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jueves, 25 de abril de 2024 00:27h.

La fatua contra Salman Rushdi no fue por ‘Los Versículos Satánicos’ - por Nazanín Armanian

 

FR NZ ARMN

 

 

 

La fatua contra Salman Rushdi no fue por ‘Los Versículos Satánicos’ - por Nazanín Armanian *

 

SALMAN RUSDIE

 

¿Qué ideología lleva a una persona a mandar a muerte a un escritor, y más si es un ciudadano extranjero y está a miles de kilómetros y no le representa ninguna amenaza, y más si le acusa de blasfemia sin haber leído sus libros, para empezar, porque están en lenguas que desconoce?

Uno de los rasgos de los dirigentes de la República Islámica (RI) es identificarse con el islam (religión nacida para guiar a los árabes, como afirma el propio Corán), y no con Irán, su cultura y literatura, a las que detesta por cuestionar, desde hace milenios, a los autodenominados "representantes de Dios en la tierra" y blasfemar sobre lo que ellos cuentan de ésta y la "otra vida". Es imposible encontrar un libro relevante de la literatura persa que no se haya mofado de los mullas, presentándoles como pandilla de hipócritas y timadores que viven del cuento, se aprovechan de los miedos y manipulan las emociones de los más ingenuos, anulándoles la razón en el nombre del Todopoderoso para banalizar la crueldad  a beneficio propio. Poesías de Omar Jayyam (s. X), Hafez  (s. XIV), Eshghi o Ghazvini (s. XIX) advierten de la falta absoluta de moralidad y ética entre la mayoría de los hombres y mujeres que se ocultan bajo la sotana:

Un beato le dijo cierta vez a una hetaira:
"En los brazos de todos, te abandonas borracha".
"Oh beato: es verdad lo que tu boca dice,
¿pero acaso eres tú igual que te declaras?"

Cierto, los libros que publican los propios ayatolás ("encíclicas"), así como sus sermones televisivos, además de relatos infantiles sobre las complejas cuestiones de la vida y del universo, están tan centrados en el sexo y la sexualidad más perversa, que ruborizan hasta a los adultos más liberales. Por lo que, los iraníes no comprendían por qué el ayatolá Jomeini mandaba a matar a un escritor indio-británico en la otra punta del planeta por decir algo que no era ninguna novedad, y para más inri, en vez de prometer el Cielo a los aspirantes a asesino, les tentaba con varios millones en billetes verdes emitidos por la Reserva Federal del mismísimo Gran Satán. Tampoco entendían por qué el mundo ponía el grito al cielo por la condena al señor Rushdi, mientras guardaba silencio cuando los tribunales de la inquisición de la RI emitían la orden de arresto, tortura y ejecución contra los escritores del propio Irán, y organizaban hogueras con libros y manuscritos. Hasta hoy, al menos 33 escritores y poetas iraníes han sido asesinados  por la extrema derecha islamista, acusados de aburridas etiquetas de "espía de Israel", "agente de la URSS" o "enemigo de Dios".  Abutorab Bagherzadeh, escritor perteneciente del Partido comunista de Tudeh, que pasó nada menos que 25 años en las cárceles del Sha-, desde el golpe de Estado de la CIA y la Operación Ajax de "limpiar Irán de comunistas" en 1953 hasta la caída del dictador-, fue ejecutado por Jomeini, al igual que Said Soltanpur, poeta marxista, secuestrado en su boda para ser llevado directamente a la horca. En 1978, la misión de la RI, de los "yihadistas" afganos y de los ultracatólicos polacos representados por Lech Walesa fue arrancar de raíz a la poderosa izquierda en las fronteras de la Unión Soviética, rodeándola del fascismo religioso, fuerza política que desde entonces se ha convertido en la principal protagonista del escenario político de Oriente Próximo, desde Irán, hasta Afganistán, pasando por Irak, Turquía e Israel.

