, están ahora quietos, parados, vulnerables a la primera chispa. El abandono de las actividades tradicionales y su relación con el incremento de materia combustible en el monte está fuera de toda duda. Por eso la solución no está en la extinción, sino en la prevención, como se ha dicho miles de veces. Ante un incendio, lo urgente es apagarlo, y para eso están los bomberos, es cierto; pero lo importante de verdad sería prevenirlo, y para eso hacen falta pastores, agricultores, carboneros... 

El diagnóstico está también hecho: es más inteligente convertir la «energía verde» del monte en proteína o calor que resignarse con apagar incendios. Además, los suelos bien pastoreados retienen más CO2, se hacen más ricos y actúan como mitigadores del cambio climático. 

La desaparición de los oficios de la tierra es una constante que se repite tanto en las islas como en la península. En lo que respecta al pastoreo el principal escollo radica en la falta de una nueva organización de la actividad que sustituya a los últimos pastores. El problema más que de «relevo generacional», que también como recurrentemente se reitera en los análisis que intentan explicar su decadencia, es de «relevo organizacional», es decir, de ausencia de un sistema de organización del pastoreo extensivo que sustituya, o complemente, al vigente, renqueante y escaso, sistema de pastoreo familiar.

La extinción del pastoreo extensivo responde a una concatenación de causas que lo han situado fuera de los oficios y profesiones de interés. Los costes de transacción del pastoreo —mucho tiempo de dedicación, jornadas muy largas, no deja tiempo libre, esfuerzo físico continuado, escasa rentabilidad económica, numerosas contingencias negativas para el ganado, etcétera— son altísimos y repercuten directamente sobre el pastor, su familia, su autoestima y su bienestar. Por el contrario, los beneficios ecológicos para el territorio de su actividad son muchos y muy apreciables y los disfruta la sociedad en general —paisajes de pastizales en mosaico y abiertos, caminos y senderos limpios, agroecosistemas más entretenidos, quesos y carnes de alta calidad, etcétera— pero no son retribuidos, ni reconocidos. 

La idea sobre la que convendría trabajar es en la creación de rebaños corporativos de titularidad pública, vecinal o asociativa, con respaldo económico que se hiciera cargo de los costes de transacción y permitirían que los pastores fuesen reconocidos como profesionales con derechos laborales, retribuciones y descansos similares a oficios como el de jardinero o bombero. En realidad, un pastor es un «gestor cultural del paisaje» y un «edafoterapeuta». Reconozcamos su valía e incorporemos su saber hacer profesional a la gestión del campo.

La verdadera innovación con el pastoreo sería, por tanto, ensayar esas nuevas fórmulas de rebaños corporativos bien dirigidos y operando en los montes abandonados y huérfanos de pastores y pastos. Para organizar los nuevos rebaños tenemos que poner el pensamiento lateral al servicio de la innovación. No podemos quedarnos en el lamento y en echarlos en falta porque los pastores, tal como los conocimos en el pasado, no van a volver y los pocos que quedan no son suficientes. 

Espero que algún día, a no mucho tardar, la sociedad urbana y sus instituciones de gobierno interioricen la idea de que es mejor, más rentable y más beneficioso para la conservación de la naturaleza, y de paso la agroalimentación local de calidad, invertir en sistemas organizados de silvopastoreo y manejo del monte en lugar de fiarlo todo a incrementar las dotaciones y los medios técnicos de los parques de bomberos. Creo que hay que invertir en el diseño de rebaños bien organizados de ovejas y cabras del país y en nuevas organizaciones y visiones del pastoreo, porque  seguir haciéndolo solamente en hidroaviones no atiende lo importante y se queda solo en lo urgente.

 

Un buen equipo profesional de pastores haciendo silvopastoreo y encargándose de la gestión agroecológica de un monte es tan necesario como un buen equipo médico, un buen plantel de maestros en una escuela o un buen servicio de jardinería urbana. La rehabilitación funcional del pastoreo no responde a una reclamación nostálgica sino a una reclamación innovadora que resitúe el oficio en el futuro como una profesión prestigiosa y de reconocido interés público. Ese día habremos logrado que un oficio que nos acompaña desde el inicio de la Revolución Neolítica y estuvo al borde de la extinción, remonte el vuelo y se integre plenamente en la sociedad rural posindustrial.

 

Me consta el interés del Cabildo de Gran Canaria en este asunto y en esta perspectiva, como también el de la cámara municipal de Funchal en Madeira, pues allí coincidimos hace un par de años en unas jornadas para reivindicar un pastoreo de conservación en las dos islas. Soy consciente de las dificultades que ello entraña pero creo que la solución se encuentra en una actualizada revisión de los oficios de las medianías del monte, para recuperar recursos agroalimentarios, energéticos y paisajes evitando con ello tanto riesgo, tanto desasosiego y tanto incendio. No será fácil pero entre todos los que creemos en esta vía tenemos que encontrar una fórmula viable, económicamente soportable, ecológicamente aceptable y socialmente admitida.     

* Publicado originalmente en LA PROVINCIA en 2019. La casa de mi tía republica con permiso del autor y la colaboración de Federico Aguilera Klink

https://www.laprovincia.es/gran-canaria/2019/09/14/bomberos-pastores-9250156.html

JAIME IZQUIERDO VALLINA
JAIME IZQUIERDO VALLINA
la provincia
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