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jueves, 16 de mayo de 2024 04:08h.

Se impuso la abstención: ¿contra qué? - por Nicolás Guerra Aguiar

En la inmediata votación al Parlamento Europeo hubo -y que me disculpe la señora Cospedal- un claro vencedor: la abstención, la negativa de casi diecinueve millones de ciudadanos a participar del sistema. Y aunque bien es cierto que el PP fue la lista más votada, de treinta y cinco millones de españoles con derecho a voto sólo recibió el apoyo de cuatro millones. Preciso más: de los casi dieciséis millones de votos depositados, el PP recibió una cuarta parte, es decir, uno de cada cuatro.  Añado otro dato: hubo casi trescientos sesenta mil sobres en blanco de personas que no se abstuvieron, pero que tampoco votaron a ningún partido.

Se impuso la abstención: ¿contra qué? - por Nicolás Guerra Aguiar

   En la inmediata votación al Parlamento Europeo hubo -y que me disculpe la señora Cospedal- un claro vencedor: la abstención, la negativa de casi diecinueve millones de ciudadanos a participar del sistema. Y aunque bien es cierto que el PP fue la lista más votada, de treinta y cinco millones de españoles con derecho a voto sólo recibió el apoyo de cuatro millones. Preciso más: de los casi dieciséis millones de votos depositados, el PP recibió una cuarta parte, es decir, uno de cada cuatro.  Añado otro dato: hubo casi trescientos sesenta mil sobres en blanco de personas que no se abstuvieron, pero que tampoco votaron a ningún partido.

   Por tanto, el PP venció porque fue el más votado, aunque fue rechazado (que no significa despreciado) por doce millones sobre dieciséis millones  de votantes.  No obstante, y como no era necesaria la mayoría absoluta cual si se tratara de elegir presidente del Gobierno en el Congreso de los Diputados, desde esa muy limitada perspectiva ganó el Partido Popular, a quien felicito, pues sigue siendo la opción política preferida. Pero hay victorias amargas.

   En segundo lugar otro perdedor, el PSOE, a solo tres escaños de la unión Izquierda Plural – Podemos, grupo el segundo que solo tiene cuatro meses de vida. Lamento reiterarlo, pero me perpleja absolutamente que las inteligencias coordinadoras de los psocialistas no forzaran, años ha, la salida del señor Rubalcaba. Este hombre inteligente, agudo, hábil y buen orador, lastre de una época a veces oscurantista (con grandes avances sociales, sin duda), pesó como una losa funeraria sobre un partido en retroceso.

   De tal debacle psoclalista –que lamento, pues hay socialistas del PSOE de rigurosos principios morales- son corresponsables todos aquellos que hoy aplauden la retirada del señor Rubalcaba, todos aquellos que glorificaron hace años su designación y, poco después, su victoria sobre la  señora Chacón. Y él se va, y al fin su última decisión no hará daño al partido, corroído por la presencia de señoritos y vividores: dará la voz y el voto a sus militantes para la celebración de primarias con el fin de que renueven, en serena revolución, las conservadoras estructuras del partido-Gobierno que le dio la espalda a decenas de Pablos Iglesias y lanzó a los antidisturbios contra el 15 – M (el señor Rubalcaba era ministro del Interior en agosto de 2011). Será una consulta previa no vinculante jurídicamente, pero sí políticamente.

   Decía al principio que venció la abstención en estas elecciones. Y si vencer significa ‘rendir al enemigo, competidor o adversario’,  quizás no sea esta la voz que refleja las voluntades  en cuanto que no hubo intención de hacer rendir a nadie, de obligar a entregarse al vencedor. Y si fue una victoria, esta resultó agria y demoledora pues traduce el hastío de millones de ilusiones. De haber habido anhelos, esperanzas, confianzas, seguramente la abstención hubiera sido menor, aunque bien es cierto que nunca las convocatorias a las europeas fueron apasionamientos, delirios o arrebatos para los españoles. Todo, quizás,  reminiscencias de la historia española que tantas picas puso en Flandes. O, acaso, producto de una cuestión cultural, cuando no de consideraciones negativas sobre el impactante encarecimiento que significó la entrada en la moneda europea. O, tal vez, que de Europa no se habló en la campaña.

Aun así tengo la impresión de que estas elecciones del domingo fueron más, mucho más que unos sufragios europeos: era la primera vez que el Gobierno se enfrentaba a un examen de Reválida presidido por un tribunal al que no podía controlar, aconsejar o nombrar a través del Boletín Oficial, el pueblo, con ansias de manifestar su disconformidad. Se examinaba con antecedentes que habían impactado en la opinión pública: políticas contrarias al Programa electoral de 2011; milmillonarias inversiones de dinero público en la banca; “flejes” de supuestas corruptelas; indultos que flagelan el sentido ético; catolización casi obsesivamente inquisitorial de la sociedad;  bloqueo a las investigaciones científicas; decenas de miles de  jóvenes sin porvenir; aniquilación de la clase media  y, en fin, merma de servicios sociales; de la sanidad pública; de la enseñanza oficial…, a lo que se suma la multimillonaria lista de parados. Y a su favor –la inmensa mayoría de los españoles no la tuvo en cuenta- esgrimió el partido “la recuperación económica”. (Que, dicho sea de paso, el señor obispo de Canarias la acepta en las macroestructuras, pero no la ve en la realidad social de un pueblo angustiado. Mi respeto, sí, al señor Cases Andréu, única voz en el silencio eclesial.)

   Y el pueblo reaccionó en parte. Y, a pesar de todo, mantuvo los liderazgos del PP y del PSOE aunque con pronunciados descensos: dieciséis millones de españoles depositaron sus votos en amplia dispersión. Por tanto, y a pesar de las sospechas confirmadas y de la desviación del voto, la abstención superó en tres millones a los votantes. 

   Me preguntaba un compañero de vestuario la misma mañana del lunes mi opinión sobre si el voto debe ser obligatorio. Le contesté que no, pues un sistema de libertades no puede forzar a un ciudadano al voto en cuanto que tal  exigencia va en contra de su autonomía, más en un caso en que no perjudica a nadie con la abstención. Él me puso el ejemplo de Paraguay, pero en Europa también es obligatorio en cinco países.

    No obstante, me parece que lo fundamental es otra cuestión, como en este caso: ¿por qué  diecinueve millones de españoles no ejercieron su derecho al voto? Si no estaban de acuerdo con ningún partido o grupo, ¿por qué no lo hicieron en blanco? Por muchas razones, claro; pero tengo la sospecha de que en una parte de la población se ha generalizado la idea –muy muy peligrosa- de que todos los partidos son iguales, de que nadie se salva de la corrupción, de que todo está degenerado.

    Si el voto fuera obligatorio, nada sabríamos de diecinueve millones de no votantes.