Buscar
jueves, 28 de marzo de 2024 09:57h.

César Manrique, que estás en los cielos… - por Verónica Martín

fr v

 

Relacionado:

 

 

César Manrique, que estás en los cielos… - por Verónica Martín *

Foto Fundación César Manrique.
Foto Fundación César Manrique.
 

Cuando yo era una niña mi familia no pisaba el sur turístico de nuestra isla, Tenerife. Ya por entonces resultaba un espacio hostil, infestado de hoteles que apenas podían distinguirse unos de otros, calles sucias, altercados de turistas extranjeros en su mayoría y ese olor a bronceador barato que inundaba el aire. De la capital de la isla, donde vivíamos, a esa parte del sur hay apenas cien kilómetros en coche, pero en aquellos años el norte y esa zona de la costa (Adeje, Arona o Los Cristianos) constituían dos mundos distintos. Cuando algún conocido que viajaba a la isla nos preguntaba qué debía visitar durante su viaje le recomendábamos la costa norte o el sur no masificado: Anaga, el Teide, el Médano o Masca, pero jamás Adeje o Arona.

Visto ahora desde la distancia, sabiendo el debate abierto que pulula intensamente sobre el turismo de masas en Canarias (y en otros muchos lugares del mundo), y su relación directa con la pérdida progresiva de la identidad cultural y de los recursos naturales, me sorprende la naturalidad con la que los vecinos de esas zonas convivían con aquello. Tengo amistades que han vivido en Adeje las últimas décadas que jamás se quejaron. No digo que ya hace treinta años no hubiera malestar en determinados sectores o protestas varias, pero la mayoría de nosotros estábamos dormidos, aceptamos esa forma de entender el turismo como inevitable. Las autoridades políticas locales han venido repitiendo el mantra de: «Vivimos del turismo». Y era una especie de rosario impenitente que se te filtraba en la cabeza desde que tenías uso de razón. Era el paraíso, ¿qué podíamos hacer si no dejar que lo inundaran? Pobres europeos muertos de frío, que encima se dejaban sus dineros aquí. En esa falta de crítica social, hacer turismo resultaba una especie de derecho inalienable, que lugares hermosos, seguros y soleados debían sacrificarse para que otros pudieran ejercerlo. 

 

TURISTAS

Canarias recibió el año pasado alrededor de quince millones de turistas, que no se circunscriben ya a zonas concretas del territorio, sino que han ocupado otros muchos espacios de las islas. De tal forma que hay días que, en la calle Castillo de la capital, y debido a los grandes cruceros que arriban en el puerto de Santa Cruz, se escucha más inglés y alemán que castellano. Las calles principales se saturan de turistas que acuden en masa a las mismas franquicias de comida que están en sus países. 

FR CH

https://www.lacasademitia.es/articulo/economia/puedo-morir-he-visto-todo-comenta-chema-tante/20211119170542118562.html

Las islas son un territorio pequeño, de recursos limitados, con un paisaje vulnerable que se desgasta con la masificación. La mayoría de estos turistas y (nómadas digitales, que ahora llaman a gritos las autoridades) no intentan sumergirse en la cultura, la gastronomía o las costumbres locales. De hecho, con frecuencia no preguntan si un lugar es un espacio protegido, entran dando por hecho que viene con el «todo incluido», y las multas que les ponen rara vez las pagan, porque cuando llegan ellos ya están en sus casas.

PADYLLA
PADYLLA

 

Ya saben, hacer turismo es un derecho universal y sacarse un selfi en el Malpaís de Güímar o en Chinyero, por mucho que sean reservas naturales, es algo sin importancia, solo estarán un ratito, solo es una fotito y así nos promocionan la isla. 

MASIFICACIÓN CANARIAS PUERTO RICO

No, hacer turismo no es un derecho universal, y tal y como insisten desde hace tiempo los expertos, no puede estar por encima del bienestar de los habitantes de ese lugar. Además de explotar los recursos naturales de poblaciones como la canaria, otro problema resulta igualmente inquietante: la pérdida de la identidad cultural. Canarias, debido a su situación geográfica y a su historia, posee una cultura identitaria que durante décadas se fue diluyendo bajo la necesidad de agradar al turista, además de por propio desconocimiento y desinterés. Y tal vez ha llegado la hora de decir que no toda la responsabilidad es del turismo. Debimos haber entendido que ese mundo hostil que crecía en el sur de Tenerife o en el sur de Gran Canaria iba a acabar haciendo tambalear nuestro pasado y nuestro futuro. Yacimientos arqueológicos aborígenes que se destrozan en nombre de complejos residenciales para inversiones y residentes extranjeros. ¿Guanche? ¿Eso qué es, una nueva bebida de Starbucks? ¿Viborina triste? ¿Un culebrón de la tele? 