Versículos satánicos, una 'cortina de humo divina'

Como todos los hechos que marcan la historia, no se entendería "El escándalo Rushdi", fuera de su contexto:

Carteles con los retratos del fallecido líder iraní, el ayatolá Ruhollah Khomeini, del líder supremo de Irán, el ayatolá Ali Khamenei, y del líder libanés de Hezbolá, Sayyed Hassan Nasrallah, en la ciudad de Yaroun, sur del Líbano. REUTERS/Issam Abdallah

Carteles con los retratos del fallecido líder iraní, el ayatolá Ruhollah Khomeini, del líder supremo de Irán, el ayatolá Ali Khamenei, y del líder libanés de Hezbolá, Sayyed Hassan Nasrallah, en la ciudad de Yaroun, sur del Líbano. REUTERS/Issam Abdallah

Febrero de 1978: el clérigo, salido de las madrazas ancladas en los siglos pasados, es colocado en el poder por Jimmy Carter y Valéry Giscard d’Estaing, el presidente francés que convirtió a  Jomeini, un clérigo prácticamente desconocido para la mayoría de los iraníes, en el líder de la revolución "islámica", enviándole a cientos de periodistas y cámaras de la televisión. El objetivo no era otro que abortar, en el estratégico Irán, la última revolución del siglo XX, impidiendo la influencia de las fuerzas de izquierda y de la Unión Soviética en el nuevo régimen.

De repente, los "talabés" «seminaristas» (de allí el término Talibán), enemigos de la modernidad (¡no de móviles y armas de últimas generaciones!), de las libertades políticas, sociales, los derechos de la clase obrera y de las mujeres, cuentan con un inmenso poder, pero para  ejercerlo sólo conocen los manuales "sagrados" de gestión de pequeñas y simples comunidades religiosas, que no un enorme, complejo y multiétnico Irán que en 1905 protagonizó la Revolución Constitucional, la primera en Asia, para separar la religión del poder, e instalar un parlamento que pusiera las primeras piedras de un Estado de Derecho. Por lo que, se pusieron a cambiar la realidad para adaptarla a su imaginario: impusieron la vestimenta, hasta los colores usados por los pueblos abrahámicos a los iraníes persas, kurdos, baluches, etc.; sus alimentos, sus nombres (aún está prohibido Kurosh, Ciro en español, entre otros, en favor del "santoral islámico"), y vivir bajo las leyes de hace 1400 años, incluidas la Talión, Lapidación y el lanzamiento de los gays de los edificios altos al vacío. El precio de pretender hacer milagro y resucitar el pasado es un brutal choque con la sociedad iraní (y con el mundo) que llevará a la RI a desatar una inaudita represión en la versión medieval.

El choque cultural entre el poder y la sociedad es tal que, semanas antes de pedir la cabeza de Rushdi, una mujer iraní es condenada a muerte por Jomeini al responder en una entrevista radiofónica a la pregunta de "¿quién es su modelo de mujer?", en vez de nombrar a Fatima la hija del profeta Mahoma, dijo que admiraba a Oshin, la protagonista de una serie japonesa, que desafiaba las estructuras carcomidas del patriarcado rancio del país asiático.

Así, las cárceles se multiplican y se llenan, mientras a las grúas se les asigna una nueva función: colgar desde su punto más elevado a los iraníes rebeldes - por beber, amar, pensar sin permiso-, y en las plazas públicas, para que hacer la pedagogía del terror.

Septiembre de 1980: Irak, incitado por EEUU, invade Irán. La doctrina de "Doble contención" pretende impedir el desarrollo militar, política, económica y social tanto de Irán como de Irak, para convertir a Israel en la única potencia de la región. Que EEUU alargara la guerra durante ocho años era solo para dar de comer a las compañías armamentísticas. Que lo hiciera Jomeini por ser "una bendición divina", como afirmó, rechazando las propuestas de paz de Saddam, tenía el objetivo de consolidar su poder, deshacerse de los rivales (muyahedines del pueblo, los islamistas liberales y reformistas) y aplastar a sus opositores de la derecha y de la izquierda: estableció un sistema totalitario con elementos prestados del franquismo y el fascismo italiano, colocando a los tribunales de la inquisición en el centro de su poder. Los iraníes, sobre la marcha, se darán cuenta de que el clero chiita había hecho uso del recurso llamado ketman «disimulo» que permite mentir al fiel para salvarse de una situación embarazosa. Dejaron de hablar de los "desheredados" versus  "ricos", para poner a los "musulmanes" frente a los "cristianos",  "judíos" y "ateos".  Ahora que la sociedad se negaba a "islamizarse" por la buenas, se lo harían recurriendo a latigazos.

