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jueves, 25 de abril de 2024 09:47h.

Historia de un represaliado del franquismo – (XI) De carcel en carcel, hasta Soria - por Ramón Armando León Rodríguez

Cuando la dirección de Instituciones Penitenciarias consideró que estábamos recuperados, preparó el traslado a otras prisiones de algunos de nosotros por considerarnos los más díscolos.

Historia de un represaliado del franquismo – (XI) De carcel en carcel, hasta Soria - por Ramón Armando León Rodríguez

Cuando la dirección de Instituciones Penitenciarias consideró que estábamos recuperados, preparó el traslado a otras prisiones de algunos de nosotros por considerarnos los más díscolos.

En esta situación de espera y aislamiento, perdí el contacto con mi buen amigo y camarada Eduardo Saborido Galán y no lo volvería a ver hasta pasado, ya en libertad, muchos años. Un “buen día” por la noche nos comunican que al día siguiente nos trasladaban y así fue, aunque aún no habíamos cumplido las sanciones. Nos pusieron los grilletes y salimos rumbo a lo desconocido, porque no sabíamos de antemano nuestros destinos, recorrimos más de quinientos kilómetros en un autobús celular.

 

Paramos, si no recuerdo mal, en tres ocasiones, una en la prisión de Córdoba; dos, prisión de Madrid que habitualmente se la llamaba prisión de Carabanchel y tres, prisión de Zaragoza. Carabanchel era una cárcel enorme de unos ciento sesenta mil metros cuadrados y según cuentan, nunca se terminó de construir y por eso solo tenía cuatro galerías de dos plantas (la tercera, la quinta, la sexta y la séptima). Las galerías partían de un centro circular desde donde se podía divisar cada una de ellas.

Al entrar en Carabanchel nos ocurrió algo que no nos había pasado antes, nos ordenaron quitarnos la ropa con la intención de averiguar si teníamos oculto algo dentro del ano, para ello nos hicieron hacer unas flexiones, (“en pelota picada”). No apareció nada, salvo unos olores que impregnan de tal manera el recinto que obligaron a los funcionarios a dar la orden de vestirnos. Después nos llevaron hacia el interior de la prisión en dirección a la sexta galería. Cuando llegamos a las celdas que nos habían asignado y abrieron las puertas el hedor era insoportable. Nos negamos a entrar, pero pudimos apreciar desde la puerta, pese a la pestilencia, que el estado de las colchonetas, mantas y sábanas, eran asquerosos y no digamos nada de la cantidad de insectos que pululaban por las paredes. No les quedó otro remedio que traer un equipo de desinfección y hacer una limpieza a fondo. Esperamos cuatro o cinco horas y cuando consideramos que estaba todo en un estado casi normal entramos a las celdas.

En esta prisión los presos comunes manejaban todo, abrían las puertas, servían la comida y algunos que otros menesteres propios de los funcionarios. Estos presos de confianza te ofrecían de todo, comida extra, tabaco, bebidas alcohólicas, drogas, revistas eróticas y también, esto parece increíble, ofrecían proporcionarte chicos homosexuales a cambio de cierta cantidad de dinero. Los traían de un edificio anexo llamado Centro de Menores. Estos individuos se aprovechaban de las altas horas de la madrugada para comerciar , con la complicidad de algunos funcionarios, con estos pobres chicos que en su mayoría, su único delito era tener la condición de homosexual.

No estuvimos mucho tiempo en esta prisión, una semana aproximadamente, pero en este tiempo nos enteramos de algunas cosas, entre ellas que había unos cuantos curas presos (los llamados curas obreros) no pudimos mantener contacto con ellos por nuestra condición de sancionados. Aunque no soy creyente, siempre me he considerado ateo, sentía cierta admiración y perplejidad por estos curas que se enfrentaban a las altas esferas de la iglesia católica y a la dictadura con el riesgo de ser detenidos y encarcelados, como así sucedió en muchas ocasiones. Entre ellos había algunos vascos nacionalistas y con un concepto independentista, esto obligó a algunos a renunciar a su condición de sacerdote.

Continuamos con nuestro “periplo” hacia la prisión de Soria, paramos en la cárcel de Zaragoza, en este centro estuvimos dos o tres días, esta prisión era exactamente igual que la de las Palmas y Jaén, fueron construidas por la república con un proyecto idéntico. Ocurrió lo mismo que en las demás, celdas de aislamiento hasta la salida hacia el último destino. La prisión de Soria ¡Por fin! llegamos a la cárcel de Soria, era una prisión de prisiones, la entrada era un pasillo enorme lleno de cancelas cada equis metros, parecía interminable, se abría y se cerraba rejas tras rejas, caminamos y caminamos hasta llegar a nuestra ubicación, que como siempre era las celdas de aislamiento. El habitáculo, en este caso, estaba limpio, la comida era mejorable, pero era la mejor con diferencia respecto a las anteriores y el trato pasó a ser diferente, en cuanto me adapté empecé a pedir mis derechos según el reglamento de prisiones, pedí unos libros y una hora de patio. Me trajeron cuatro o cinco novelas de clásicos españoles, entre ellas “El Lazarillo De Tormes” “Platero y yo” “La vida es sueño” y otros títulos que ahora no recuerdo. La hora de patio la pasaba en soledad caminando de un lado a otro en constante monotonía. Entre la lectura y el ratito de patio transcurrió el tiempo que me restaba de sanción.

 

Capítulos anteriores:

Historia de un represaliado del franquismo – (I) Mi primera detención

Historia de un represaliado del franquismo – (II) Barranco Seco

Historia de un represaliado del franquismo – (III) Juicio y apelación

Historia de un represaliado del franquismo – (IV) Actividad política

Historia de un represaliado del franquismo – (V) La Caída de Sardina

Historia de un represaliado del franquismo – (VI) Consejo de Guerra sumarísimo

* En La casa de mi tía por gentileza de Ramón Armando León Rodríguez