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miércoles, 15 de mayo de 2024 22:50h.

La izquierda ¿reaccionaria o conservadora - por Domingo Garí

Las acepciones que la RAE da para estos dos términos son las siguientes: para reaccionario “que propende a restablecer lo abolido”; “opuesto a las innovaciones”; “tendencia tradicionalista”. Para conservador “dicho de una persona, de un partido, de un gobierno, etc. Especialmente favorables a la continuidad en las formas de vida colectiva y adversas a los cambios bruscos o radicales”. Cualquiera de las dos definiciones encaja en la izquierda actual a tenor de la exposición siguiente.

La izquierda ¿reaccionaria o conservadora?. Por Domingo Garí

Las acepciones que la RAE da para estos dos términos son las siguientes: para reaccionario “que propende a restablecer lo abolido”; “opuesto a las innovaciones”; “tendencia tradicionalista”. Para conservador “dicho de una persona, de un partido, de un gobierno, etc. Especialmente favorables a la continuidad en las formas de vida colectiva y adversas a los cambios bruscos o radicales”. Cualquiera de las dos definiciones encaja en la izquierda actual a tenor de la exposición siguiente.

Como ven no hay en el título referencia alguna a lo que se supone que fue la cualidad más destacable de la izquierda: su progresismo. Esto no es el resultado de una provocación medida y pensada. Es la constatación de un hecho evidente, tal y como yo veo las cosas. ¿Y qué puede llevar a semejante conclusión? Hay unos cuantos argumentos que pueden aproximarnos a entender esto. Vayamos a ellos.

1.- Si entendemos que la izquierda es sinónimo de progreso y que su acción fue encaminada a garantizar la felicidad de los seres humanos, la izquierda tuvo un proyecto de transformación de la sociedad, e introdujo en ella cambios verdaderamente notables. Desde la revolución francesa en adelante protagonizó hechos de una transcendencia histórica impresionantes. Acabó con la primacía del pensamiento religioso, la sociedad estamental y la naturaleza divina de los reyes. Nos trajo la democracia formal, encumbró a las leyes y al estado por encima de individuos particulares. Impulsó la libertad política y estimuló la cultura, la ciencia y la técnica. Todo ello lo hizo aún en el periodo en que la izquierda la encarnaba la burguesía y los grupos urbanos (artesanos, profesionales, etc.). El periodo que se conoce como generación de los primeros derechos abarcó las revoluciones americanas y francesa (habría que incorporar aquí la revolución inglesa de 1688) e impulsó los derechos civiles (derecho a la vida, a la libertad, a la seguridad, a la propiedad…) y políticos (derecho al voto, a la asociación, a la libertad de prensa...).

2.- La segunda generación de derechos fue protagonizada por nuevos actores sociales, que fueron emergiendo a lo largo del siglo XIX, que encarnaron a los sectores más dinámicos de las sociedades de la época, y que extendieron su sombra y su influencia hasta bien avanzado el siglo XX. Fueron los sindicatos obreros, los partidos socialistas y comunistas, y otras familias nacidas en el seno de las clases obreras industriales, y también de las clases campesinas (sobre todo éstas en las zonas de la periferia capitalista), las que lograron avances sustanciosos en el reparto de la riqueza y en la conquista de derechos sociales y culturales para la mayoría, garantizando condiciones nunca conocidas hasta entonces en el seno de las clases subalternas. En las zonas avanzadas del estado del bienestar aquello se plasmó en derecho a la salud, a la educación, al trabajo, a una vivienda digna, vacaciones pagadas, ocho horas de trabajo, atención a la maternidad, la cogestión patronal-obreros en las fábricas, altísimas prestaciones sociales, impuesto progresivos, un alto grado de igualitarismo y un largo etcétera, que en el estado español, conocemos de oídas.