CÉSAR MANRIQUE
CÉSAR MANRIQUE

Llegados a este punto es una misión casi imposible no invocar a César Manrique. Y el buen hombre estará probablemente harto de que le mentemos día sí y día también. «Se los dije», rezongará desde los cielos. Y sí, César, lo dijiste, estamos aprendiendo a palos.

Hace unos años acudí a una exposición sobre la vida de Manrique en el Espacio Cultural CajaCanarias. Entré al recorrido sola, eran los últimos días de la muestra y un horario tardío. Quedaban dos o tres salas para finalizar cuando me topé con una puerta cerrada. La abrí y entré a un rincón pequeño de paredes totalmente blancas, en el centro reinaba una silla vieja y encima un mono de trabajo manchado de pintura. Eran suyos, la silla y la ropa. Por los altavoces empezó a sonar su característica voz hablando sobre su visión del arte y la naturaleza. Me pilló por sorpresa escucharlo tan nítidamente, sola en aquel cuarto prácticamente vacío. Me puse a llorar. Sentí cierta nostalgia como cuando pierdes algo que, en realidad, nunca tuviste, y me invadió una sombra de culpa por no haber peleado por tener eso, lo que quiera que fuese. Justo en ese momento, se abrió la puerta y otro visitante apareció en el umbral. Me miró y lloró conmigo. Sí, amigo, sé por qué lloras. No te preocupes, no se lo contaremos jamás a nadie.

Vayamos ahora a cuestiones prácticas, antes de que el artista y activista lanzaroteño se canse definitivamente de escuchar nuestras amargas plegarias. ¿Cómo conseguir mantener el equilibrio entre recuperar y sostener la cultura local y permitir el turismo? ¿Es posible un turismo responsable, bien informado, controlado, que aporte beneficios económicos y, a su vez, que proporcione una dinámica cultural positiva a la comunidad? Existen buenos ejemplos de ello. El modelo turístico imperante en España desde hace más de medio siglo no parece ser una herramienta válida de futuro. Quince millones de turistas en un territorio fragmentado, de algo más de dos millones de habitantes conviviendo en un puñado de kilómetros contados, no resulta lógico. Recordemos que más allá nos cerca el mar. Y casi la mitad de esos dos millones estamos en Tenerife. «No hay cama pa’ tanta gente», cantaba Celia Cruz en el carnaval. Hagamos chascarrillo, permítanme eso a estas alturas. Y, sobre todo, reflexionemos juntos. Porque para los lectores más prosaicos que hayan alcanzado a leer hasta aquí les diré que no, tampoco estos lugares tan privilegiados turísticamente obtenemos grandes beneficios económicos, como habrán barruntado hace tiempo. Pero esta es una cuestión para otro tipo de artículos más sesudos que podrán encontrar si los buscan. Yo prefiero, vislumbrando el cierre, nombrar a José Saramago

Saramago, como posiblemente saben, vivió dieciocho años en Lanzarote. La visión personal de un intelectual extranjero que perteneció (y sigue perteneciendo) a esta tierra parece pertinente en este contexto. Murió en la isla y fue un hombre comprometido hasta el final con su legado cultural arraigado siempre a su peculiar paisaje. Lanzarote constituyó un autoexilio que marcaría su devenir existencial. Y ese paisaje desnudo, salvaje, sin pretensiones previas ni siquiera de complacer, simplemente siendo, cambió hasta su manera de escribir. Un paisaje como ese nunca es un mero espectador de tu vida, es el protagonista. Contemplar su destrucción es una forma de muerte por desangramiento. «(Lanzarote) es como si fuese el principio y el fin del mundo». 

SARAMAGO CÉSAR
SARAMAGO CÉSAR

Cuando Saramago llegó a la isla, Manrique ya había muerto. Fantaseo con las charlas que hubieran tenido en el Mirador del Río, por ejemplo. No me hagan mucho caso a mí, que no soy más que una periodista eternamente en ciernes, mejor escuchen las palabras de César. Y especialmente, presten atención, por si mañana donde quieran que vivan, por muy pequeños y tranquilos que sean sus encantadores pueblos, empiezan a oler a bronceador. 

* Gracias a Verónica Martín León, a JOT DOWN y a la colaboración de Guaci, de EcoLaPalma. En La casa de mi tía en virtud de las Normas de Uso Justo de la UE

 

https://www.jotdown.es/2023/04/cesar-manrique-que-estas-en-los-cielos/

 

 

 

 

JOT DOWN
JOT DOWN

 

mancheta ene 23