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viernes, 19 de abril de 2024 00:10h.

Revo-i-lusión - por Rafa Dorta

El movimiento indignado esta ocupando el espacio ideológico que representaban las izquierdas. La masiva protesta en Brasil es análoga al 15-M, a la primavera árabe o a las manifestaciones en Turquía; y aunque su amplio abanico de reivindicaciones no coincida en el tiempo con las que se escucharon en Israel, Grecia o Portugal, en todas existe un claro mensaje de fondo. Y es el creciente rechazo global hacia el modo en el que un poder económico, también percibido como global, establece las reglas del juego en el actual proceso de mundialización.

Revo-i-lusión - por Rafa Dorta

El movimiento indignado esta ocupando el espacio ideológico que representaban las izquierdas. La masiva protesta en Brasil es análoga al 15-M, a la primavera árabe o a las manifestaciones en Turquía; y aunque su amplio abanico de reivindicaciones no coincida en el tiempo con las que se escucharon en Israel, Grecia o Portugal, en todas existe un claro mensaje de fondo. Y es el creciente rechazo global hacia el modo en el que un poder económico, también percibido como global, establece las reglas del juego en el actual proceso de mundialización.

La joven sociedad brasileña está informada y exige un nivel de democracia que atienda a las demandas soberanas de la ciudadanía. Lo que comenzaba como una respuesta airada a la subida de la tarifa del transporte público, ha mutado en un clamor respecto a las grandes inversiones en eventos deportivos cuando todavía queda mucho por hacer en Sanidad y Educación.

Al igual que lo que sucede en España y en otros lugares, en las concentraciones en Brasil se habla de personas y no de marcas políticas. Porque la sensación general es que el mercado se ha adueñado de la política, y ni siquiera los gobernantes más sensibles a los objetivos de justicia social y reparto equitativo de la riqueza, cumplen con las expectativas de una población desengañada. Una población que ya no entiende para qué acude a las urnas a darle su voto a líderes que se acaban descubriendo como meros productos de marketing y, una vez alcanzado el poder, no sirven al pueblo sino a los lobbys financieros que  pagaron sus campañas electorales, a los que compran sus permisos para seguir construyendo burbujas inmobiliarias y a los que alteran el medioambiente esquilmando los recursos naturales, bajo un manto de permisividad cómplice.

El concepto de progreso en Brasil o en China es una imitación del mismo capitalismo salvaje que ha destrozado el bienestar en Europa. La imagen de un responsable de comunicación afirmando rotundamente que no se va a paralizar la Copa Confederaciones de fútbol, sentado ante los micrófonos y las cámaras de los medios, con los logotipos de las empresas patrocinadoras detrás, simboliza hasta qué punto vivimos dominados por la lógica del consumo y por la estética del entretenimiento fugaz. El deporte y la cultura están mercantilizados en un mundo donde se ha interiorizado que las cuotas de felicidad se miden en función del dinero que cuestan.

Si la realidad se ha vuelto liquida -según el sociólogo polaco Zygmunt Bauman- quizás el único atisbo de solidez post-capitalista se halle en el germen de una conciencia colectiva decidida a cambiar este sistema podrido de arriba a abajo, como el generador de una ilusión renovada, en forma de revolución sin violencia gratuita, una revolución ciudadana que se extienda a través de las redes sociales, la Revo-I-lusion.