"Ellos tenían el Libro Sagrado y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: "Cierren los ojos y recen", Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros el Libro Sagrado",  lo resumen el siempre genial Eduardo Galeano.

Agosto de 1988: Sadam Husein y Jomeini se quedaron sin jóvenes y niños para mandar al matadero de la guerra, y tuvieron que firmar la Resolución 598 del Consejo de Seguridad para poner fin a la contienda, y regresar a las fronteras de 1980. Jomeini lo comparó con "tomar una copa de veneno". De los cerca de un millón de muertos en la guerra, ninguno era hijos de Saddam ni de Jomeini. En Irán, las protestas se desataron: ¿Cómo es que un país, cuatro veces más grande que Irak, haya perdido la guerra? Tanta destrucción y muerte ¿para nada? A estas alturas, los iraníes, sobre todo las mujeres y la clase obrera, se dan cuenta de que con la RI no sólo no consiguieron el derecho de una vida decente en un país empapado de Oro Negro, sino que habían perdido de forma dramática, todo lo conquistado durante un siglo de lucha. Protestas parecidas también suceden a Irak. Por lo que Saddam decide aleccionar a los iraquíes: ataca con armas químicas a los kurdos en marzo de 1988, matando a cerca de 5.000 ciudadanos.

Julio y agosto de 1988: Jomeini ordena la ejecución de cerca de 5.000 presos políticos, de todos los grupos. La masacre es de tal brutalidad y dimensión que el ayatolá Montazeri, designado por Jomeini como su sucesor, y el representante de lo más parecido a una teología islámica de Liberación, repudia al régimen: "Es el peor crimen cometido por la RI", reconoce. Es cesado y condenado en arresto domiciliario hasta su muerte en 2009. Las imágenes de las fosas comunes del descampado de Javaran de Teherán, sacadas de forma clandestina, llegan a la prensa extranjera: ¡Horror! Era la tercera ola de ejecuciones. La segunda fue en 1981 en Kurdistán y Turkman Sahra, y la segunda en primavera de 1983, en todo el país. Uno de los "jueces" del llamado Comité de la Muerte de Teherán de aquella masacre es el actual presidente de la RI, Ebrahim Raisi. Los exiliados iranies piden que sea arrestado una vez que acuda a Nueva York para participar en la Asamblea de la ONU, y ser juzgado en un tribunal internacional, por sus crímenes contra la humanidad.

¡Y por fin, la Fatua!

Es en este contexto cuando la RI decide crear una crisis internacional para desviar la atención de la masacre que acaba de cometer: Salman Rushdi es su chivo expiatorio.

Rushdie, cuyo apellido fue adoptado por su padre Anis, un intelectual graduado en Cambridge, en homenaje al filósofo y médico Ibn Rushd (Córdoba, 1126–Marruecos 1198), conocido en España como Averroes, ha sido un activista de izquierdas, simpatizante de la revolución sandinistas y defensor de los derechos de los negros y otras minorías. Tras la orden de Jomeini, tuvo que ser protegido por los servicios de inteligencia, y crearse un seudónimo: "José Antón", una combinación de los nombres del sacerdote cubano José Conrado y del escritor ruso Antón Chéjov.

Es posible que, en los años noventa y con el gobierno del reformista Mohamamad Jatami, la RI hubiese prometido al Reino Unido de que no ejecutaría aquella fatua: por lo que Rushdi relajó su seguridad y empezó a aparecer en público. Sin embargo, hoy son los ultras los que dominan el poder en Teherán. Además, al no anular aquel edicto, sino congelarlo, la RI mantenía viva la tentación de recibir cuatro millones de dólares a los cazafortunas.

El 12 de agosto de 2022, un hombre de origen libanés, simpatizantes de la RI (según la prensa) apuñaló al escritor indio, anunciando el regreso del temible oscurantismo religioso al escenario internacional, ya en sí inquietantes por otros avatares.

Aun, se desconoce si existe alguna relación entre este atentado y las negociaciones en curso entre EEUU y la RI para un acuerdo nuclear y el regreso de Irán al mercado de energía. Mientras, ¿Cuáles son esos nexos entre la religión y el terror?

* En La casa de mi tía por gentileza de Nazanín Armanian

NAZANIN ARMANIAN RESEÑA
MANCHETA JULIO 22