En toda esa historia el papel de las izquierdas fue determinante y sin su fuerza jamás esas conquistas hubiesen sido posibles. Doblegar el poder del capital y obligar a negociar y renegociar los beneficios del capital, se logró porque amplios contingentes del mundo asalariado compartían un proyecto (reformista en el primer mundo) que fue muy activo y completamente operativo al menos hasta finales de la década de los setenta del siglo pasado. De hecho las revoluciones del 68 y sus secuelas avanzan dos cosas que a primera vista pueden parecer contradictorias. En primer lugar, significan la última gran batalla del obrero de la segunda revolución industrial. Es la última batalla del obrero fordista y con ella pretende asegurar y avanzar en la misma lógica en que lo venían haciendo en las últimas décadas: renegociar las condiciones con el capital y aspirar a nuevas cotas de plusvalía material e inmaterial (aumento de salarios y reducción de las jornadas de trabajo, control sobre los ritmos de producción, extensión de las prestaciones de formación, educativas y sanitarias para los obreros y sus familias, etc.). Pero paralelamente también significan el nacimiento del postfordismo con lo que ello implica de transformación profunda de la formación social. En la base de este gran cambio encontramos el avance vertiginoso de la robótica y la computación, y el cortocircuito del modelo político de la democracia procedimental, su descrédito y la sobredeterminación del capital multinacional (más tarde financiero) sobre los estados y la política al uso de los grandes partidos, y a medio plazo también de los sindicatos. Este gran cambio ha significado que: “el capital ha conseguido, más allá de todo lo que podía preverse, reducir el poder obrero sobre la producción. Ha sabido combinar la gigantesca expansión de los potenciales de producción con la destrucción de la autonomía obrera...Ha hecho crecer a la par el poder técnico del proletariado en su conjunto (del trabajador colectivo) y la impotencia de los proletarios como individuos, equipos y grupos.” (Gorz)

Los obreros que encarnaban la posibilidad de cambiar las relaciones de fuerza en el seno de la fábrica y después en al sociedad, han ido desapareciendo en el proceso que ellos mismos ayudaron a encumbrar. Su aportación con su trabajo autónomo y su buen hacer a lo largo de décadas, perfeccionó la producción hasta el punto que ésta se independizó del trabajador y terminó transformándolo en una pieza alienada del proceso de producción sobre el que ya no tiene ningún control. Hoy un obrero no tiene que ser un orfebre (en sentido figurado) y por ello puede ser sustituido por otro sin que esto altere la producción. “La idea de una clase-sujeto de productores asociados, de una toma revolucionaria del poder, surgió de la prolongación directa de la experiencia de estos obreros. Ya que de hecho, los obreros de oficio ejercían el poder en el seno de la producción. Tenían las destrezas y los conocimientos prácticos insustituibles que les colocaban en el seno de la fábrica, en la cumbre de una jerarquía inversa de la jerarquía social” (Gorz). Como en la actualidad nada de esto es así y la especialización técnica ha destruido el taller autónomo del obrero altamente cualificado, la posibilidad de que esta clase se torne en la clase decisiva es ilusoria. “Para esta masa, la idea de tomar el poder sobre la producción no tiene sentido, al menos no en la fábrica tal cual es. El consejo obrero que era el órgano de esta toma de poder en la época en que la producción estaba en las manos de equipos de obreros técnicamente autónomos, se convierte en un anacronismo en la fábrica gigante con sus departamentos y sus cadenas compartimentadas (y más aún con los procesos de deslocalización). El único poder obrero allí imaginable es un poder de control y de veto: el poder de rechazar algunas condiciones y algunos tipos de trabajo, de definir normas aceptables, y de controlar el respeto de esas normas por parte de la jerarquía patronal...Pero ese poder es negativo y subalterno: se ejerce en el marco de las relaciones de producción capitalistas, sobre un proceso de trabajo definido en su conjunto por la jerarquía patronal.” (Gorz) Este obrero puede ser reemplazado por el ejército de reserva con suma facilidad y más en la sociedad en que el precariado aumenta sin cesar y la ingeniería jurídica del estado se ha puesto al servicio de esta transformación. El sujeto histórico, si es que algunas vez lo fue en el sentido en que el dogmatismo de cierto marxismo, y de los comunistas heredados de Stalin y el stalinismo, lo entendió, ya desapareció de escena, y con él sus herramientas de lucha, al menos en la forma histórica en que fueron pergeñadas en el nacimiento de la segunda revolución industrial. Desapareció la clase y los robots no van a hacer la revolución. Así que el centro del conflicto ya no es la fábrica, la antigua fortaleza obrera de la que hablará Negri. Aquellas heroicas batallas en los astilleros de Euskalduna (1984), que nos impresionaban cuando veíamos las imágenes, (o tantas otras en otros territorios del estado,) comportaron una derrota real y más tarde simbólica enorme. Los astilleros se cerraron ese año y luego en su lugar se construyó el Palacio  de Congresos y de la Música de Euskalduna.

