Buscar
sábado, 20 de abril de 2024 06:37h.

Historia de un represaliado del franquismo – (XIV) Terminando la condena - por Ramón Armando León Rodríguez

ramón armandoNo es nada fácil contar las vivencias que ocurren dentro de los muros de una prisión, porque generalmente es una vida sin aliciente. El único acicate es que pase el tiempo lo más rápido posible. Aunque nosotros, gracias a que muchos de los compañeros tenía estudios superiores y carreras universitarias, organizamos talleres de estudio al margen de la escuela de la prisión. Se daban clases de filosofía, de matemáticas, de arte y de cultura general. 

Historia de un represaliado del franquismo – (XIV) Terminando la condena - por Ramón Armando León Rodríguez

No es nada fácil contar las vivencias que ocurren dentro de los muros de una prisión, porque generalmente es una vida sin aliciente. El único acicate es que pase el tiempo lo más rápido posible. Aunque nosotros, gracias a que muchos de los compañeros tenía estudios superiores y carreras universitarias, organizamos talleres de estudio al margen de la escuela de la prisión. Se daban clases de filosofía, de matemáticas, de arte y de cultura general.

En los periodos de descanso, jugábamos al voleibol y a la pelota vasca, la pelota vasca, consistía en golpear con la mano abierta una pelota elástica durísima, al principio las manos se te ponen al rojo vivo, pero a medida que juegas se van endureciendo de tal modo que no sientes ningún dolor cuando golpeas la bola. Aunque esto me gustaba, lo mío era jugar al ajedrez, este maravilloso juego me ocupaba horas y horas. Generalmente jugaba con un valenciano, que, según me contaba él, era propietario de un terreno donde tenía plantado muchísimos naranjeros, a menudo me decía que cuando estuviésemos en libertad iríamos a ver su finca, ahora no recuerdo quien salió primero, lo cierto es, que nunca vi la finca. Otro personaje que recuerdo, era un vasco que siempre llevaba puesta una bilbaína, (gorra vasca), no he conocido persona más pesada y pedante, se pasaba casi todo el día escribiendo folios y folios con una letra pequeñita teorizando sobre el marxismo, hasta aquí todo iba bien, pero cuando se reunía el partido sacaba el escrito y nos torturaba leyéndonos todo lo que había escrito, era insoportable, aunque los compañeros aguantaron estoicamente la verborrea, retahíla, y divagación, sin mover un músculo. A pesar de que a posteriores recibía muchas críticas, él continuó y continuó con sus discursos, haciendo poco caso de las opiniones de sus compañeros. Un buen día, dejamos de ir a las charlas definitivamente.

El frío era lo peor que soportamos los canarios, las temperaturas bajaban en invierno hasta catorce grados bajo cero, para poder resistirlo, nos poníamos una especie de pijama de algodón ajustado al cuerpo, pantalón, camisa, chaqueta y un abrigo llamado “sobretodo” con todo ello encima, seguíamos teniendo frío. Cuando me tocaba lavar la ropa me sentía como si fuera a un martirio, tenía que hacerlo lo más rápido posible, porque una vez sacada del agua caliente se llevaba a los tendederos y en ocasiones se te congelaba por el camino, con el riesgo de que se te rompiera en pedazos, más de una vez, tuvimos que tirar a la basura parte de la ropa. El frío, también tenía su parte positiva, la primera vez que vi nevar fue emocionante, hicimos nuestros muñecos de nieve y jugábamos, como niños, tirándonos bolas de nieve.

En la prisión teníamos un médico que era una excelente persona, aunque, por supuesto, era un adepto al régimen, pero sin fanatismo. Este doctor hizo dos operaciones quirúrgicas, en la prisión, de poco riesgo, una en mi oreja para extirparme un bultito que me había salido en el lóbulo, la otra fue en el falo de mi compañero Manuel Vizcaíno Reyes, aquejado de fimosis, estas intervenciones quirúrgicas no estaban autorizadas por la dirección y se hicieron sigilosamente. Para que se le cicatrice la herida, le recomendó que cogiera sol en sus partes íntimas, para lo cual recabará mi ayuda, que consistía en sentarme a su lado, leyendo un libro, para que los demás no visionaron sus atributos. La convalecencia duró unos cuantos días, pero la recuperación fue total. Este compañero se convirtió en el “ayudante” del médico y entre ellos fue creciendo la amistad.

