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viernes, 19 de abril de 2024 10:24h.

Historia de un represaliado del franquismo – (XII) La vida en pena, en la cárcel de Soria - por Ramón Armando León Rodríguez

Cuando abrieron la puerta de mi celda y me dijeron que ya había cumplido el periodo de sanción, me dio la impresión de que salía en libertad, aunque sabía que iba a pasar a otro tipo de encierro. Caminé despacio hacia lo desconocido. Pensaba, ¿Qué nuevas situaciones me esperan? ¿Con quién y con qué me voy a encontrar? ¿Será mejor o peor que lo anterior? 

Historia de un represaliado del franquismo – (XII) La vida en pena, en la cárcel de Soria - por Ramón Armando León Rodríguez

Cuando abrieron la puerta de mi celda y me dijeron que ya había cumplido el periodo de sanción, me dio la impresión de que salía en libertad, aunque sabía que iba a pasar a otro tipo de encierro. Caminé despacio hacia lo desconocido. Pensaba, ¿Qué nuevas situaciones me esperan? ¿Con quién y con qué me voy a encontrar? ¿Será mejor o peor que lo anterior?

Andaba yo en mis reflexiones cuando llegué a la nave-dormitorio, era bastante grande, tenía aproximadamente ciento veinte metros de fondo por veinte de ancho, las camas estaban alineadas a izquierda y derecha con un pasillo central. En un abrir y cerrar de ojos, el recinto se llenó de compañeros, había vascos, catalanes, valencianos, asturianos, andaluces y madrileños.

La mayoría de los presos políticos eran comunistas, pero también había anarquistas, miembros de “País Vasco y Libertad” y un socialista. Allí me encontré con algunos camaradas que había perdido de vista en la larga trayectoria de idas y venidas por las prisiones, entre ellos estaban Manuel Vizcaíno Reyes y también Juan Quesada Cruz, ex-trabajador portuario, actualmente fallecido, del puerto de Las Palmas de Gran Canaria, era buen hombre y buen compañero, pero bastante enfadadizo y a menudo tenía sus pequeñas trifulcas con algunos camaradas, que siempre terminaban con un apretón de manos.

Como comentaba anteriormente, ésta era una prisión de prisiones, estaba dividida en grupos, grupo A, B, y C, con sus correspondientes patios, de tal forma que no nos podíamos ver entre sí, salvo ocasionalmente. Uno de esos momentos, era en la escuela, yo me había apuntado a clases de mecanografía y conocí a algunos activistas de “País Vasco y Libertad”, casi todos eran universitarios y muy cultos.

Estas clases sirven para salir de la rutina y de paso aprender algo nuevo. Las máquinas de escribir eran muy antiguas, de la marca Hispano Olivetti a la mayoría le faltaba alguna tecla o tenía desgastada una letra de impresión, hacer un escrito en condiciones era imposible, el manejo de las teclas con todos los dedos, también me fue impracticable. La máquina de escribir no era lo mío. Seguí yendo a clase, porque era una forma de escape y sobre todo, no me podía perder esos encuentros con los compañeros de los otros grupos.

 

 

La vida en mi grupo transcurría con normalidad. Lo primero fue ir conociendo a los nuevos compañeros de adversidad, no puedo hacer un relato de cada uno, me es imposible recordarlos a todos, pero sí tengo presente a compañeros que por una u otra causa tuvieron un mayor acercamiento, entre ellos, el responsable de la comuna, un hombre entrado en años, bastante miope y de una seriedad que infundía respeto, a mi me trató siempre con afecto y consideración, en muchas ocasiones me llamó para darme alguna golosina y comida extra a pesar de que esto no era del agrado de otros compañeros, creo que me veía como un hijo.

Cuando cumplí la condena, me proporcionó la ropa para salir a la calle. Me dio un pantalón una camisa y un jersey, el pantalón era de color marrón con rayas, la camisa azul y el jersey verde, el conjunto era bastante estrambótico, pero era la única ropa que se ajustaba a mi talla, este detalle subsiste en mi mente como un grato recuerdo.

Otro de los personajes, era un asturiano que tenía la cara quemada, había trabajado en las minas de carbón de Mieres, nunca me contó cómo se quemó la cara, cuestión esta, que le pregunté en muchísimas ocasiones, pero siempre hizo caso omiso a la pregunta. No era muy alto, bastante fornido, hablaba con una mezcla de dialecto asturiano y castellano, respiraba nobleza por todos sus poros, siempre iba calzado con madreñas, las madreñas son unos zapatos de madera característicos de Asturias, propios para lugares donde llueve mucho. La amistad, afecto y simpatía que le profesaba a este hombre era “inconmensurable”. Se convirtió en mi protector, yo le llamaba mi “guarda espalda” siempre me estaba protegiendo. En una ocasión, me defendió de un vasco que intento pegarme a raíz de que le había ganado una partida de ajedrez y me reía de mi victoria. Corrió tras de mí por todo el comedor, saltando por bancos y mesas hasta que se topó con mi protector, frenó en seco y consideró que su oponente era demasiado fuerte y desistió de su actitud, todo quedó en una anécdota, aunque nunca llegue a tener una buena amistad con el vasco, mantuvimos una relación condescendiente.

Pasados los años intente localizar al asturiano, indague por medio de comisiones obreras en Asturias, que era la única manera posible, puesto que era afiliado a este sindicato, y, un mal día me dicen que el “quemado” había muerto de un infarto, me lleve un disgusto tremendo. Estuve años diciéndome, tengo que encontrar a este hombre, pero vas posponiéndolo, posponiéndolo, hasta que te decides y la mayoría de las veces es demasiado tarde, aun siento un poco de tristeza por no haber podido abrazar a este querido amigo.

 

Capítulos anteriores:

Historia de un represaliado del franquismo – (I) Mi primera detención

Historia de un represaliado del franquismo – (II) Barranco Seco

Historia de un represaliado del franquismo – (III) Juicio y apelación

Historia de un represaliado del franquismo – (IV) Actividad política

Historia de un represaliado del franquismo – (V) La Caída de Sardina

Historia de un represaliado del franquismo – (VI) Consejo de Guerra sumarísimo

* En La casa de mi tía por gentileza de Ramón Armando León Rodríguez