3.- La tercera generación de derechos se ha implementado en estos últimos 40-50 años. Esos derechos son definidos como los de la mujer, la paz, la solidaridad, la justicia, derechos a un medio ambiente limpio, al agua, a la información, a la tecnología, del respeto a las minorías, y a las poblaciones migrantes, etc. Son los derechos que deben llevarnos a un mundo más justo y de mayores repartos, y no sólo en el interior del mundo superdesarrollado, sino en todos los rincones del mundo.

Pero para esta lucha que nos espera los sujetos aún están por definirse, al menos su voluntad y su organización. Es una no-clase (Gorz), en el sentido de clase de Marx, o la multitud (Negri), los precarios (Standing), el pueblo (para los populistas, como por ejemplo en Latinoamérica) (A. Borón, etc.). O son los (todos) sujetos subalternos de la postmodernidad y la postcolonialidad (Spivak). La suma de voluntades subalternas que incorporan a las mujeres, las minorías, los precarios, los campesinos, el proletariado, etc. que se autoorganizan políticamente y luchan por acceder al poder político para desde ahí avanzar en la medida en que se pueda. Sin nada cerrado. Pero el escenario de la lucha es la sociedad en su conjunto y a ella aporta cada uno desde donde mejor le cuadre. Esto no quiere decir que el movimiento obrero no vaya a cumplir ningún papel, pero su papel ahora no es central. El trabajo, siendo un lugar para la luchan no es el centro primordial de la lucha. La expansión de nuevos derechos tiene que darse directamente sobre el escenario de lo social y de lo político y en menor medida en el escenario de lo laboral. La lucha contra el pensamiento productivista se vuelve central por multitud de razones entre las que las medioambientales no son menores. Además de ellas hay que tener en cuenta que: “Los medios de producción no son simplemente maquinarias neutras: las relaciones capitalistas de dominación se inscriben en ellos y se vuelven contra los trabajadores bajo la apariencia de exigencias técnicas inflexibles. 1) O bien, en virtud de una ideología productivista...no se trata entonces de poner en cuestión las fuerzas productivas introducidas por el capitalismo: no se trata sino de gestionarlas y mejorarlas. 2) O bien es reconocido que los medios de producción y una parte importante de la producción misma no se prestan a una apropiación colectiva real y concreta por parte de los proletarios reales. Se trata entonces de cambiar los medios y la estructura de la producción de modo que se conviertan en apropiables colectivamente.” La primera hipótesis es la que defiende la izquierda reaccionaria o conservadora. La segunda debe de ser la de quienes estén convencidos que la primera es ya una vía muerta.