En la última navidad, que este compañero y yo, pasamos en la prisión y gracias a la buena relación que él mantenía con el médico, se apropió de varias garrafas de alcohol para mezclarlas con bebida refrescante, el experimento funcionó, la mezcolanza se convirtió en una especie de sangría que alegró por unas horas la vida en la cárcel, unos bebieron de más y otros no pudieron probarlo.

El cura de la prisión, se comentaba, que era un mujeriego y que tenía más poder que el Obispo, este párroco también ejerce de psicólogo de la prisión. En una ocasión me convocó a su despacho, para hablar de mi situación penitenciaria. En realidad se trataba de tantear psicológicamente en mi personalidad buscando resquicios de debilidad o de cambios ideológicos. Ya había logrado minar y debilitar la personalidad de un disidente de “País Vasco y Libertad” al que sus compañeros le retiraron la palabra y marginaron totalmente, se sintió tan amenazado, que solicitó el traslado a otra prisión. En mi caso no logró su objetivo. Mis convicciones eran tan sólidas y siguen siéndolo, que a pesar de innumerables vicisitudes, contradicciones, traiciones, olvidos y abandono por parte de algunos camaradas y sobre todo de dirigentes de nuestro partido, he seguido creyendo que hay que seguir luchando por una sociedad más justa. Muchas voces me han dicho, que es una utopía y que la mayoría de la gente no se preocupa por defender los derechos de los demás, pero como decía el Quijote: “no es mi deber contarlos” el clérigo desistió y me dejo por imposible.

El último acontecimiento importante que viví dentro de la prisión, fue el intento, de nuestro colectivo, de hacer una huelga de hambre, el argumento para llevar a cabo esta acción, era que los altos dirigentes del partido en el exterior, consideraban oportuno este tipo de enfrentamientos para socavar los pilares del régimen. En definitiva, había que enfermarse para lograr acabar con el sistema. Por la experiencia de las huelgas de hambre anteriores, sabíamos que lo único que íbamos a lograr era más represión. El que más insistía en entrar en la huelga, fue el “marmolista” él, que precisamente había sido el primero que abandonó la huelga de hambre en Jaén. Y cuando apenas le quedaba dos meses para cumplir la condena, se convierte en el más beligerante de los compañeros. Manuel Vizcaíno Reyes y yo, no negamos a apoyar tan tremendo disparate. Ya habíamos participado en tres huelgas de hambre y nuestros organismos no estaban en condiciones de afrontar más días sin comer y, por supuesto, más celdas de castigo.

Esto motivó que nos separaran, cautelarmente, del partido, probablemente para impedir que nuestra posición convenciera a otros camaradas. Una decisión absurda porque era impracticable dentro de la prisión. Además continuamos perteneciendo a la comuna. La huelga no prosperó. No sé, si nuestra negativa hizo reflexionar a los demás o hubo otros detractores, nunca lo supe, y creo que mi compañero, tampoco lo sabía. La única vez que lloré en la prisión fue cuando pusieron en libertad a un camarada, estudiante universitario de Asturias, no sé si lloré porque él se iba o porque yo me quedaba, pero lo cierto es, que no pude contener las lágrimas.

ramón armando en soria

Capítulos anteriores:

Historia de un represaliado del franquismo – (I) Mi primera detención

Historia de un represaliado del franquismo – (II) Barranco Seco

Historia de un represaliado del franquismo – (III) Juicio y apelación

Historia de un represaliado del franquismo – (IV) Actividad política

Historia de un represaliado del franquismo – (V) La Caída de Sardina

Historia de un represaliado del franquismo – (VI) Consejo de Guerra sumarísimo

* En La casa de mi tía por gentileza de Ramón Armando León Rodríguez