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jueves, 28 de marzo de 2024 09:57h.

La nación es un ente vivo y evolutivo con afianzadas raíces - por Isidro Santana León

Sigo con mi disertación sobre el fundamento de la nación exponiendo que sus elementos no son estáticos, sino que se fortalecen de otras aportaciones que no alteran su esencia sino que la hacen evolucionar.
La nación es un ente vivo y evolutivo con afianzadas raíces - por Isidro Santana León
 
Sigo con mi disertación sobre el fundamento de la nación exponiendo que sus elementos no son estáticos, sino que se fortalecen de otras aportaciones que no alteran su esencia sino que la hacen evolucionar.

La nación canaria se forja en un principio de forma insular, dadas las características de su geografía, haciéndolo más tarde en un plano general: archipielágico. La inclusión antropológica –tribal y cultural– es la que ha ido conformando nuestra nación. La llegada de grupos humanos procedentes del norte de África, en diferentes épocas y de diferentes lugares, aunque con unas raíces y denominador cultural común, se fueron instalando en las islas, que se sepa, sin hostilidad alguna por parte de los anteriormente asentados, tal vez por esa identificación primitiva.

Una de las fuentes que en su momento consulté y que tiran al suelo toda la patraña colonialista española fue “Magos, Maúros, Mahoreros o Amazigh”, del ilustre Hupalupa (Hermógenes Afonso), Las “ROA” (Revista del Oeste de África), “El Árbol de la Nación Canaria”… Tengo conocimiento –que me perdonen sus autores o autor por no acordarme del título ni haberlo podido consultar– de que hay una reciente publicación relacionada con el tema y que precisa, más y mejor que yo, los orígenes de los primeros pobladores de las Islas Canarias y las épocas.

Creo entender que, sobre el siglo VI a.C, los cartagineses habían sometido a las tribus libias, anexionando a las colonias fenicias para controlar la costa norte de África, desde el Atlántico hasta el oeste de Egipto, existiendo la gran posibilidad de que los amazigh libios rebeldes fueran deportados y confinados en las islas, produciéndose así el primer poblamiento de ellas. Todo indica que vuelven a realizar la misma operación, durante y finalizada la tercera Guerra Púnica, con las tribus del oeste de Numidia –entonces como fuga, pues éstas lucharon del lado de Cartago contra Roma– y que, más tarde, cuando el imperio romano, triunfante de las guerras púnicas, delimita la región de la Mauritania (su raíz etimológica es maúro, moro, amazigh –hombre libre–), nombra gobernador de la región a Juba II, también amazigh,  quien va haciendo deportaciones de “bárbaros” (como llamaba el imperio a los insumisos –bereberes, por metátesis–, amazigh, término del habla tamazight), método que posiblemente duraría hasta la caída del imperio. Las islas van tomando el nombre de las tribus que se van asentando en cada una de ellas y que, sólo en algunas, el colonialismo español ha logrado alterar su toponimia, tergiversándola o inventando mitos. Todos los estudios de campo hechos en el archipiélago y en el norte del continente africano, constatan una cultura común para los amazigh isleños y continentales, con sus lógicos cambios debido al aislamiento.

De igual modo, lo afirman las comparaciones anatómicas de los cráneos, también investigados y, sobre todo, los estudios y análisis científicos del ADN de los canarios, que nos identifican con nuestros parientes norteafricanos y que confirma la pervivencia primitiva en la población actual de Canarias en un alto porcentaje. La nación canaria ha venido configurándose desde tiempos inmemoriales, como dije, sin que pierda su raíz. Nunca se altera la nación, sino cuando se le imponen costumbres y métodos exógenos, creándole una enfermedad que se llama xenofobia: como si los anticuerpos no reconocieran el agente externo y lo rechazara.

Pero la nación no repulsa ningún elemento externo que acepta y se adapta a su idiosincrasia, sino que lo acoge como un nutriente beneficioso. La nación, análogo al organismo humano, se puede engañar con sucedáneos o placebos, pero más temprano que tarde reaccionará exigiendo las sustancias que precisa para subsistir.

Por eso, es parte de la nación, no sólo quien nace en ella sino quien se integra, acepta su idiosincrasia y participa de ella sin forzar su transformación. Hay quien nace dentro de la nación y se convierte en célula cancerígena que trata de pudrirla y matarla: todo es parte del proceso de la vida. No obstante, adquirir la nacionalidad no es un simple trámite burocrático, sino una decisión afectiva y moral que arraiga el sentido de pertenencia. El estado es el instrumento posible para que una nación y su esencia cultural no sean perjudicadas, quien cuenta con potestad para regular y velar por el equilibrio de la misma, evitando que ésta se diluya.

La inclusión de humanos de otras culturas en nuestra nación, aportan complementariedad y beneficio, si se posee la herramienta estado, pues, como mecanismo regulador del equilibrio entre la comunidad y el medio, salvaguarda los derechos de ambos. Por el contrario, cuando la nación está bajo estatus colonial –caso de Canarias con respecto de España– la metrópoli, apropiándose ilegítima e ilegalmente la tutoría de la colonia, administrándola como si parte de su estado fuera, le impone, contra el deseo de sus moradores, desproporcionadas cargas demográficas, insoportables por nuestra limitación geográfica, degradación del territorio, asimilación de lo foráneo y extinción de lo propio, conflictividad, desestructuración… violando, flagrante y sistemáticamente, los derechos del hombre y de su colectividad.

Lo peor de todo, la gran hipocresía que hace revolver las tripas, es que toda esta práctica antihumana la hacen en nombre de la democracia: de su democracia de mierda. A pesar de las innumerables tropelías con que el colonialismo español ha querido mutilar a nuestra nación, y por muchos métodos etnocidas que haya ejecutado, como la extinción de nuestra lengua, por la prohibición y persecución que de su uso hicieron, la nación canaria existe. Los anhelos aniquiladores del colonialismo español no han podido con nuestra esencia, pues, de forma subrepticia, por transmisión oral, ha llegado hasta el presente la toponimia, los ritos, la curandería, la cerámica, los deportes y juegos autóctonos, la fonética y un sin fin de particularidades que nos hacen diferentes –que no mejores ni peores– a otras naciones, acervo que nos enriquece y nos hace distinguir como pueblo, y al mundo y a la universalidad como complemento. Incluso, aspectos que se dan por extinguidos como la lengua, pueden recuperarse, así como regenerar otros elementos identitarios, hoy en el olvido, porque tenemos de referencia la Tamazgha: las naciones amazigh del continente.

Ni el catolicismo ni el islamismo, baluartes del poder expansionista y desculturizador, pueden extirparnos el alma, porque ésta existe hasta en la mirada de un rebelde. Canarias no está conquistada mientras haya una canaria o un canario que reclame su independencia. En estos momentos históricos de escatología mental, donde el futbol es la base fundamental del desarrollo intelectual, se hace más necesario que nunca hablar de esto.