En la sociedad en donde de manera creciente el precariado ocupa un papel cada vez más numeroso, el “viejo” trabajador que sentía su profesión como una seña de identidad individual y colectiva, que mantenía su empleo toda la vida, y que se desenvolvía en roles más o menos autoproducidos, se encuentra relegado de la primera línea del frente. Cuando ya no te identificas con tu trabajo, porque no lo tienes, o porque es cambiable regularmente y no genera sentido de pertenencia, pierdes con ello la conciencia de clase, la idea de pertenencia a una clase, con su orgullo y las formas de reproducción simbólica de la misma. El trabajo es contingente y la clase también. “La clase obrera tradicional no es más que una minoría privilegiada. La mayoría de la población pertenece a ese proletariado postindustrial de los sin-estatuto y de los sin-clase que ocupan precarios empleos de auxiliar, de suplencias, de obreros ocasionales, de interinos, de empleados a tiempo parcial. Para él, el trabajo deja de ser una actividad o incluso una ocupación principal para devenir un tiempo muerto al margen de la vida, en el que se desocupa para ganar algún dinero” (Gorz). Ha desaparecido con ello el interés por el trabajo en cuanto actividad creativa y formativa, para devenir en sólo la forma de ganar un dinero para poder vivir, más bien para ir tirando. Esta es la alienación total del trabajo y del trabajador. A partir de aquí el interés está fuera del ámbito del trabajo y se sitúa en la sociedad.

 

En ese nuevo escenario de lucha lo primordial no es ya trabajar, sino poseer dinero para poder vivir. De ahí la centralidad de la idea de la renta básica para todos, a partir de la cual cada uno pueda construir su propia vida. El punto final de la sociedad industrial-productivista, tanto en su antigua versión socialista, como en la neoliberal: “el neoproletariado no tiene nada que esperar de la sociedad existente ni de su evolución. Esta evolución ha desembocado en hacer el trabajo virtualmente superfluo. No puede ir más allá. No puede dar más ni mejor. La sociedad industrial-productivista no puede perpetuarse a partir de este momento más que dando a la vez más y peor: más destrucciones, más despilfarro, más reparaciones de las destrucciones, más programación de los individuos hasta en la intimidad. El progreso ha llegado a un umbral  pasado el cual cambió de signo.”(Gorz) De ahí surge la necesidad de plantear el ecosocialismo, pero no como forma de desarrollo de un productivismo gestionado por los obreros, sino como una nueva forma de vivir en el mundo. Produciendo menos, trabajando menos, consumiendo lo razonable. Equilibrándonos con el medioambiente, etc. Implementar esto es un desafío para las mayorías, por eso la democracia es el instrumento ideal para lograrlo, incluso con todos los handicaps asociados a ella y con todas sus debilidades. El trabajo político en el seno de la sociedad, de las mayorías sociales, asalariados, precarizados, excluidos es el escenario privilegiado de la lucha política. La tradición clásica socialista siempre puso reparos a la libertad individual, tachándola de pequeño-burguesa, y no viendo en ella posibilidad alguna de construir una nueva sociedad, al contrario que el liberalismo (y el capitalismo) que ha sido capaz de producir la apariencia de la libertad individual en la esfera privada del individuo, sobre todo con la sociedad de consumo. El ecosocialismo debe construir la idea de que la vida comienza fuera del trabajo, por eso aboga por una reducción drástica de las horas de trabajo y un reparto del mismo y del trabajo no remunerado también.

Para el ecosocialismo la política es primordial en el sentido de que debe usar su fuerza para oponerse y limitar el poder del capital, y paralelamente, para oponerse y controlar a la mala política, la que se hace bajo los dictados de aquél. La política ecosocialista debe ser hecha desde abajo, fomentando la implicación y participación. No debe alejarse de los movimientos sociales, en la medida en que estos existan, y debe ayudar a impulsarlos cuando la ocasión lo permita. Debe ser democrática y abierta a nuevas ideas. “En tanto que alternativa política a las imposiciones del capitalismo neoliberal y a la filosofía de la naturaleza interpretativa de la verdad...la política no puede estar basada en fundamentos científicos y racionales, sino únicamente en la interpretación, la historia y el acontecimiento.”(Vattimo y Zabala). Esto quiere decir que no hay programa cerrado, ni el del viejo socialismo ni el keynesiano, que ahora trata de rescatar el antiguo estalinismo una vez que la socialdemocracia giró hacia el neoliberalismo. El ecosocialismo debe ser la política libertaria de la posmodernidad.